Después de este episodio entrañable y familiar, conocí a Jesús en la plaza del Reyde Barcelona. Era un chaval bajito y de lo más agradable que destacaba por tenerunas posturas de gran calidad a precio de escándalo. A base de pillarle tate, nuestrarelación comercial derivó en una estrecha amistad que nos llevó a compartir buenosmomentos.El punto de inflexión llegó cuando casualmente presencié cómo un grupo decalorros le intentaban dar el palo. Era una situación extrema para el pobre chaval yno dudé en ponerme a su favor para equilibrar la balanza. Pese a que los agresoresnos superaban en número, tuve la poca cabeza de liarme a tortazos con ellos. De puracoña salieron por piernas, aunque supongo que también influyó el hecho de quesacara a tomar el aire uno de los revólveres del 38 que me había quedado de la ventacon Estefanía.Después de verles correr y girar la calle entre amenazas y todo tipo deimproperios, Jesús se empeñó en agradecerme el favor invitándome a su queo. Estabadecidido a obsequiarme con una postura de hachís que reservaba para ocasionesespeciales, y yo, desde luego, no supe negarme.A partir de ese episodio, siempre que bajaba al Gótico, no lo hacía para pasearmepor sus sugerentes calles, sino para dirigirme directamente al domicilio de Jesús, ypillarle algo de goma. Aquel tipo vivía con su hermana Silvia y el novio, que era undesagradable punki que siempre estaba en todos los fregados y no dejaba de metersedonde no lo llamaban.Hasta conocerles, jamás había sucumbido al poder de la aguja hipodérmica. Perono adelantemos acontecimientos. Esta vez, aprovechando que mis padres me habíanlargado, el piso de Jesús se convirtió en uno de mis improvisados refugios, en el quehacía base cuando no quería que nadie me pidiera explicaciones. A veces pernoctabaen aquella casa, y otras, en aparthoteles u hoteles de la ciudad, apañándomelas parapillar algo de dinero y un lugar donde recargar pilas.Silvia, la hermana de Jesús, era unos años mayor que él y una yonqui de muchocuidado. Pese a que me llevaba de lujo con ella, no cuajé en absoluto con su chico.Entre rockers y punkis jamás ha existido buena sintonía, y deduzco que se debía aextrañas rivalidades juveniles y actitudes con las que uno se siente identificado queaquello no fuera bien.La afinidad con Jesús me llevó a considerarle un colega con todas las de la ley, yquizá por ello cuando necesitaba una china de costo él me la pasaba sin pedirme nada a cambio. La gratitud por lo del día de los gitanos se convirtió en un gran colegueoentre ambos, y aunque yo le pedía poco, él siempre se sobraba de lo lindo,ofreciéndome cantidades desmesuradas que apartaba de su propia mercancía. Tantoes así que al cabo de un tiempo se decidió a proponerme un bisnes mientrascompartíamos caladas de un gustoso canuto.Por lo visto, Jesús había echado sus propias cuentas y sabía que con sus clientesfijos podía vender mucho más chocolate del que estaba moviendo. El problema eraque no se sentía seguro yendo él solo a comprar una mayor cantidad, por miedo a quele robasen la mercancía o la guita. Para él, aquello podía convertirse en un negociomucho más rentable si aumentaba la producción, aunque los gastos del piso y laminuta diaria los cubría con lo poco que traficaba. Aquel chaval era todo unprofesional que solía pensar más rápido que los demás. De hecho, en su afán de hacerlas cosas como si de un narco profesional se tratase, Jesús tenía montado todo unsistema de prensas casero con el que confeccionaba las posturas y repartía lascantidades de hachís para la venta. Así que, después de detallarme los beneficios quesupondría un incremento de las ventas, me propuso que le hiciera de guardaespaldasy le acompañase a la zona de las casas baratas para conseguir una mayor cantidad dematerial.El plan era de lo más sencillo: Jesús tenía ahorrado suficiente dinero como paracomprar un alijo mayor, y yo solo tenía que cubrirle las espaldas para que más tardepudiera venderlo sin dolores de cabeza. Además, si todo salía según lo previsto, loscorrespondientes beneficios iban a repercutir en ambos bolsillos. La propuestaresultaba de lo más sugerente y, convencido por la cobertura que significa llevar unrevólver encima, acepté su propuesta.A partir de entonces, pasamos a formar un sólido equipo en el que Jesús realizabael trámite hablando en nombre de nuestra sociedad y yo me encargaba de que todosnos respetasen. Y, sorprendentemente, en poco más de un mes pasamos de vendercien o doscientos gramos de hachís a uno o dos kilos. En consecuencia, Jesús y suhermana decidieron trasladarse a un nuevo piso en los Apartamentos Aragón paraganar algo de espacio y comodidad.