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Todos teníamos distintas pasiones, distintos gustos, diferentes sueños y metas. Pero sobre todo, tenemos distintos destinos, es solo que en el de ellos estaban reservados uno para el otro.

Y saben qué? eran tan contrarios, eran tan diferentes, tan opuestos. Él un boxeador alardeante, presumido, brusco, abusivo, antirromántico, sangrón. Y ella pura calma, pura ternura, ordenada, respetuosa, inteligente, trabajadora, de aspiraciones muy altas, pero con el carácter perfecto como para poner a cualquiera en su lugar. Sus vidas chocan inesperadamente y todo se sale de control.

Eleonor con tan solo 22 años trabajaba como encargada de una librería, ella ama los libros, es una empedernida de las grandes historias románticas y sueña con un amor bonito, uno que no le llegó como ella pensó. Sin embargo, aún vive con sus padres y su hermano Michael, un chico que desde muy pequeño es perseguido por sus padres para que cambie. En esa familia tan solo Eleonor es el orgullo, luego su otro hijo es solo un dolor de cabezas.

—Que no puedo estar metida en estos lugares, que se me eriza la piel cada vez que entro a esta ratonera—

Era la segunda vez que Eleonor asistía a ese agujero en busca de su hermano. Estaba cansada de la misma situación, sin embargo, ahora se quejaba de venir, pero estaría ansiosa por visitarlo más adelante. No sabe lo que le espera.

—No voy a entrar allí otra vez, Eleonor. El día que vinimos casi nos violan, tu hermano no se merece que le busques— su amiga Madeline, quien siempre le apoyaba en cada mínima cosa se negó a entrar a aquel antro.

—No lo hago por él Madeline, lo hago por mi mamá. No te preocupes que yo iré por él, tú espérame aquí — sin esperar a que su amiga le contestara ella se bajó del coche decidida a ir por su hermano.

Caminó por aquel callejón de poca luz hacia la puerta escoltada por un tipo que parecía un simio, bien grande, moreno, de pelo rizo y brazos cruzados.

—¿A dónde crees que vas? No se aceptan menores— su áspera voz la hizo querer revolcarse en ese instante. Uno de sus mayores problemas es que para muchas personas ella parecía una niña, era muy pequeña, media cinco pies con tres pulgadas y su rostro inocente no le ayudaba mucho.

Eleonor, sin rechistar, sin emitir palabra alguna; de su bolsillo trasero sacó su tarjeta de identificación y se la mostró al escolta, quien haciendo muecas la dejó pasar.

Aquel hedor a sudor combinado con sangre golpeó su nariz. El fuerte bullicio la hizo querer cubrirse sus oídos, la gente gritaba mientras veían a dos hombres matarse a golpes en el ring de boxeo. Ella no le encontraba la diversión a esta actividad. Desparramaban cerveza en el aire, apostaban dinero y las prostitutas hacían su trabajo. El estómago de Eleonor se revoloteaba ante el mal olor del cigarro. Como pudo se escabulló entre el montón de gente y sin darse cuenta terminó metiéndose en un pasillo de poca iluminación donde podía escuchar su propia respiración pesada, agitada, algo temerosa por con lo que se podría encontrar.

—¿Qué haces aquí? Esta es solo el área para boxeadores, a menos que seas una de las prosti...— uno de los Second (Persona que no es el entrenador, pero que asiste al boxeador durante el descanso entre asaltos) asustó a Eleonor dentro de aquel pasillo incluso con eco, ella ni siquiera lo dejó terminar.

—No, no soy una prostituta— se cruzó de brazos y lo encaró. Ella pensaba que era de muy mal gusto esa manera de distinguir. —Busco a Michael— le dijo a sabiendas que era el único hombre a quien podía preguntarle justo en ese momento.

—No conozco ningún Michael— fue lo que apenas le contestó con su semblante duro.

La pelirroja lo miró enojada, observando como ese hombre se la comía con la mirada y le importaba un pepino por quien le preguntaba.

La nena del boxeadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora