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ETERNITY
[eternidad]

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En donde Luke preferiría estar en otro lugar menos en donde se encuentra.

O, en donde la familia de Luke no está de acuerdo de ciertas reglas que ha roto por amor.

•••

—Llega tarde.

Resistió la urgencia de soltar un sonido de fastidio. Porque, claro que era lo suficientemente inteligente para tener el conocimiento que había llegado tarde. Tenía un maldito reloj en su muñeca. Sabía que era tarde.

Simplemente, no le importaba.

—¿Planeas recalcarme mis errores o dejarme entrar? —fue lo mejor que pudo decir, cruzando los brazos sobre su pecho y viendo o la persona a través de la pequeña ventanilla de la puerta de metal.

—¿Contraseña?

—Tienes que estar jodiéndome, Albert —dijo, esta vez, sin ser capaz de filtrar el fastidio en su voz. El hombre tras la puerta solo le sonrió, casi haciéndole saber que estaba disfrutando esto.

—Lo lamento, joven Hemmings. Sabe mejor que nadie que, sin importar el cargo de las personas que vienen a este lugar, todos necesitan pasar por el mismo protocolo —dijo Albert, dándole una falsa expresión apenada. Porque, no había forma que pudiera convencerlo que él no estaba disfrutándolo.

—¿Mostrarte mis colmillos no es suficiente? —dijo, dándole una falsa sonrisa al hombre tras la puerta. Él rio falsamente, luego negar.

¿De qué mierda servía ser un maldito vampiro si ni siquiera era capaz de ingresar a un lugar lleno de ellos con solo mostrar su dentadura? ¿Tan buenas se habían vuelto las personas de este siglo para fingir ser uno? Increíble.

—Protocolos, joven Hemmings.

Se metería en unos grandes problemas con su padre si seguía atrasando la forma de su llegada. No era como si él fuera a estar ahí para comprobarlo, pero siempre habían ojos y miradas encima suyo a donde fuera que vaya que le informarían a su padre cada uno de sus movimientos.

Era completamente irritante.

Al menos, debería encargarse que alguno de sus tantos hombres lo ayudara a memorizar estas malditas contraseñas. Porque, cambiaban cada año, y para este punto era casi imposible memorizarlas.

Por suerte, la aplicación de Notas de su teléfono siempre era su plan B.

—Amor animi arbitrio sumitur, non ponitur —dijo, leyendo las palabras en la pantalla de su teléfono —. Que elijan frases en latín no los hacen más geniales —agregó, a lo que Albert rio.

—Dígale eso a su padre.

Esas fueron las palabras de Albert antes de cerrar la pequeña ventanilla para comenzar a abrir la gran y pesada puerta de metal que parecía ser una maldita bóveda de banco.

Luego, Albert estaba haciéndose a un lado, haciendo un ademán para que ingresara al lugar, mientras las palabras "Bienvenido" salían de sus labios. Resistió la urgencia de blanquear los ojos ante la falsa cortesía.

Sabía que la mayoría de las personas en este lugar no soportaban su presencia.

Si su padre estuviera aquí, también sería una de ellas.