VERSÍCULO 17
La bañera estaba completamente rodeada de runas.
—Tengo que admitir —dijo Diego supervisando el resultado— que cada vez lo hago mejor. Soy la hostia. —Rodeaba la bañera para repasarla desde todos los ángulos posibles—. Es que no se me ha escapado ni un solo trazo, joder. ¡Qué bueno soy! El exorcismo va a funcionar gracias a mí, tía. Y luego el mérito se lo llevará el Gris. ¡Qué injusto! Es como si yo fuera el compositor y él el cantante del grupo...
Sara cada vez se divertía más escuchando los desvaríos de su pequeño maestro de runas. Se concentró una vez más en memorizar la estructura principal de símbolos, el patrón que se repetía una y otra vez creando la protección. Consistía en una runa principal, bastante grande. A su alrededor se grababan otras más pequeñas, cuidando la posición y la distancia. La colocación era esencial, según había recalcado Diego. Había símbolos principales que eran indispensables, como el esqueleto sobre el que se apoyaban los demás. Las runas secundarias añadían matices o potenciaban efectos concretos. El niño creía que era una especie de lenguaje, con sus verbos, sustantivos y demás elementos propios de la oración. De ese modo, combinando varias runas se podía alterar completamente el significado de una de ellas, y también elevaba al infinito las posibilidades. Claro que también se podían crear combinaciones que no significaran nada en absoluto. Lo cierto es que era un tema tan complejo como fascinante.
Diego casi había agotado el frasco con el ingrediente que había empleado para grabar los símbolos. Se consumía más rápido de lo que había imaginado. Cada vez que manchaba la estaca, solo le daba para tres o cuatro trazos. El niño le contó que una vez tuvo una estaca que apenas gastaba ingredientes, pero la perdió en un cementerio y no se atrevió a volver para buscarla.
—Ha quedado muy bien —dijo Sara.
Pasó la mano por la superficie de la bañera, sobre el símbolo principal.
—¡No lo toques! —gritó el niño, angustiado.
Sara retiró la mano como si se hubiera quemado el dedo.
—¿Se estropea el dibujo?
—No. ¡Pero tenías que haber visto la cara que has puesto, novata!
A Sara no le pareció tan gracioso, lo encontró infantil. Diego se retorció de risa.
—Veo que la maldición no te impide gastar bromitas tontas.
Le molestaba que no se lo tomara en serio. Ella se estaba esforzando por aprender, por ser útil.
El niño todavía se rio unos segundos más.
—Bueno, rastreadora, no te enfades —dijo con la respiración agitada—. Vamos a luchar contra un demonio, un sucio habitante del infierno. Si no recurro al humor, me meo de miedo.
—¿Me explicas ahora qué hacen exactamente las runas que hemos grabado?
—Vale, tía. —El niño adoptó de nuevo su actitud seria y profesional, como la de un maestro transmitiendo su saber—. Esta parte, la que rodea la bañera, es una barrera, para que no escape la niña.
—¿Y esos símbolos más pequeños?
—Esos los añadimos para reforzar la estructura, para que resista los golpes del demonio. Estos otros que se intercalan son para crear frío. —Sara arrugó la frente. Diego prosiguió la explicación—. A los demonios les jode mucho el frío, así que vamos a congelar a la niña.
—¿Pero eso no le hará daño?
—Toma, claro. ¿Cómo crees que se hace un exorcismo?
Sara titubeó, dejó en suspenso lo que iba a decir. Cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de en qué consistía el procedimiento, pero a juzgar por la naturalidad de la pregunta de Diego, debía de ser algo que todo el mundo conocía.
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La Biblia de los Caídos
FantasyEl mundo cuenta con un lado oculto, una cara sobrenatural que nos susurra, que se intuye, pero que muy pocos perciben. La inmensa mayoría de las personas no es consciente de ese lado paranormal... ni de sus riesgos. A veces la gente se topa con eso...