CAPÍTULO TRES

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Vivir de las apariencias es clave para la supervivencia de las personas influyentes. Muchas veces deben cuidar lo que dicen, hacen o dejan de hacer, incluso, si les es posible, cuidar lo que comen; eso engloba a las personas con las que duermes o mantienes una relación.

Poder estar con alguien debería de ser sencillo, pero no lo es cuando hay millones de billetes, propiedades y empresas en medio de todo. Entregar el corazón a una persona nunca es fácil, mucho menos al no saber si el amor es verdadero o un espejismo por el dinero. La vida es más llevadera con citas de una noche, sin embargo, eso ya no es posible para Xavier de Armas.

Amaba su vida como soltero hasta que se le presentó un viaje a Madrid para comprar una empresa; Joe lo envió a revisar la situación ya que él tenía otros asuntos por resolver. Fue entonces que, al salir del edificio en bancarrota, en un escenario improvisado en algún parque pequeño de la ciudad, una bailarina atraía la atención de los transeúntes. La sutileza de sus movimientos lo embelesó, parecía que volaba cada que daba un salto, que sus manos querían atrapar el oxígeno cada que se movían en el aire, y su largo cuello que se mostraba cada que curvaba su columna vertebral.

Al final de la presentación, de alguna manera se abrió paso hasta estar frente a ella, sus ojos se encontraron. Por unos momentos, todas las personas a su alrededor desaparecieron y solo existían ellos dos. Solo eran dos extraños que estaban experimentando una conexión que les hizo palpitar con rapidez el corazón. Estaban tan inmersos en su burbuja que no notaron a los oficiales que se acercaron a la artista callejera.

En la comisaría tuvo que hacer uso de varios contactos y pagar una cuantiosa suma de dinero por la libertad de la chica y no dejarla abandonada a su suerte por unos días en una celda. Quería conocerla más, volver a sentirse hechizado por la apariencia de su cuerpo flotando.

Y eso hizo durante toda su estadía en Madrid. Por las noches, después del trabajo de él y la universidad de ella, la veía bailar en el espacio vacío de la suite que rentó por los pocos días que se quedaría; sin darse cuenta, una semana se convirtió en ocho meses.

Por primera vez en mucho tiempo, Xavier se sintió vivo. Le gustaba verla por horas doblar sus piernas, saltar y mover sus brazos al compás de la música, como si cada nota estuviera recorriendo su piel. Marcela era como una flor de león, delicada, hermosa y que surca los cielos por una fuerte brisa. Ella se veía tan libre con cada giro que daba sobre sus dedos, que poseerla se volvió una necesidad.

Quería tenerla para siempre a su lado. Marcela tampoco se opuso a lo que estaba sucediendo entre ellos. Correspondió cada beso, disfrutó la caricia de las yemas de los dedos contra su piel; incluso deseó que sus grandes manos golpearan sus glúteos y apretaran un poco su cuello. Tantas cosas que hacía por él, pero no eran suficientes. Xavier necesitaba más. La amaba demasiado como para lastimarla con lo que le llenaba, aunque tampoco quería dejarla; sus fuertes sentimientos por ella le impedían hacer las maletas y tomar el primer vuelo a su casa.

Razón por la que ambos viajaron a América una vez Marcela se graduó. Ella dejó todo por él, y Xavier, por más que lo intentó, no pudo dejar atrás todo lo que lo satisfacía.

Marcela tiene su corazón, calienta su cama por las noches y se proyecta a futuro con ella; pero en el ámbito sexual... simplemente no puede marcar una piel tan inmaculada.

Besó la espalda desnuda de la mujer que podría ser el amor de su vida. Ella le sonrió a través del espejo, y levantó su cabello para que él atara las dos tiras del vestido detrás de su cuello.

—¿Te he dicho lo bella que te ves en el rosa? —le susurró, el aliento chocando en su nuca.

—Y en el negro, morado, azul, verde... Bueno, todos los colores.

La condena del señor XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora