¿Suerte o Destino?

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Tessa eligió aquel momento para gritar a todo pulmón. Quienes estaban a punto de abalanzarse sobre mí se detuvieron unos instantes y dirigieron una mirada confundida hacia el techo.

—¿Matarla salvará nuestras vidas? ¡No sean idiotas!

—¡Tú serás la siguiente! —amenazó una de las chicas sacudiendo su espada hacia Tessa.

—Morirás antes de siquiera intentarlo —bufó Tessa—. Nuestra única oportunidad es trabajar juntas. Allí se encuentra una carreta, si la cargamos con esos sacos de grano y la empujamos hacia la puerta, podremos atravesarla.

Dirigí mi mirada hacia donde Tessa señalaba. En efecto, al fondo del corral se encontraba una carreta y justo a su lado, varios sacos de aspecto pesado. Tomé aire y mi cabeza dio vueltas, si íbamos a hacer esto, teníamos que hacerlo ahora. Empujé a las chicas y corrí en dirección a la carreta. Var se unió a mis esfuerzos y pronto ambas nos encontrábamos apilando sacos. Inspiradas por nuestro rápido actuar, o quizás llevadas por un chispazo de razón, las demás se unieron a nuestros esfuerzos.

Mis ojos ardían y mi pecho dolía, cada nueva bocanada de aire se encontraba más caliente que la anterior. Respirar era como tragar brea con cada inspiración. Por suerte, el deseo de vivir pudo más. Empujamos la carreta como una sola fuerza, era el ejemplo vivo del trabajo en equipo. Judithe se había esforzado en explicarlo, incluso lo habíamos practicado como cohorte, pero jamás lo habíamos vivido como en ese momento.

El primer paso fue el más duro, los siguientes fueron sencillos. Tomamos velocidad conforme nos acercamos a la puerta. El relincho de los caballos desapareció de mis oídos, incluso los gritos lejanos de las personas que empezaban a agolparse en el exterior del establo. Por un segundo temí por quienes estuvieran detrás de la puerta, se llevarían un buen golpe. Sin embargo, era demasiado tarde, la puerta se acercaba más y más.

Un crujido y un doloroso impacto en nuestros brazos y manos después estábamos libres. La puerta cedió a nuestra fuerza y una bocanada de aire fresco fue el mejor premio que pudimos recibir. Mis piernas cedieron y caí al suelo. Nunca había valorado lo importante que era el aire y no lo olvidaría en un tiempo cercano. Era como comer después de pasar días de hambruna, como beber después de tener sed, pero mucho mejor. Era recibir vida y alejarse de la muerte con cada inspiración.

—Los caballos —tosió Tessa. Como pudo abandonó mi diestra para regresar a trompicones al establo. Algunos aldeanos siguieron sus pasos. Traté de seguirla, pero mis piernas se negaban a obedecer mis órdenes.

—Supongo que es mucho más valiente que nosotras —jadeó Var. Se encontraba frente a mí, desmadejada sobre el suelo y con el rostro enrojecido por el calor y cubierto de hollín.

—Debemos seguir al grupo principal y denunciar a Beyla —escupió una chica a mi lado. Luego me dirigió una mirada avergonzada y murmuró—: Lamento mi actitud, de no ser por esa chica en tu equipo, ahora estaríamos muertas —recordé entonces que era una de las que me rodeaba y exigía mi muerte. Deseé ser cortante, odiarla con todo mi ser por su idiotez, pero no pude, justo ahora esa no era la prioridad. Miré a mi alrededor, muchas de las guerreras estaban heridas, agotadas o bien, demasiado alteradas por la situación como para ponerse en marcha de inmediato.

—Descansemos esta noche aquí y marchemos mañana. Algunas chicas necesitan de un médico.

—Buscaré a alguien —aseguró ella—. Soy Kalyca, —tendió su brazo en mi dirección—, espero que podamos empezar de nuevo.

Le devolví el saludo por la paz, no porque sintiera que de verdad merecía mi perdón. Era una idiota más, una chica llevada por las creencias de nuestra tierra. Alguien que consideraría a una persona libre de esas cadenas como alguien cobarde, como alguien de segunda.

El Último LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora