XIII. Lazos inconexos.

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—¡Trátame con respeto!

—¡Y usted no me oculte nada! ¡Desde que desperté todo ha sido mentiras y engaños!

Dina y Sullivan discutían a voz en cuello en la zona de contención, para ser más precisos, en la celda de Dina. Ella estaba de pie tras el cristal de seguridad mirando a Sullivan con rencor, erguida cuan alta era. El capitán, por su parte, mantuvo los brazos cruzados y una expresión severa.

—Dejemos el tema de los misterios a un lado, no he venido por eso y lo sabes.

—Ya le he dicho que yo no inicié la pelea, ¡ellos arrojaron la primera piedra! —dijo entre dientes, mascullando como cada que se enfadaba.

—No me importa. La continuaste y eso es peor que haberla iniciado —le reprendió Sullivan, tan molesto como nunca —. Con tu fuerza pudiste haberlos matado. Se supone que debes poner el ejemplo entre las tropas empezando por la tripulación de esta nave y lo único que has causado desde que despertaste son problemas y más problemas. ¿Tienes idea de la responsabilidad que cargas ahora que debes suplir al Jefe? No puedes andarte a la ligera, si el resto sigue el ejemplo que acabas de dar...

—Entonces no debieron despertarme —respondió Dina apoyando las palmas sobre el cristal, sobresaltando a Sullivan. Sonrió con ironía al ver la reacción del hombre —. Hasta usted me tiene miedo. Todos lo hacen. Tal vez tengan razón.

—Dina... —comenzó a decir Sullivan como si estuviera cansado de repetir la misma monserga.

—¡Ése no es mi nombre y lo sabe! —le interrumpió golpeando el cristal, su desesperación fue mas bien producto de la tristeza —Me dan nauseas de tan sólo de pensar que no soy capaz de recordar cómo me llamo... Ese no es mi nombre, ese no es mi nombre... Así me llamaba él.

Sullivan guardó silencio, acababa de oír algo que ignoraba en absoluto. Pero supo que si rascaba más sobre esa misma herida sólo estaría contribuyendo a empeorar el estado de la spartan. Dina se apartó del cristal y se tumbó sobre el suelo en el rincón más lejano de la celda, abrazando sus rodillas. Tan paranoica, tan fuera de sí. Tan hecha pedazos.

—Te quedarás aquí hasta que las cosas se calmen y la tripulación olvide lo acaecido —sentenció Sullivan antes de marcharse —. Será necesario que mejores tu conducta o todos en el Ra me obligarán a deportarte.

—Hágalo, da lo mismo —respondió ella con indiferencia —. No habrá papeleo ni demoras tratándose de alguien que no existe. Sólo le pido una cosa: transfiérame en estado de criogenia, como todas las otras veces que me han transferido. Ahórreme las despedidas.

Sullivan soltó un fuerte suspiro de frustración por no poder mantener una conversación decente. Salió del área de contención caminando frente a las celdas vacías, la única que estaba ocupada por la sargento era la última al final del largo corredor. Y fue la primera en usarse desde que construyeran el crucero.

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Pasaron dos días desde que Dina fue encerrada. En el Ra no se habló más del asunto y nadie pareció estar de ánimo para hacerlo. Un par de guardias resultaron heridos al meter la mano en el espacio destinado para las bandejas de alimentos, seguidos de dos más al otro día pues, al haber hecho comentarios sobre lo salvaje que había sido y luego abrir la ranura para darle la charola, Dina sacó el brazo, sujetó a uno por el cuello y lo usó para golpear al otro guardia. Luego de eso no hubo más incidentes. Mucho menos más voluntarios (u obligados) para llevarle la comida.

Excepto uno.

—Denme de alta —exigió con voz firme.

—Lo siento, señor Ivanoff, pero no puedo dejar que se...

Fauve-114Donde viven las historias. Descúbrelo ahora