CAPÍTULO DIEZ

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Xavier de Armas estaba demente. Él solo sonreía mientras Luna Nankín entraba en un ataque de pánico. Intentó levantarse, pero, nuevamente, el pie de él sobre su espalda se lo impidió. Presionó al sentir la fuerza de la chica, lastimándole la espalda.

—¿Quieres dejarle un recado? —siguió burlándose.

—No. Diviértanse.

Y colgó. La frente de Luna golpeó el piso. No iba a poder explicarle eso y de la única forma en que Tristán estará tranquilo, es si habla con Xavier para llegar a un acuerdo sobre los límites. Cuando menos lo esperó, la alfombra comenzó a humedecerse por las lágrimas que llegaban a esta.

—Ya lo oíste; divirtámonos.

Gracias a la mordaza se le hizo imposible callar los sollozos, sin embargo, Xavier los ignoró. Ya se le pasará el berrinche y, si es verdad que serán esposos, debe de conocer que su mujer se anda metiendo con más hombres antes de serle fiel. Se arrodilló detrás de ella, atando en sus muslos las correas que salían del cinturón, dejándola así, en una sola posición. Separó sus piernas e introdujo dos dedos a su vagina. Estaba comenzando a perder lubricación. Se puso de pie para ir a la habitación, entretanto Luna se lamentaba, ¿cómo se lo habría tomado Tristán? ¿La seguirá buscando después de esto? Entendería si la respuesta fuera no. Ella sabe que la respuesta será no cuando no pueda decirle quién era el hombre. Tristán le hizo saber que puede permitir estos actos siempre y cuando discutan los límites antes.

Y ella le dijo que no iba a repetirse. Que solo fue algo de una vez.

No debió haber firmado el acuerdo. ¿Ese a quien vio fue el señor X o Xavier? Porque se divertía demasiado intentando lastimar a Tristán, pero para clavarle a alguien una daga al corazón con su amor, primero debe de querer a esa persona. Tristán no la quiere —o eso se dice para sentirse menos miserable—, así que no le importa que esté con otras personas, como no le importó a ella cuando lo dejó en la reunión del Círculo de Seda.

Podrá arreglar este problema.

Levantó su cabeza y alejó la pelvis del aparato que mandó vibraciones a su clítoris, pero su movilidad era poca con las correas que ataban sus muslos.

—Deja de llorar, no te voy a sacar a la intemperie. A Joe no le gustaría ver a su princesa con neumonía.

Quería preguntarle por qué lo hizo, pero la mordaza le impedía decir algo más que balbuceos. Xavier, ignorando sus sacudidas para liberarse, aseguraba en la correa de su muslo derecho la varita mágica que mandaba vibraciones a su cuerpo.

—Él preguntaba por ti, y no podías hablar. ¿Qué querías que hiciera?

Pegó más la frente, intentando alejarse del vibrador, pero al estar atado a su pierna era algo imposible de hacer. Apretó los dientes. Estaba furiosa con él. Tenía que ir... No, Tristán no se encontraba en la ciudad. Dios. Tenía que llamarlo. Decirle que nada pasó, qué iba a suceder, pero no fue así.

Trató de erguirse, sin embargo, al prever su acción, Xavier aumentó el nivel de las vibraciones para mantenerla quieta. Se llevó las manos a la nuca para quitarse la mordaza, aunque se detuvo por la fuerte palmada sobre su glúteo izquierdo. Lagrimeó más.

—Deja de llorar, Luna, o me harás enojar —advirtió. Ella tomó largas bocanadas, controlando su respiración—. Te dejaré las manos libres, pero si intentas quitarte alguna correa, te ataré, ¿entendiste?

Ella asintió. Por unos segundos se sintió indefensa ante él. No tenía nada que ver con la gran diferencia de estaturas o el hecho de estar casi inmóvil a su completa disposición, sino porque, sin importar lo mal que se lo pase por unos momentos, es capaz de olvidar todo con suaves caricias o cuando los labios de Xavier se posan en alguna parte de su cuerpo, intentando borrar el dolor de sus azotes. Subió desde la marca roja en el glúteo a la curvatura de su espalda. Deslizó una de sus manos por su vientre para estrujar un seno. Luna gimió por la presión en su pezón combinada con las deliciosas vibraciones que comenzaban a calentar su sistema.

La condena del señor XDonde viven las historias. Descúbrelo ahora