(Este capítulo me salió más largo que los anteriores, disfrútenlo ❤️)
Capitulo 3
—Seriedad, Señorita —Mirta golpea al comedor con un palito, provocando un respingo a todas las aprendices, que también están presentes.
Hay una multitud de gente alrededor mío, viéndome comer. Mirta está apoyada con las dos manos en frente de mi, malhumorada. Y para rematar su malhumor, no paraba de bostezar mientras que ella me estaba hablando sobre los miembros del consejo.
—Estoy comiendo —murmuro, agitando un trozo de pollo de mi ensalada con el tenedor, tranquilamente.
—Veo que esto no te interesa en absoluto —dice, como si mi actitud la estuviese ofendiendo—. El Consejo se va a decepcionar cuando te vean.
Aparto el plato aún lado, ya acabando de comer. Me levanto de la silla.
—Está bien, está bien —levanto la manos en señal de rendición—. ¿Qué tengo que hacer, Mirta?
Se escuchan unos murmullos de parte de las aprendices, supongo que se debió a como la llamé.
Mirta suspira, tratando de reunir toda la paciencia que le falta y soltando la amargura que le sobra.
—Esto no es un juego, Señorita Mylaz —advierte, muy seria—. Tienes que prometer que te tomarás tú responsabilidad en serio.
Levanto un vaso con agua y empiezo a beber.
—Y le aseguro que lo haré —afirmo, muy seria.
—Necesitamos un ser no-mágico para que sea el líder del pueblo, según el consejo, tú eres la elegida para ese puesto.
Me hubiera gustado decir que mi porte de seriedad me duró más poquito que cuando le prometí a mi mamá que sería la última vez que me escapaba de casa —esa misma noche lo volví a hacer—.
Me tuve que girar rápidamente, impidiendo escupirle la cara a Mirta, o a alguien.
Spoiler: Fallé.
Le escupí la bata vinotinto a una de las aprendices. Mis adentros se estaban debatiendo por no reírse. Lo intente. ¡De verdad que lo intente!
No pude evitar la ruidosa carcajada cuando agarré una servilleta del comedor para limpiarle la bata.
—¡¿QUÉ CREES QUE HACES, IMBÉCIL!? —grita la chica rubia, molesta.
Me aparta las manos de un manotazo, o algo así... Fue muy rápido el movimiento que ni sentí el contacto, ni siquiera el roce.
—Intentaba ayudarte —pongo los ojos en blanco.
Dos chicas aprendices se acercan a ella, y una Mirta muy enojada, surge de la multitud caminando en mi dirección. Mierda.
Se detiene.
—Tú —me señala con una barita—. Ven conmigo.
Yo solo asiento con la cabeza, aunque ella no me lo estaba preguntando. Yo la sigo cuando cruza el comedor y paso al lado de la rubia, a la que le acabo de escupirle el agua. Alzó la mirada.