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Ever.

—Me gusta esta— tomó una camiseta de mi closet después de mirar cada una y por fin escoger la que se pondría para dormir esta noche.

Yo la miraba sentado en el borde de la cama, tenía ganas de decirle <<De todas formas te la voy a quitar>> pero en realidad hoy me iba a controlar con ella. No quería que aunque su cuerpo me tentara, yo no pudiera pasar una noche con ella solo de mimos.

¿Qué dijiste Ever? ¿"Mimos"?, ahora utilizas un vocabulario tan como el de ella.

—Déjame ponértela — le miré sonrojarse.

—¿Qué? —me preguntó aunque escuchó perfectamente.

Gruñí.

—No me digas que tienes vergüenza de mi —ella ladeó su cabeza y apretando sus labios solo se sonrojó más.

—Un poquito—

—Pues déjame mostrarte por que no debes de tener vergüenza de tu cuerpo delante de mí, ni dudar de ninguna prenda que quieras usar. Usted es perfecta, lo voy a confirmar otra vez — ella sonrió de manera preciosa, levantando sus brazos para que le sacara la blusa que llevaba puesta.

Mordí mis labios al ver cómo podía cambiar de parecer a mi chica con tan solo hablarle, hacerla sentir segura es mi pasión.

Deslizando mis dedos por su blanca barriga le saqué la blusa con cuidado. Admiré lo lindo que le quedaba llevar un sostén rojo hoy, el mismo que le quedaba perfecto al recoger sus senos de manera espectacular.

—Mira que lindo esos lunares — señalé con la punta de mis dedos una fila de lunares en su seno derecho.

—Yo tengo muchos lunares y tú muchos tatuajes — me dijo mirándome acariciar su pecho.

—Pero tus lunares son más lindos que mis tatuajes, tú eres completamente natural y eso me fascina — miré sus labios, sus ojos, sus pequitas en su nariz... estaba totalmente enamorado de esta niña.

—Me haces sentir tantas cosas cuando estoy contigo, que entonces cuando no estás me siento nada— tomé su rostro entre mis manos.

—Conmigo o sin mi debes debes de sentirte la más hermosa de todas — besé cortamente sus labios y de inmediato bajé mis manos al botón de su jeans. Volví a sentarme en el borde de la cama y poco a poco le bajé los pantalones hasta sacárselos.

Me dediqué a mirarle. Tuve que volverme a poner de pie. Retiré su cabello todo hacia atrás, lo peiné con mis manos y lo vi reposar en su espalda baja. Ese rojizo que me volvía loco con su muy blanca piel a falta de un poquito de sol. Era como la leche y eso me provocaba a marcarla con nalgadas en ese gran trasero que me encanta.

Con astucia y mucha delicadeza jugué con el látigo de su braga y lo acaricié como si lo fuera a quitar. Pude notar de inmediato su piel erizarse y su cuerpo estremecerse. Hice a un lado su melena y dejé un beso en su cuello escuchándola suspirar con profundidad. Cerré mis ojos ahí, apegado a ella, pasando mis manos por su barriga, envolviéndola de calor mientras respiraba su aroma.

Y me sentía como un navegante explorando aguas nuevas, así como el que nunca ha visto y puede ver por primera vez, como el que nunca tuvo paladar y conoció el sabor de la comida... me sentía distinto, nuevo, alguien más... pero sobre todo conocía una parte de mí de la que no tenía idea. Yo no era capaz de asimilar del todo que tenía un lado dulce y sensible... o bueno, en realidad mi debilidad era ella. Estuve con varias mujeres en la cama pero ninguna me incitaba a abrazarla y amanecer con ella, mientras que a Eleonor no quisiera soltarla y aunque sienta que la quiero toda para mí, no quiero asfixiarla.

Ella disfrutaba cada cosa que en su cuerpo hacía. Yo era consciente de que para ella los roces, las caricias, los besos en las zonas sensibles, que la vieran completamente desnuda, todo eso era nuevo en su vida, simplemente también se disfrutaba su misma reacción corporal ante mi mano en su piel.

—Vamos— carraspeé tomando la camiseta en mis manos para que subiera los brazos.

Si continuaba con las caricias y la situación que yo mismo había montado, era probable que no termine pasando una noche tranquila con ella.

—Quítame el sostén, odio dormir con el puesto— me pidió.

La miré a los ojos, tragué en seco y asentí.

<<¿Acaso quería que se despertara mi salchicha o buscaba torturarme?>>

—Como diga la nena— con agilidad llevando mis manos al broche de la parte trasera del sostén, le quité la prenda en un dos por tres. Miré sus senos salir libremente de la tela, esas mamas perfectas, redonditas de las cuales mis manos disfrutaban tocar y mis ojos ver.

—Ya pónmela— sonrió al verme embobado.

Aterricé nuevamente y colocándole mi camiseta la noté divertirse con gran alegría.

—Te queda fantástica, ahora vamos a la cama— le miré asentir.

¿Se imaginan yo diciéndole esto todas las noches?, aunque creo que hoy está de buenas porque de lo contrario ya me hubiera dicho que no es una mascota como para que le dé órdenes.

Al acostarnos ella se refugió en mi pecho. La envolví con mis brazos y le besé la frente.

—Espero que puedas perdonarme por lo de hoy. Te juro que me voy a sentar hablar con Michael sobre lo nuestro y también se lo contaré a mis padres. No quiero que nuestra relación se vea dañada por más mentiras. Además, tu no mereces esto ni eres hombre de fingir. Si tan solo pudieras verte desde mis ojos, te darías cuenta de lo importante que eres para mí. Hoy escucharte hablar delante de tu madre me ha hecho darme cuenta de que eres mucho más de lo que muestras, que a veces eres muy callado pero cuando hablas sorprendes y yo me siento enloquecida por ti, no solo por tu manera de hablarme, de tratarme, de quererme, sino por lo que has hecho para adaptarte a mí. Has cambiado por mí, has decidido ser otro, has optado porque aunque ser rudo es tu pasión, no me harías daño, no me lastimarías y eso habla por mil años de ti. No me quiero ir de aquí nunca, tus brazos son mi lugar favorito, Ever—

La nena del boxeadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora