Mientras se quedó sola en la habitación fue capaz de sopesar todo lo que firmó —sin leer por completo— y en lo que le espera gracias a eso. Repetía las reglas, intentando darse una idea de todo lo que tendrá que callar y guardar para sí.
La joyería de cuero le decía que algo vainilla no será. Repentinamente sintió un poco de nervios cuando la puerta a sus espaldas se abrió. Tal como Rafael le dijo, no se movió ni se giró. Sabía que era Xavier quien empezó a manipular su cabello, solo él sabía que ella se encontraba en la habitación.
—Aún puedes retractarte —dijo él en voz baja.
¿Realmente podía? ¿No saltaría a decirle que dentro del acuerdo que firmó venía una cláusula que le prohibía hacerlo? ¿Será que era una pregunta trampa para verificar su disposición después de ella haber insistido en el baño?
En su mente recitó las reglas:
1. Tu placer es para el señor de Armas.
2. Puedes negarte 2 (dos) veces.
3. Pedir permiso para hablar si no se le dirigió la palabra.
4. No mentirle al señor de Armas.
5. En todo momento mantendrá sus ojos vendados.
6. No mencionar a la señorita Flores.
7. Quedan prohibidas las escenas de celos.
Inhaló con pesadez.
—Solo hazlo —cerró los ojos y él no tardó en poner la tela sobre ellos—. Estoy lista para arder.
Y lo estaba, no iba a echarse para atrás ahora que se encontraba a instantes de lograr su objetivo. Su vientre se apretó al sentir las grandes manos sobre sus hombros; Xavier dio un ligero apretón que le estremeció el cuerpo.
—Recuerda las reglas — le sugirió cerca de su oreja, pegando los labios a la piel sensible debajo de su lóbulo. Inhaló queriendo embriagarse de su varonil aroma, pero nada fuera de lo usual le llegó. Solo un suave olor a jabón que se mezclaba con su shampoo. Realmente no importaba su fragancia, solo se concentraba en ella para no sentirse más nerviosa de lo que ya se encontraba.
"Puedes negarte dos veces". ¿Podía? ¿Y si negaba algo que no fuera tan importante, quitándole así sus oportunidades para algo que en verdad no pueda soportar?
—¿Sabes dónde está la cama? —Luna se limitó a asentir con la cabeza—. ¿Te pusiste nuevamente los pantis?
—Sí —soltó conteniendo un suspiro cuando él deslizó sus manos por su espalda hasta llegar a la cinturilla de la falda. Sintió como la cremallera se abría, colocando la tela floja. Resbaló sin problema hacia el piso, y Xavier por fin pudo apreciar por completo el trasero que el primer vistazo que le dio le dejó con ganas de más; estaba cubierto nuevamente por un encaje de color crema.
—¿Por qué? No te permití hacerlo.
—No necesito tu permiso —se excusó. Ninguna regla decía lo contrario, y él no dijo nada al respecto, antes de dejarla en la oficina para ser pinchada con agujas.
Xavier apretó los labios, maldiciendo a Rafael por convencerlo de no darle las verdaderas reglas. Tuvo que redactar otras de último momento. Las que ella firmó parecen hechas para unos niños que empezaban su vida sexual, y las caderas de Luna le gritaban que ya dejara de llamarla chiquilla, porque nada en ella demuestra que es menor de edad.
«Veintidós años. No es la más joven con la que he estado».
Luna mordió su labio inferior con el fresco toque de las palmas contra sus glúteos. El apretón que le dio le provocó escalofríos, además del estremecimiento, no se movió o apartó; recordaba la sugerencia de Rafael, y aún no es tiempo para hacerlo enojar o él podría echarse para atrás. Una vez caliente por el deseo —incluso más de lo que ya se encontraba— será más difícil que detenga todo.
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La condena del señor X
RomanceÉl es un empresario con fetichismos que prefiere mantener ocultos. Ella es la hija de su único amigo y socio; y también será su mayor tentación. Xavier de Armas lo tiene todo: dinero, estatus social, novia... y mujeres hechizadas por su atractivo qu...