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Ever.

El viento despeinaba su cabello rojo, la miraba lentamente porque no podía hacer otra cosa mientras la tenía junto a mí. Mis ojos no querían dejar de observarla, no podían.

La había traído a tomarnos una malteada al parque de diversiones. Si, un lugar que habían abierto recientemente con juegos mecánicos. Ella y yo nos decidimos por caminar por todo el lugar hasta detenernos en una mesa debajo de unos arbustos.

—Me imagino que como soy una nena por eso me trajiste al parque — una de sus cualidades que más me gustaban era que le encantaba tentarme.

—¿A donde querías que te llevara? ¿A una cabaña? — ella río a carcajadas.

—¿Por qué tan rudo? — me preguntó a la defensiva.

—Yo nunca había venido al parque con ninguna chica, Eleonor. Háblame de ti, no solo eres una nena malcriada, déjame saber que más eres aparte de lo que dejas ver— estaba interesado seriamente en ella.

—¿Qué es lo que dejo ver? — no se cansaba nunca de cuestionarme.

—Te ves muy tierna y dulce aunque seas toda una cascarrabias — la primera vez que la vi en aquel pasillo desorientada buscando a Michael pensé que era una nena ingenua, por eso la molesté, porque tenía una carita muy inocente, desprendía mucha delicadeza y se me hizo imposible no querer joderla o asustarla, pero creo que me salió el tiro por la culata, resultó tremendo mujerón, tremenda leona que me desafió sin ni siquiera imaginarse que era un boxeador. Pequeñita pero muy grande a la vez.

La miré sonreír ante mi respuesta. Si la vieran, tiene la sonrisa más pura que he visto en toda mi vida. Sus idénticos alineados y muy pequeños como si fueran de leche. Sus labios carnosos, su melena cobriza que tanto me llamó la atención desde que la vi. Esos ojos verdes que me matan y que disfruto ver agrandarse cuando discute conmigo... mierda comencé hablándoles de su sonrisa y ya me fui a dar detalles de ella completa. Joder que me gusta mucho esa chiquilla.

¿Y saben qué? ese día cuando la besé me emputé, me causó mucha rabia porque estaba siendo dominado por una nena de cinco pies y tres pulgadas como mucho. De un rostro dulce y muy inocente cuando a mis pies he tenido mujeres maduras incluso mayores que yo, ácidas, extravagantes y de mundos bajos. Yo mismo me quise golpear cuando vi que no pude controlarme y terminé besándola. Entonces desde allí ya me amarré yo mismo, me hechicé. Por ese primer beso me convencí de que quería todo de ella.

—Muchas gracias, en realidad si soy muy tierna. Tan solo soy cascarrabias con quien me hace perder los estribos— me hizo sonreír. Con ella perdía la cuenta de cuantas veces aflojaba los músculos. Joder, que no era de risitas y ella me traía de carcajadas. —Trabajo algunas veces en la mañana siendo encargada de una librería y estudio en la tarde literatura inglesa. Muchas otras veces es al revés pero casi todos los días mi vida es monótona. Trabajar y estudiar, pocas veces salgo, tengo un vínculo muy cerrado que solo se basa en mi mejor amiga Madeline. Soy una nena de su casa, señor boxeador— lo mejor era su manera de hablar, su suave voz la cual ella trataba de volver gruesa cuando discutía, pero no le salía a la perfección, ella no había nacido para ser grotesca o dura.

—Entonces es cierto que eres una aficionada de los libros, trabajas en una librería, lees, y estudias literatura. ¿No escribes de casualidad? — me sonrió ampliamente y negó con la cabeza.

—No, no escribo y sí, estoy perdidamente enamorada de los libros—

Así quiero que se enamore de mí, perdidamente.

—¿Y por qué no escribes? Harías las escenas de discusión muy buenas— la escuché reír.

Podía jurar que era la primera chica que se reía conmigo.

La nena del boxeadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora