CAPÍTULO VEINTICUATRO [FINAL]

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Se quedó muy quieta, sintiendo las hebras de la brocha de maquillaje deslizarse con suavidad por su rostro. Otra chica cepillaba y secaba su cabello. De reojo observó a un chico que pintaba sus uñas del mismo tono dorado que su vestido. Alguien más le colocó una gargantilla.

Se miró al espejo. El maquillaje solo le tapaban las orejas y le ponían color en las memillas y labios, así como también brillo en su nariz y pómulos. Sus pestañas se limitaron a enchinarlas y colocarle un poco de gel para evitar verme demasiado cargadas. Suspiró con el suave jalón que una de las chicas manipulando su cabello le hizo.

—Lo siento —murmuró demasiado rápido, cohibida. Los otros que la tocaban miraron detrás de ella, como quisieran arrancarle la cabeza a la nueva empleada.

—No me hiciste daño —la tranquilizó. Le regaló una sonrisa por a través del espejo.

—Busca los guantes —le ordenó una señora mientras ella se encargaba de hacerle un chongo, adornándolo con perlas de plástico.

Luna estaba nerviosa. No se le ocurría ningún escenario de lo que pasó por la mente de Xavier para arreglarla así. Quizás quiere demostrarle que vale la pena quedarse a su lado. Después de todo, conoce el lado lindo que le exponía a Marcela. También se lo dejó ver a ella por unos momentos, en su viaje a Brasil.

Tal vez sí existía un futuro prometedor para ellos. Una parte de ella se aferraba a esa posibilidad, después de todo, no tenía otras opciones. Sonrió a su reflejo. Se veía muy guapa. Podría enamorarse de ella misma. Se puso de pie cuando terminaron de anudar los listones del zapato. Se acercó al espejo y colocó la mano sobre él. Podía notar la raíz de su cabello castaño salir. Quizás ya era tiempo de volver a ser Luna Acosta.

Poco después de que los empleados la dejaron sola, Rafael apareció bajo el umbral de la puerta. Mantenía los brazos por detrás de la espalda, su semblante, como siempre, estaba inmutable. Sus ojos le dieron un rápido escaneo y asintió.

—El señor de Armas la está esperando, señorita Nankín.

Luna se acercó a él, pero no salió de la habitación. Rafael curvó una ceja, interrogante. Ella jugó con sus dedos antes de mirarlo.

—¿Crees que dijo la verdad? —indagó—. ¿Xavier quiere estar conmigo a tal grado de dañar o perder su amistad con mi padre?

Rafael observó hacia el pasillo, donde se cortaba en dos direcciones; Xavier estaba esperándolos en el salón de arriba, el que tenía vista al exterior de la mansión. Negó con la cabeza.

—No lo sé —confesó con una pizca de temor—. Su humor está bastante cambiante. Solo puedo aconsejarle ser inteligente y pensar bien en la opción que mejor le convenga. La primera opción le quitaría la protección de los Nankín y la segunda...

—Obtendría ayuda de Joe si él se niega a la relación —terminó ella, a lo que Rafael asintió.

—Asegure su bienestar, no se desligue de esa familia, porque es su seguro de vida.

Luna movió su cabeza de arriba abajo, con entendimiento. Quizás se buscó todo eso solita, pero aún puede ver hay personas como Rafael que siguen preocupándose por ella. Le dieron ganas de abrazarlo, sin embargo, lo consideró inapropiado. El mayordomo señaló el pasillo y ella comenzó a caminar, aunque se detuvo antes de girar la que conducía a la oficina de Xavier.

Se volvió hacia Rafael.

—¿Joe me sigue buscando?

Rafael estiró su brazo y le retiró un mechón de cabello que le perfilaba el rostro al oído.

—Su abuelo lo mantiene sedado la mayoría del tiempo, pero sí, no se ha rendido en su búsqueda, señorita.

Eso le produjo una sonrisa y fue incapaz de borrarla en todo el camino a la oficina de Xavier. De nuevo escuchó una suave melodía, como el día antes de navidad, y se preguntó si ese momento sería como aquella noche. Tenía que llevar las cosas en paz, mientras la cadena atada a su cuello siguiera siendo jalada por él, debía hacer lo mínimo para enfurecerlo.

La condena del señor XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora