CAPÍTULO SIETE

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Luna quería abrazarlo y acariciar la cabellera sudorosa contra su pecho, donde se dejó caer después de llegar a su clímax. Por el espejo podía verlo cubrir su cuerpo entero, y en verdad que quería rodear la trabajada espalda que observaba en el reflejo, pero sus manos encadenadas se lo impedían.

Él aun la llenaba, inmóvil. Sus ojos se sintieron pesados, pero no quería ni parpadear para no perderse de la bonita imagen que hacían ambos. El trasero bien trabajado de Xavier comenzó a contonearse, sacándole suspiros bajos. Los dedos de él definieron la silueta, erizando la piel de la chica debajo de su cuerpo. Inhaló. «Miel. ¿Por qué Killay olería y sabría a miel?».

Luna quería dormir ahí, pero los lentos movimientos de Xavier se lo impedían. Movió sus manos; se tenía que ir o pronto Joe se preguntará donde se metió du hija.

—La cláusula de "un día" es falsa —susurró Xavier apretando un seno para después llevárselo a la boca. Luna blanquea los ojos, soltando una corta risa.

—No, no lo es —respondió con convicción. Ella firmó algo que él quería, y se lo echó en cara, ahora lo hará rogar por más.

Detuvo su contoneo de caderas por los golpes dados en la puerta de la habitación. La tensión en los hombros de Xavier le confirmó que era algo malo que los interrumpieran. Marcela estaba en la casa.

Se retiró de ella, y no tardó en sentir el vacío en su interior —y él la presión de algo aferrándose a su cuerpo—. Ambos alzaron la mirada al techo, y se miraron a través del espejo, como si de esa manera pudieran entrar a otra dimensión, los dos lo pensaron, pero ninguno lo dijo, porque era ridículo querer estar en otra dimensión con el otro; cada uno tenía su vida.

Se inclinó nuevamente sobre ella, esta vez para dejar sus muñecas en libertad y retirando también el collar y la protección que evitó que quedaran marcas expuestas. La miró a los ojos, después a los labios, hasta volver a la heterocromía. Luna bajó los brazos a su costado, conteniendo las ganas de rodearlo en un abrazo.

—Puedo borrar la cláusula si así lo quiero. Solo será sexo ocasional, ¿no querías eso? —persuadió. Luna sonrió y él creyó que ya había ganado.

—No sabe lo que quiero, señor de Armas.

Se levantó sobre los codos. Xavier de alejó por la cercanía de sus rostros, quedando arrodillado entre sus piernas. Él les echó un vistazo a las piernas mallugadas; aun podía sentir el sabor de su sangre en su lengua. Tocó las heridas, recibiendo un quejido.

—Quieres al señor X —respondió él asintiendo. Ella tensó la mandíbula, entonces él sí es quien imparte los castigos... y el que chupó sus heridas. Luna se arrodilló frente a Xavier. Bajó la mirada al colchón, tomó el falo con sus delicados dedos, sacándole el condón, atarlo y dejarlo caer por la lateral de la cama; volvió a sujetar el pedazo de carne.

—Podemos aumentar otro día en el acuerdo. Después de todo —se inclinó, pegando el glande aún húmedo por el semen a sus labios—, no tuve el placer de probarlo.

Se alejó de él, porque si no lo hacía, no le importaría que Marcela estuviera en la misma casa con ellos, se la chuparía hasta que se sintiera satisfecha de su sabor, y está segura de que nunca tendrá suficiente.

—Mismas reglas —cedió él.

—Mismo silencio —secundó como una promesa.

Se puso de pie, sintiendo la mirada hambrienta de Xavier sobre su cuerpo desnudo. Ubicó su ropa y no tardó en colocársela. Solo esperaba que cuando llegara a casa, su padre no se encuentre o no le preste mucha atención, ya que la falda no cubre los moretones que se están formando alrededor de las laceraciones por el cuero. Al menos en su cuello, muñecas y tobillos no tenía ninguna herida.

La condena del señor XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora