Versículo 26

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VERSÍCULO 26

Los labios de Miriam llegaron a rozar los del Gris, por un breve instante al menos.

Algo goteó sobre su hombro y ensució su chaqueta de cuero. La centinela se apartó bruscamente y alzó la cabeza. Una mancha se extendía por el techo.

—¿Es roja? —preguntó el Gris.

Miriam asintió.

—Sí, es sangre.

Les llegó un estruendo desde arriba. Caían muebles y se escuchaban pisadas.

—La niña está ahí arriba —dijo el Gris—. Tenemos que ayudarles.

Salieron disparados. Miriam sacó el martillo mientras corría. Avanzaban deprisa y sin hablar, no había necesidad. Ambos eran personas de acción, y no era la primera vez que luchaban juntos. Se compenetrarían bien si hubiera que enfrentarse al demonio, siempre lo hacían.

Recorrieron un pasillo diferente camino de las escaleras que llevaban a la primera planta. La silueta negra del Gris se detuvo inesperadamente, a medio camino. Miriam no se lo esperaba y tropezó con él.

—¿Qué demonios haces? —gruñó.

—El cuadro —dijo el Gris.

El Rembrandt estaba colgado en la pared, en medio del pasillo. A la centinela le pareció una ubicación poco apropiada para una obra de arte.

—Luego vuelves a por él. No puedes cargar con el cuadro y pelear con la niña.

—No.

—¿Estás loco? Los demás pueden necesitar nuestra ayuda. Tenemos que ayudarles. Además, es demasiado grande.

—No puedo dejar que caiga en manos del demonio. Los demás son mayorcitos, resistirán hasta que lleguemos.

A la centinela le sorprendió la frialdad del Gris. No importaba cuántas veces le viera reaccionar con tanta serenidad en situaciones de peligro, no era natural. Ella podía sentir el torrente de adrenalina que fluía por su cuerpo, la tensión, la excitación por la inminente pelea. El Gris ni siquiera tenía la respiración agitada.

Pero le sorprendió aún más lo que vio a continuación. El Gris descolgó el cuadro. Era casi de la extensión de una mesa pequeña, tenía un grueso marco de madera, de aspecto antiguo. Extendió un lado de su gabardina y metió el cuadro dentro. El valioso retrato de Rembrandt desapareció en las tinieblas de la gabardina del Gris sin dejar el menor rastro.

Miriam le había visto hacer un truco similar con objetos pequeños, como su puñal. No le había dado importancia, pero esto era muy diferente. Un cuadro entero se había desvanecido en su interior, sin abultar la ropa ni ocupar espacio. Todavía no podía creerlo mientras subía los escalones de dos en dos y veía la gabardina del Gris ondeando como si nada, ligera.

*****

—¡Es el abogado! —chilló Diego señalando la cabeza que estaba en el suelo—. Ha sido la niña. ¡Estamos perdidos! ¡Nos va a matar! Maldita perra asquerosa. Sabía que nos pillaría a nosotros. Asco de suerte...

Sara le dio una bofetada. El rostro del niño giró a la derecha violentamente, dejando ver cuatro huellas coloradas en la mejilla izquierda. Diego parpadeó varias veces.

—Bastante mejor, gracias.

La cama que cubría los restos del anterior cuerpo de Plata ascendió bruscamente hasta estrellarse con el techo y allí quedó encajada. Debajo se encontraba Silvia, en cuclillas sobre el cadáver, babeando, mirándoles con la cabeza ladeada y cubierta de sangre desde la nariz hacia abajo.

La Biblia de los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora