XVIII. La naturaleza de los instintos artificiales.

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Zameer tenía su propio camarote dentro del carguero, por obviedad debía tener uno al estar administrando la flota a tiempo completo al igual que los miembros más indispensables de la tripulación como Kega y ciertos mandos altos.

Dentro de dicha celda guardaba pertenencias que le eran de suma importancia: en un soporte se lucía uno de los arneses de combate de su padre con todo y sus armas, dentro de una caja de cristal sobre su escritorio guardaba el collar de su madre, sin mencionar la desorbitante cantidad de documentos personales que había alrededor, también tenía una cajita repleta de conchas de mar que solía recolectar con Kega cuando eran pequeños y entre toda la mezcolanza llamativa de esa habitación estaba un ordenador privado. No habría sido de extrañar que tuviera uno de esos, lo curioso del ordenador es que rebosaba de archivos humanos dentro de su biblioteca virtual: películas, libros, cartas, videos, enciclopedias, música e imágenes. Casi nunca se daba el tiempo de revisarla y sólo había alcanzado a mirar un par de imágenes, quizá media película (sin comprenderla) y hojeado rápidamente alguna enciclopedia. Sin embargo, no perdía la oportunidad de recolectar más archivos cuando se topaba con humanos, pensando que un día tendría el tiempo suficiente para revisarlos de cabo a rabo.

Kega era el único con permiso para entrar, aunque no permanecía tanto tiempo por respeto a la privacidad de su amigo. Esa noche (o lo que cuente como noche en sus horarios), Kega le hizo compañía mientras Zameer decidía si ponerse o no la capa que siempre, siempre usaba en la sala de mando y en general dentro de la nave por lo que, cuando terminó de ponérsela, se presentó en la cena en honor a Tarwaq y sus guerreros. Se deslizó por los pasillos de la Imminent como un fantasma que no quiere ser encontrado, silencioso se presentó en la mesa y con solemne calma escuchó las alegres conversaciones de humanos y sangheilis. Con Kega y Dina a su derecha y Tarwaq a su izquierda, dio comienzo al festín. El zealot escuchó atento la plática entre Dina y Soterius sin interrumpir, sopesando la posibilidad de que añadir la flotilla origen del brute inclinaría las probabilidades de éxito a su favor en caso de verse obligados a enfrentar al enemigo.

—Siempre que haya un buen botín, la flotilla aceptará —dijo Soterius —. La mayoría de sus integrantes son brutes y élites sin otra preocupación que el beneficio propio. Pero pínchales con la vara adecuada y atacarán con vehemencia a su oponente.

—Una noticia alentadora —habló Zameer por primera vez en la noche. Dina le guiñó al tiempo que le apuntaba con un dedo a modo de pistola, como diciendo "los tenemos", Zameer soltó un ronco "Ja" y levantó su copa para celebrar. Roman no se quedó atrás y suelta su malinterpretado dicho bajo la influencia del alcohol.

—Ya saben lo que dicen, si la vida te da sangheilis haz una guerra.

—Si la vida nos da humanos hacemos alianzas. Parece una maldición que ya demostramos el Inquisidor y yo —rió el élite sin poder resistirlo.

Volvieron a centrarse en la comida, Rox les contó lo de su rapto a manos del Pacto y las peripecias que pasaban a diario en la mina reparando maquinaria, buscando piezas perdidas y encontrando grunts rebeldes que querían fundar su propio asentamiento. Soterius intervino un par de veces para negar ciertos comportamientos estúpidos que solía adoptar y que Rox y Tarwaq sacaron a relucir en sus relatos. La reunión prosiguió aun cuando Roman cayó de espaldas y se quedó dormido en el piso, hundido en su sueño etílico. Y como a Kega igual se le pasó la mano con el alcohol acabó soltando la lengua para ponerse a narrar sus peleas y recorridos en busca de eventos que registrar, como buen historiador que era. Una histórica velada.

Pero no todos notaron a la inquieta spartan que se mecía en su sitio. Zameer miró a Dina poner gesto de impaciencia cada que Mason se le acercó a hablarle, la chica sonreía forzadamente y, cuando el ODST se giraba, ella volvía a su estado nervioso tamborileando los dedos sobre la mesa, respirando hondo, apretando la quijada. Pareció querer alejarse del soldado a toda costa, por un segundo cerró los ojos apretando los párpados con fuerza en busca de concentración, sus fosas nasales se dilataron como olfateando más allá de los platillos y al instante siguiente... Nada, absolutamente nada de lo que hizo pareció tener repercusiones en su estado de ánimo, Dina volvió a charlar y reír tanto como lo haría un Spartan-II sin que nadie aparte del zealot sospechara algo. En un descuido de la chica, Zameer tomó su vaso y lo olfateó en busca de sustancias extrañas, pero no encontró más que agua simple e incolora. Si no fue causa del alcohol, ¿qué le sucedió?

Fauve-114Donde viven las historias. Descúbrelo ahora