Versículo 29

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VERSÍCULO 29

—No pongas esa cara —dijo el niño—. ¿Nunca has visto una herida?

Sara no podía evitarlo. Le daba una pena tremenda ver a un crío de catorce años sufriendo. No importaba que Diego demostrara ser mucho más que un simple adolescente; ella seguía viendo a un chiquillo desvalido que se estaba desangrando.

—Voy a apretarte más la venda. Tengo que conseguir que deje de sangrar.

—No te molestes. Lo que necesito es morfina, no que me duela más aún. ¡Aaaah! ¡Joder! ¡Para ya!

—Ya está, no es para tanto. Necesitarás algo para usar de muleta. —Sara miró alrededor—. No creo que puedas apoyar esa pierna.

Diego soltó un gemido y apretó los dientes.

—Y el delincuente durmiendo. ¿Es que nada le despierta? Me recuerda a Plata en el cuerpo del gordinflón. ¿Pero qué haces?

Sara rompió una silla de madera destrozándola contra la pared. Separó el respaldo del resto de la estructura, y aisló como pudo una de las piezas de madera más largas.

—Al menos te servirá como bastón —dijo enseñándoselo al niño.

La casa entera vibró en ese instante con un gran estruendo. Sara tuvo que rectificar su posición y apoyarse en la pared para no perder el equilibrio. Los cuadros y las sillas cayeron al suelo.

Diego permaneció bastante calmado, mirando al techo, y sin mostrar miedo en ningún momento.

—El Gris está peleando con la perra del infierno —le dijo a Sara.

—¿Cómo lo sabes?

—¿Qué otra cosa podría ser? ¿Un pequeño terremoto en la casa de Mario?

Sara comprobó si algo había caído sobre el millonario, que continuaba inconsciente. Después de ver que estaba bien, regresó con el niño.

—El Gris es el mejor, ¿verdad? Por eso le acompañas.

Diego cambió la posición de la pierna con una mueca de dolor.

—¿Estás asustada?

—Un poco —admitió ella—. Dime que el Gris acabará con ese demonio.

—Has escogido al peor para que te consuele. Yo no puedo mentir, ¿recuerdas? Y un buen consuelo en nuestras circunstancias requiere de una trola que no veas.

—Entonces, ¿no crees que el Gris pueda con la niña?

Diego guardó silencio un rato.

—Eso depende —dijo sin tapujos—. Los demonios puros son invencibles, como los ángeles, es lo que tienen las criaturas de origen divino. Todo el que ha intentado cepillarse a uno ha palmado sin remedio. Luego tenemos a los demonios corrientes, que son esbirros, escoria, pero que reparten bastante. Uno de esos es el que ha poseído a la niña. Los puros no poseen porque no lo necesitan, y además acabarían con el Gris con un estornudo. A los esbirros sí que se los ha cargado el Gris en alguna ocasión, aunque también hemos tenido que salir por patas con alguno que era muy fuerte. Así que la cuestión es lo poderoso que es este en concreto y quién es su amo. Y viendo cómo se ha descojonado de nuestros intentos de expulsarle del cuerpo de Silvia, la cosa no pinta bien.

Sara no sabía qué concluir del tono despreocupado del niño. ¿Ya no tenía miedo? De repente hablaba sin el menor temblor en la voz, como el que está contando el argumento de una película aburrida.

—Pero Elena y Mario dijeron que el Gris es el mejor exorcista —repuso Sara, más para alimentar su propia esperanza que por otro motivo—. ¿No es esa la razón por la que vas con él, porque es el mejor?

La Biblia de los CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora