De nuevo al mar

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Erika y yo trastabillamos y resbalamos con cierta violencia mientras subíamos la estrecha plataforma para abordar el barco. Nuestro equipaje para aquel nuevo viaje era voluminoso, lleno de abrigos y algunos alimentos extras en conserva, en especial dulces, e insistíamos en tratar de subir tomadas de la mano.

Por suerte logramos abordar antes de sufrir un severo accidente y caer a las aguas heladas que nos esperaban debajo. Agatha nos miró con desaprobación, pero no comentó nada y con un gesto de su mano indicó a las marineras que llevaran el equipaje a nuestro camarote.

Esta vez me quedé a observar las cuidadosas maniobras necesarias para dejar atrás el muelle y arrojarnos al mar. Pequeños barcos con remos tiraron de nosotros y cuando nos encontramos a una adecuada distancia, las veleras se encargaron de su trabajo. Antes que pudiera maravillarme por la delicada y atenta coreografía, un silbido anunciaba nuestro zarpe, un soplo de viento hinchaba nuestras velas y nos arrojaba a las heladas aguas del norte.

El casco de nuestra fragata rasgaba las olas con facilidad pasmosa, brincaba sobre ellas como si no fueran más que pequeños montículos carentes de poder. Allí, junto al mascarón de proa era imposible no sentirse poderosa, toda una diosa con el poder de dominar el mar y llevarlo a obedecer cada uno de tus comandos.

—Hermoso ¿No es así? —Erika me abrazó por la espalda, regalándole a mi cuerpo una muy ansiada calidez.

—Es maravilloso —susurré. Mi voz debió de transmitir toda la emoción que nacía en mi corazón con cada uno de sus latidos pues lo siguiente que sentí fue un gran beso contra mi sien.

—Me encanta que lo veas así, me encanta compartir esto contigo.

Las noches eran demasiado heladas para dormir con comodidad, pero no importaba. No cuando tenías un cuerpo cálido con el cual compartir litera. Nuestras caricias y besos se perdían en el suave balanceo del barco, en ocasiones Erika acompasaba sus movimientos a este, llevándome a la locura y la desesperación más dulce. Amaba hacerme esperar, deleitarme con sus manos, su boca, su cuerpo, solo para dejarme al borde del abismo una y otra vez, hasta que encontráramos una ola tan grande que, al caer de ella, se llevara mis gritos y emociones desbordadas.

Por supuesto, aquello no podía durar, el frío pronto se hizo más acuciante y la idea de deshacernos de nuestra ropa, aún bajo las capas de piel y lana que formaban nuestro refugio, era insoportable. Aun así, nos las arreglábamos para demostrarnos nuestro amor, para abrazarnos y perdernos por un instante en aquella calidez que desprendían nuestros cuerpos.

Las noches también se superaban mucho mejor con amigas. Erika superó su reticencia inicial y pronto empezó a compartir con Lois, Rhoda, Fannie y Agnes. Reunidas bajo la cúpula celeste las estrellas eran testigos fieles de nuestras conversaciones.

—El cambio es inevitable —dijo una vez Erika entre tragos del licor de bayas que había «tomado prestado» de la cocina.

—No sé si estoy lista para él —confesó Rhoda—. Quiero decir, es difícil imaginar Calixtho y Luthier compartiendo como reinos hermanos.

—Compartimos creencias, aunque no lo creas, ellos malinterpretaron las suyas durante años —repuso Hallie—. No es tan descabellado una vez que logras dirigirlos en la dirección correcta —Besó la coronilla de Lois y cerró sobre ellas la gruesa cobija de piel que compartían.

—Si lo piensas, no deja de ser una victoria de guerra —apuntó Agnes—. Los vamos a gobernar hasta que sean capaces de hacerlo por su cuenta sin oprimir a nadie más.

—¿Quién nos nombró libertadoras del mundo? —inquirí luego de un instante de silencio— ¿Quién nos dio la potestad de intervenir sobre las vidas de los demás de esa forma? ¿Quién dice que tenemos la superioridad moral?

El Último LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora