Capitulo 2Diego ya se había ido en la camioneta. Un guardia estaba cargando mis maletas hacia el Castillo.
Me sentía fuera de lugar con la atención de esas personas puestas en mí, sobretodo con la anciana de vinotinto que se me acercaba.
—Bienvenida a Kadavra, Señorita Helany —dice la señora con una gran sonrisa—. Me llamo Mirta.
—Gracias —murmuro, desconfiada.
Antes que me dieran de alta del hospital la doctora Ilda me susurro que no confiara en nadie.
—Perdón por hacerla esperar tanto, ya es de noche y debes de estar cansada —dice el señor de traje elegante—. Yo soy el alcalde Fausto Morelly, a su servicio.
Le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
—Y ella es mi hija —se acerca una chica, algo tímida—. Alanis.
—Hola mucho gusto, Señorita —me da su mano y yo se la estrecho.
La chica, Alanis, se parece a su padre. Ambos tienen la piel tostada, de pelo negro y bajitos, algo regorgetos. Fausto está calvo en la parte superior de su cabeza, y su hija tiene el pelo largo lleno de rulos desde el inicio de sus raíces hasta las puntas.
Mirta, es una señora con el pelo lleno de canas, sujetado por un moño bajo, tiene mi misma altura, con una arruga entre las cejas como si pasara gran parte de su vida con el ceño fruncido.
—Ella va estar frecuentando el Castillo para sus clases con Mirta —informa el alcalde.
Mirta debió ver mi cara de confusión.
—Su madre nos concedió el permiso de dar mis clases de entrenamiento en el Castillo, si no le importa a usted, claro.
Abro la boca para decir algo, pero el alcalde me interrumpe, guiándome con un brazo en mi hombro.
—Mi hija Alanis es una de las aprendices de Mirta —le hace seña a un guardia para que abra las puertas—. Pase usted, Señorita.
Caminamos por un corto pasillo, que manifestaba tristeza —todo el Castillo en sí lo era—, los pocos cuadros colgados que habían en las paredes eran fotos de las aprendices —concluí al ver las batas vinotinto puestas— pero, no se les veía el rostro que lo tenían tapado con un velo dorado. Me preguntó qué les estará enseñando Mirta, exactamente.
Algo me dice que nada bueno.
Sentí un pequeño escalofrío al recorrer el pasillo. Mientras, las demás personas estaban hablando de la historia del Castillo y de una reunión que tenían las aprendices no se qué día. Yo solo asentía con la cabeza.
Llegamos a la sala principal que se encontraba al final del pasillo. Tenía una escalera que lleva a los otros pisos de arriba, de color vinotinto, en el medio del techo colgaba una gran lámpara antigua con muchas luces que iluminaban toda la sala, en una esquina habían unos sillones no tan viejos —tampoco era que yo sabía mucho de eso, pero algo conocí cuando iba de compras— de color marrón, y una mesita de café en medio.
Nos sentamos en los sillones los cuatro, con los guardias alrededor.
—La puerta del medio lleva a la cocina y las otras dos son otros pasillos, ya irás conociendo el lugar —dice Mirta—. También a las personas que vivimos aquí, en el Castillo de Kadavra.