CAPÍTULO CINCO

766 58 10
                                    

Subió los escalones y lo siguió hacia el pasillo de la izquierda, donde fue su primera interacción hace cinco días. Creyó que la llevaría a la habitación detrás de la biblioteca que le vio abrir aquella noche, pero no fue así, giró por el otro corredizo, mucho más angosto que el original, y oscuro. En el camino se cruzaron con dos empleados que salían de un pasillo a su derecha, ninguno de ellos la miró, incluso juraría que observaron el piso con mayor interés y aceleraron su paso.

Se le hizo un tanto extraña esa reacción, sin embargo, no iba a dejar que algo así eclipsara sus pensamientos —quizás, si no la veían, no tendrían la tentación de decirle a Marcela la presencia de ella en la casa—. Se concentró en el presente, ¡estaba caminando detrás de un semidesnudo Xavier!, por supuesto que no iba a permitir que algo le amargara el momento de su disfrute. Por tan espléndida vista, le daba vergüenza sentir sus bragas mojadas; era incómoda la sensación. Se detuvo a medio pasillo, dispuesta a corregir la incomodidad; y él también dejó de caminar al no escuchar el choque de los tacones. Miró sobre su hombro, Luna se agachó y la fina tela que cubría su húmedo sexo se deslizó por sus piernas. Xavier se tensó. Sabía que pedirle que asistiera a su casa sería una cuestión difícil, más cuando se dijo cuentos de veces que lo sucedido en el baño no se repetiría, pero tenía tantas ganas —y curiosidad— por saber cuál era el límite de la pequeña killa.

Al colocar la espalda recta, su heterocromía se cruzó con la profundidad oscura que le excitó a tal grado que apretó los muslos nuevamente, y soltó un bajo y tembloroso suspiro por la fricción que poco alivió. Ninguno dijo nada, no había necesidad, sus cuerpos hablaban por sí solos. El olor del deseo llenó el estrecho pasillo. Ambos estaban ansiosos por acortar la distancia, pero Xavier necesitaba hacer algo antes de proceder a cederle un poco de control a su desesperado alter ego.

Era imposible que una chiquilla —¡exactamente ella!— lo pusiera tan errático, sin embargo, no iba a cuestionar sus caprichos —nunca lo hacía—, solo bastaba con tomar las mismas precauciones de siempre. Nadie se ha enterado de nada hasta ahora; claro que ha habido rumores, pero solo las personas correctas pueden descubrir la verdad. Algo le decía que Luna Nankín pertenecía a ese grupo privilegiado, no obstante, su apellido la alejaba de ese lugar tan codiciado.

—¿Las voy a necesitar? —cuestionó con sorna cuando él no apartó la mirada cargada de deseo.

—Ni siquiera sabes para qué solicité tu presencia.

Avanzó tres pasos hacia él hasta que se giró por completo, ya que observarla por encima del hombro no era suficiente, y cruzó los brazos sobre el torso desnudo.

—Para hablar del clima o tomarnos un café estoy segura que no —contestó sosteniendo la pesada mirada sobre ella.

Lentamente se acercó a ella, y Luna era capaz de sentir su calor corporal a pesar de la distancia. Era una suerte que no se había puesto a babear aún. Él alzó la fina barbilla con dos de sus dedos para poder mirar con más detalle los exóticos ojos.

—Quizás la temperatura de afuera no me interese, pero sí quiero y estoy dispuesto a elevar la tuya.

Luna tragó; la presión en sus muslos ya no funcionaba para nada más que ponerla ansiosa en extremo.

—¿Qué pasó con eso de "eres la hija de mi amigo"?

—Dudo que le cuentes tu vida sexual.

—Entonces sí tendremos algo sexual — lo picó, más que nada para alejar los nervios que sentía e intentar volver a tomar el control; arqueó una ceja, esperando la respuesta.

—Eso querías, ¿no?, me dio la impresión de que sí cuando estabas de rodillas dispuesta a chupármela.

Ella sacó la punta de su lengua para humedecer sus labios repentinamente secos, recordando la textura de cuando dejó un beso sobre la tela del bóxer que él llevaba. Obtendría lo que quería. Ya se encontraba ahí, y no es ninguna cobarde.

La condena del señor XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora