IX. El mensaje.

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Eran las nueve de la mañana, Dina y Zameer no podían salir de aquel lugar. Ambos estaban cansados (y hambrientos). Dina intentó saltar y afianzarse al borde del agujero en el piso superior, pero era demasiado alto como para alcanzarlo y aún si lo lograba le habrían faltado cuatro pisos más. Zameer, por su parte, intentó establecer contacto con el resto de su escuadrón, sin éxito, obviamente, así que recogió sus armas y se paseó por la sala en busca de una puerta o algo que los pudiera sacar de ahí.

Dina midió cada movimiento de Zameer, lo miró de reojo y con desconfianza a una distancia prudencial. Había encontrado su rifle y lo mantenía colgado a su espalda, lista para tomarlo al menor indicio de que el sangheili quisiera atacarla. Por otro lado, Zameer se acostumbró rápidamente a la presencia de la spartan, no le prestó demasiada atención ya que no la consideró una amenaza seria, por lo que actuó con total libertad cerca de ella.

—Espero que mis soldados nos encuentren pronto —dijo Dina luego de registrar el lugar en busca de alguna puerta sin poder hacer mucho, ya que su vista seguía borrosa y, en su estado, no habría podido ver en la oscuridad sin una linterna, cosa que no tenía su traje (no la necesitaba al tener una vista tan desarrollada). Pudo haber usado la linterna del rifle pero necesitaba ambas manos libres para remover escombros.

—El único acceso está bloqueado —le informó Zameer, quien estuvo revisando el lado opuesto de la habitación —. Son aproximadamente cinco metros de roca y metal, si tenemos suerte.

—¿Sabes algo? —Dina estaba urdiendo un plan —. Los de tu especie saltan muy alto.

—¿Y? —dijo Zameer como si Dina no hubiera podido decir algo más obvio.

—Si saltas y te sostienes del borde del agujero del piso superior podrías subir y, claro, subirme a mí.

—Es demasiado elevado para alcanzarlo de un salto.

—Entonces yo te daré el impulso que haga falta —sentenció Dina —. Me subiré en este montón de escombros, pondré mis manos así —Dina formó un escalón con sus manos entrelazadas —, tú corres desde el extremo de la habitación, saltas y en el momento preciso te empujaré hacia arriba con todas mis fuerzas. Con algo de suerte, estando más cerca de la superficie podrás contactar con tu equipo o bien encontraremos una vía despejada para ascender.

—Es una idea lo suficientemente buena —admitió Zameer —para venir de una humana —añadió con desdén. No se permitiría ser demasiado amable con un spartan.

—Veamos si eres ágil para saltar tanto como para hablar, salamandra —le respondió Dina mordazmente, esperando que Zameer no lo tomara personal.

—¿Qué es saladamanda? —preguntó Zameer mientras se encaminó a su puesto.

—Es sa-la-man-dra. Y es un chiste, no tiene lógica, pero se supone que es gracioso. Ahora entiendo lo que sienten los demás cuando terminan explicándome las cosas —se interrumpió Dina.

Zameer se despreocupó del asunto y se dispuso a seguir el plan. Tomó gran velocidad en el corto trecho que le separaba de Dina y, al saltar hacia el apoyo que había formado con sus manos, la spartan le empujó hacia el techo con fuerza sobrehumana. Zameer alcanzó a sujetarse del borde, apoyó los codos, subió medio cuerpo y luego las piernas. Había logrado salir.

—Excelente —exclamó Dina —¿Puedes enlazar con tu equipo desde ahí? ¿Ves alguna salida?

Dina esperó sin obtener respuesta. Volvió a llamar, no se escuchó otro ruido que el de las fuertes pisadas del sangheili por encima de su cabeza.

—Esto no puede ser bueno —gruñó Dina cruzándose de brazos —Ayudé a que un zealot escapara. Y mientras anda libre  yo estoy en un pozo sin salida, con hambre y una herida sin esterilizar, además de no alcanzar a ver más allá de un metro por delante de mí. ¿Acaso soy lo suficientemente confiada como para haber hecho semejante...

Fauve-114Donde viven las historias. Descúbrelo ahora