CAPÍTULO VEINTE

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En cada clase de baile, Marcela y las gemelas se tomaban quince minutos libres para ayudarle a buscar un apartamento en su ciudad natal, así como también, boletos sencillos de avión. Aún no estaba muy segura de marcharse sin decirle nada a Xavier, podría ser que sus deducciones son erróneas; quizás solo está viendo cosas donde no las hay. Quizás...

Quizá sí quiera ser padre al lado de ella, formar una familia, como siempre creyó Marcela que querían. O, tal vez, nunca estuvieron en la misma sintonía.

Él no la buscaba en sus ratos libres. Al dormir, le daba la espalda. Cuando ella intentaba seducirlo, simplemente le decía que estaba ocupado con el trabajo; después del ataque a Luna, Joe se tomó los deberes de la empresa menos en serio, y Xavier no podía culparlo. Cuando cierra los ojos, puede visualizar a la pequeña embustera perder el conocimiento.

Le ha dado paz. No la ha llamado ni tampoco buscado. Sabe por Joe que ella no sale a ningún lado sola, siempre la acompaña Baltazar y, algunas veces, Tristán.

Había días en los que despertaba con ganas ir a su casa, colarse en su habitación y besar cada espacio de su piel mientras la penetra lentamente. Se encontró extrañando los suaves gemidos. Sin quererlo, el recuerdo de Brasil oscila en su mente.

Ese momento fue diferente a todos, lo supo desde el momento en que dijo Killay. Se maldijo, pero ya no hubo vuelta atrás. La recuerda arriba de su cuerpo, tan diminuto para su metro con noventa; se aferraba a sus hombros para subir sobre su pene con mayor comodidad; sus labios se entreabrían para suspirar y gemir muy bajo; sus ojos verdes se cerraban, presa del placer y su cuerpo respondía a su toque, a sus besos.

Él le respondía a ella.

Se llevó las manos a la cabeza y jaló sus cabellos. Necesita retomar el control. No puede estar con ella. No quiere estar con ella. Solo es un capricho porque ella ya no lo quiere cerca.

Para el quinto lunes de mes, último día de enero, Xavier se subió a su auto y esperó a que la pequeña embustera saliera de su primer día en la universidad. Esperaba que su guardaespaldas no esté con ella; la necesita.

Le envió un mensaje por el celular austero.


Dear: Te veo frente a la cafetería de siempre.


Para su sorpresa, ella respondió con rapidez.


Embustera: Déjame en paz y ve a joder a alguien más.

Dear: Solo quiero joderte a ti. En todos los ámbitos, pero en estos momentos necesito estar dentro de ti.

Embustera: Vete al infierno.

Dear: Te estoy dando la oportunidad de venir por tu propio pie. No quieres que tu padre se preocupe porque alguien secuestró a su hija querida, ¿verdad?

Embustera: Tengo seguridad. Ya no me busques, tiraré el celular.

Dear: Atrévete y no respondo por mis acciones.


Luna ni siquiera leyó el mensaje cuando se deshizo del aparato, tirándolo en un bote de la facultad. Continuó su camino a la salida, sin notar que una rubia se acercaba al lugar y sacó el celular de la basura.

Serena lo echó a su bolsa y se fue por otro rumbo. Tenía más información por darle a Tristán, y estaba feliz de poder satisfacerlo. Solo le dio una oportunidad más, no iba a decepcionarlo esta vez. Ya no importaba que él amara a alguien más, con tenerlo en su vida era más que suficiente.

Podía ignorar el dolor en su pecho cuando lo veía besar a Luna y abrazarla como si fuera el tesoro más valioso que pudo encontrar. Ella le sonreía devuelta,

La condena del señor XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora