CAPÍTULO DIECISIETE

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*Hay un capítulo antes*
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«Sé buena hija, sé buena novia y sé buena sumisa».

Constantemente repetía esas frases en su cabeza y ya no sabía si estaba disfrutando de su vida o solo hacía las cosas porque eso quería Xavier. Sentía que las sonrisas que mostraba ya no eran sinceras. Los suspiros que exhalaba cada que Tristán la tocaba ya no eran los mismos.

Se sentía presionada de mantener a todos felices. Y Xavier ni siquiera la ha llamado o se ha metido en su vida, pero eso no quiere decir que no lo sienta observando sobre su hombro.

Abrazó sus rodillas. El agua que la rodeaba estaba en calma mientras su mente era un lío. En unos días sería el viaje de navidad, y ya no estaba tan alegre por hacerlo. Ahora piensa que estaría más tranquila en una fría celda de la cárcel.

Tristán ingresó al baño cuando vio que su novia no se encontraba en su cama, y le sorprendió verla observando a la nada. Temblaba por el frío que no procesaba su mente.

Se acercó a ella y se arrodilló a un lado de la bañera. No sabía si las gotas que surcaban sus mejillas eran lágrimas o agua que resbalaba de su cabello. De cualquier forma, las limpió con suavidad con sus nudillos.

—¿Qué pasa?

Quizás fue la forma tan dulce en que se lo preguntó o lo desperada que estaba por un respiro, pero la burbuja donde se encontraba estalló y ella rompió en llanto. Tristán ni siquiera lo pensó cuando se descalzó y se metió a la fría agua, haciendo que la ropa se le pegara al cuerpo.

Se arrodilló frente a ella y la abrazó sin romper su protección en las piernas, solo le dio un poco más.

—Hice algo horrible.

—Lo que sea que haya sido, ya quedó atrás.

Ella negó con su cabeza, sollozando. De alguna forma, Tristán la notó más delgada. Ya hacía tiempo que se percató de su falta de sueño y las marcas oscuras que se esforzaba por ocultar. Se comportó distante por unos días y, ahora, ha estado muy servicial. Algo muy grave le estaba afectando.

—No, jamás quedará atrás.

—¿Quieres contarme? Quizás te haga sentir mejor.

Luna lo consideró unos momentos, en silencio, para después asentir con su cabeza. Confiaba en él. En verdad lo hacía. No la estaba amenazando con contar su secreto, sino que la ayudaba a protegerlo, porque la quería ahí, no importaba quien fuera.

—Pero no quiero estar desnuda.


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El nombre "Luna" no era tan popular en el mundo, pero existió una casualidad de que dos bellas niñas nacieron el mismo año, con meses de separación, a las que se les nombró del mismo modo que al satélite natural de la Tierra.

Una tenía los ojos tan verdes como el césped que adorna los días más bellos de la primavera y, la otra, solo poseía uno de ese color, sumándole el resplandor del sol en el otro.

Una tenía los cabellos castaños y ondulados y, la otra, de un rubio tan claro que, si no se miraba con atención, podía pasar como blanco.

Una de ellas era Luna Acosta y, la otra, Luna Ramos.

A una le cantaban canciones de cuna, mientras a otra le subían el volumen de la televisión para no escuchar su llanto, clamando por la atención de sus padres.

A una le contaban cuentos antes de dormir, mientras a otra le gritaban que durmiera y cerrara los malditos ojos o algo malo le iba a suceder si seguía despierta cuando él estuviera en casa.

La condena del señor XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora