Decisiones difíciles

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Permanecimos al resguardo de la oscuridad y la escasa vegetación hasta que dejamos de escuchar aquel retumbar que helaba los huesos y paralizaba nuestros espíritus. Algunas habíamos desenvainado nuestras espadas y las abrazábamos con fuerza contra nuestros pechos, de alguna manera ese simple gesto nos hacía sentir más seguras.

Aun cuando los estruendos cesaron, decidimos permanecer ocultas unos instantes más, no estábamos seguras de avanzar. ¿Y si los atacantes se encontraban saqueando la zona? Acercarnos nos convertiría en su blanco.

El penetrante aroma de la orina y el sudor nos rodeaba, el miedo era nuestro peor compañero y sin embargo, nos había mantenido con vida hasta ese momento. Kalyca resopló a mi lado y estiró los brazos por encima de la cabeza, algunas chicas empezaron a imitarla y a moverse un poco más, supe que era momento de avanzar.

—Bien, vamos —ordené en un susurro—. Hagan el menor ruido posible, trataremos de pasar desapercibidas.

Murmullos de aprobación y aceptación rompieron el gélido silencio que nos rodeaba y pese a la oscuridad pude notar que las chicas esperaban que yo diera el primer paso. Tragué el nudo que había hecho de mi garganta su hogar y obligué a mi pierna derecha a moverse, le siguió la izquierda. Era como vadear en arena movediza. Mi mente no paraba de gritar que no deseaba morir y que lo mejor era dar media vuelta y buscar la seguridad de algún poblado cercano.

Envainé mi espada y levanté el mentón, ahora era la líder. No podía permitirme tales pensamientos, debía ser valiente y avanzar. Debía dar el ejemplo.

Dimos un pequeño rodeo para acercarnos a la fortaleza desde uno de sus laterales. La zona se encontraba llena de vegetación y avanzar en la oscuridad era difícil, sin embargo, valía la pena por la seguridad que nos ofrecía. Conforme avanzábamos, el ambiente se tornaba más pesado, pronto el olor de la madera y la paja quemada inundó nuestras narices y el viento empezó a arrastrar ligeros gemidos y gritos marcados por el pavor y la urgencia. En cuanto llegamos a los límites de la vegetación levanté mi brazo y las chicas que me seguían se detuvieron de inmediato, ocultas detrás de los arbustos obligamos a nuestros ojos a adaptarse a la penumbra de las antorchas. Necesitábamos comprobar la zona, incluso si eso implicaba la muerte de alguien que necesitara ayuda, no podía arriesgar a mi equipo.

Poco a poco el lugar se reveló ante nosotras, cráteres de todos los tamaños mancillaban el suelo y desde ellos se elevaban columnas de un humo tan espeso y acre que pronto nuestras gargantas empezaron a arder. Para nuestra desdicha, eso no era lo peor, agucé la vista y pude ver una veintena de cuerpos desperdigados en el terreno, quizás había más, quizás menos, aquí y allá algunas figuras oscuras corrían entre ellos.

—Son guerreras de la frontera, mira sus capas —susurró Var a mi lado.

—¿Quién pudo hacer algo así? —siseó Kalyca.

—No lo sé, pero en nuestra posición no lo averiguaremos. Debemos acercamos y ofrecer nuestra ayuda —dije con firmeza. Mi corazón latía con fuerza, podía sentirlo golpear contra el gambesón y el interior de mi armadura, posé una mano sobre él y avancé con lentitud hacia la fortaleza.

No recibimos una advertencia ni una voz de alto, una prueba más de lo desesperadas y heridas que se encontraban las veteranas guerreras. Conforme avanzábamos el olor del humo se hacía más intenso y pronto se sumó uno más: el aroma de la sangre y la desgracia humana. Algunas chicas a mis espaldas empezaron a rebuscar con desesperación en sus alforjas y cinturones, las más afortunadas encontraron pañuelos de buen tamaño para atar alrededor de sus cabezas, las menos afortunadas nos limitamos a tragar la bilis que subía a nuestras gargantas o bien, a expulsarla con disimulo.

En cuanto alcanzamos el campo de batalla nos vimos arrolladas por una imagen que se grabó a fuego en nuestros corazones. Eran las consecuencias de una batalla, el atroz final que le esperaba a las guerreras que luchaban con arrojo por su reino, el destino más glorioso al cual podíamos aspirar. Contuve un gemido y una arcada, ¿acaso esto era el máximo honor? No lo parecía. Morir en pozos de mi propia sangre y tripas no era lo que aspiraba y, aun así, ¿qué más podía ansiar? Era una guerrera ahora.

El Último LegadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora