Tedio

520 46 76
                                    

Pasados los primeros días de navegación, todo pareció caer en una rutina singular. Si, era entretenido ver a las marineras subir y bajar por las jarcias y contemplar las maniobras, pero eso era lo único que rompía la monotonía ¡Incluso había un patrón en los movimientos del barco!

—Arriba, abajo, estribor, babor —recité por milésima vez desde mi litera. Erika escribía con voracidad en su escritorio. Mis palabras y el rasgar de su pluma eran lo único que se escuchaban en nuestro camarote y empezaba a enloquecerme.

—Axelia, aprecio mucho tu compañía y protección, pero si te escucho describir el movimiento de Gisli una vez más... —Su amenaza quedó en el aire cuando una nueva idea llegó a su mente.

—¿Qué puede atacarte en este lugar? ¿Tu escritorio? —inquirí luego de un rato. Erika bufó ante la interrupción y clavó su mirada en mí.

—¿Sabes? Tienes razón. Nada puede atacarme aquí ¿por qué no vas con tus amigas y se divierten un rato? No están de guardia ahora.

Era toda la motivación que necesitaba. Me levanté de un salto como si fuera llevada por una explosión de pólvora, tomé sus hombros y planté un gran beso en su mejilla.

—¡Gracias!

Solo cuando llevaba media cubierta recorrida y una feroz ola empapó mi espalda comprendí lo que había hecho. Bueno, suspiré mientras escurría las mangas de mi camisa, no se había quejado ¿o sí?

Al bajar al puente me encontré con un espectáculo interesante. Las artilleras se encontraban junto a los cañones. Las hamacas estaban recogidas junto a las portas de los cañones, como si de parapetos se tratase y a la orden de una de las tenientes, Freia, a juzgar por su complexión delicada y cabello ondulado. Gritaba órdenes a todo pulmón a las artilleras, quienes las seguían al pie de la letra, cargando, descargando y preparando los cañones.

—¿Disfrutando de la vista? —Lois pasó un brazo por mis hombros y descansó su peso en mi—. ¿Sabes por qué trabajan sin camisa?

—¿Mmm por el calor y porque solo somos chicas aquí? —inquirí. No había notado aquel detalle, no era una pervertida como mi amiga, al contrario, y no iba a apreciar la desnudez de mis compañeras de viaje si esta se debía a algún trabajo en especial. Yo misma me sentía con ganas de tirar mi suave camisa de seda muy lejos de mi cuerpo, el puente se sentía tan húmedo y caliente como un baño de vapor.

—No, porque en caso de una batalla, vuelan muchísimas astillas y es mejor que entre una limpiamente a tu piel a que lo haga con un trozo de ropa sucia.

—Oh, vaya ¿de dónde viene tanta sabiduría? —pregunté con jocosidad—. No eres de las que suelen preocuparse por esos asuntos.

Para mi sorpresa, Lois solo se sonrojó y desvió la mirada. Su gesto alimentó mi curiosidad, así que pellizqué la piel de sus costillas hasta que entre risas me confesó su nuevo secreto.

—¿Así que estás subiendo de categoría? ¿De acosar inocentes grumetes de doce años a visitar la guarida de la doctora de a bordo?

Lois lucía cada vez más nerviosa y agitada. El sonrojo en sus mejillas y el repetitivo acto de acomodarse el cabello de lado a lado gritaban por ella.

—Las noches en el mar son solitarias —respondió por fin—. Y la doctora de a bordo tiene su propio camarote. No es cómodo estar con alguien y compartir el momento con otras 50 almas.

—No te tomé por pudorosa.

—Estoy llena de sorpresas —suspiró—. Aunque solo es algo temporal, quiero decir —sus ojos se perdieron un momento en las acciones de las artilleras—, no es como si fuera a durar para siempre.

El Último LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora