Cap 16 • Estar conmigo

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16|


DIFÍCIL
_____

—Buenos días, pasare el listado de asistencia.

—Sadie Becker—dice el profesor.

 
«Está enferma», respondo. Todos se vuelven hacia mí. Las chicas intercambian miradas de estupefacción y arquean las cejas, los chicos me observan sin comprender una sola palabra.
Debería haber sido así; en cambio, cuando la profe pronuncia su nombre me quedo callado. Sigo dibujando circulos en el cuaderno sin abrir la boca.

—¿Alguien sabe algo de Becker —pregunta él profesor.

 
Ni siquiera alzo la cabeza, aunque la tentación es grande. Debería decirle que Sadie Becker no volverá, que por mucho que la busquemos ha decidido que quiere ser empleada de un Walmart y que no le interesa dibujar. Pero no lo digo, es más, ya hice bastante yendo ayer a su casa. Es cierto que le pedí que volviera, ayer me sentía solo y pensé que ella podía ser mi remedio. Eso es todo. «Aunque por dentro tengo la curiosidad del porque no vino»

 Me vuelvo hacia la ventana y permanezco unos instantes con la mirada perdida, reflexionando: ¿qué trabajo exige la máxima capacidad de contar mentiras y creérselas por completo? Debería descubrirlo, tendría el futuro asegurado.

Al final de la clase, por suerte la última, pienso que si ayer, en lugar de haber dormido juntos, hubiésemos hecho el amor, habría sido mejor. El sexo habría ocultado un sinfín de cosas. En cambio, así es imposible mentir. Lo que me inquieta es la ternura que siento de repente. No dejo de repetirme que no le debo nada, que no necesito algo así, ni ella.

Estudio una hora más y después me voy a la piscina. Apenas me zambullo en el agua, interrumpo el contacto con el mundo. Sólo el agua azul y movimientos que chocan con mi cuerpo, que sonrelajantes.
Estoy a salvo.

Después de interrumpir mi sesión de natación, vuelvo a mi casa.

En mi cuarto hay un silencio obstinado y lúgubre, tan silencioso que casi puede oírse, que a veces lleva a mis compañeros a volverse para comprobar si todavía sigo allí.

(...)

A la tercera hora, pasa el profesor, preguntando los mismo que ayer, acaso ¿tendré que explicarle que Becker se dedicara a cobrar productos y aguantando quejas? Tan solo pensarlo que se divierta. Hoy soy cínico, pero así se soportan mejor las decepciones. Para eso sirve el cinismo, ¿no?

Hoy no aguanto estar en clases. Mientras esperamos sentados a quellegue la otra profesora del día, en la puerta aparece Sadie. La mandíbula se me descuelga como si la fuerza de la gravedad hubiese aumentado de repente, y me quedo con la boca tan abierta que, llegado el caso, sin duda me seleccionarían para interpretar un bote de basura.. Nada más llegar, deja caer la mochila y arrastra la silla con estrépito, antes de desplomarse en ella como un saco de patatas. Cuando hasta el cuaderno multiusos está ya bien a la vista sobre el pupitre y antes de reflexionar sobre lo que me conviene decir, le suelto sin más:

—Eh, menuda sorpresa. ¿Ya te despidieron de Walmart?

Me arrepiento un poco por la forma en que se lo he dicho, he sido muybrusco.

Me lanza una mirada glacial y no responde, lo que no es ninguna novedad, sólo que hoy parece realmente enfadada. Abre su cuaderno para todo y empieza a garabatear. Bienvenida Becker: ¿lo has hecho por mí? Esa idea me produce euforia, la de que esté aquí por mí, porque yo se lo pedí. No escucho nada de lo que dice la profesora, pues no dejo de espiar a Sadie. Lanzo una ojeada al cuaderno y veo que está dibujando a una persona sin rostro. Está ensimismado y no se da cuenta de que la observo.

Cuando suena el timbre estoy un poco arrepentido de mi comportamiento arisco, así que trato de remediarlo a mi manera, o sea, con una mentira.
—La otra noche se me hizo tarde en la piscina, por eso... —«no fui», iba a decir, pero ella me interrumpe bruscamente:
—Yo también estuve ocupada. Si hubieses ido no me habrías encontrado en casa.

Y se pone de nuevo a dibujar, cerrándome la boca y haciéndome sentir como un idiota. Yo, en cambio, no logro concentrarme, estoy pensando en su respuesta: ¿se habrá enfadado conmigo porque no volví a su casa? Pero no le prometí nada y, además, si le importara de verdad no me habría dicho que hiciese lo que quisiera.

Aunque en esta situación también hubiera dicho lo mismo, para no verme débil.

Cuando terminan las clases, lo sigo en silencio. Apenas salimos, me adelanto y, sin importarme que alguien nos vea, le pregunto si le apetece ir a la playa por la tarde.
—¿Estás seguro? —me pregunta cortante.

—¿De qué? —contesto como un tonto sin comprender nada.

—De que quieres estar conmigo —me explica tan gélida.

—Si te lo he pedido... —respondo con un hilo de voz mientras me abandona la escasa seguridad que conservaba.

Me deja esperando su respuesta. Se sintió como una eternidad, hasta que respondió al final de una manera tajante.

—No sé si hoy podré.

La miro decepcionado, pero en lugar de contestarle la planto allí mismo, dejándola a solas con su orgullo y su cabreo. Mientras voy hacia la moto. Me vuelvo y la veo subirse a la suya. Si hoy ha venido al instituto por mí, podía haberse ahorrado el viaje, pues lo ha echado todo a perder. Es demasiado dura, siempre.

Con el viento en mi cara, pienso que yo realmente no ayudo a su actitud, con ella me sale lo estúpido y probablemente a ella también.

¿Seremos felices juntos algún día?.





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