Capítulo IV [PARTE II]

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Acachto habría querido hablar con su padre esa misma noche y exponer las ventajas que suponían dejar que Ontetl cambiará la espada por una lanza, ya hasta tenía su discurso preparado, pero su hermano le había pedido no hacerlo hasta mañana. Por eso, al otro día se levantó temprano, alistó sus cosas y antes de desayunar fue en busca de su padre.

Lo encontró en la playa, practicando movimientos con una espada de obsidiana. El padre al verlo llegar se irguió y le indicó que le acompañara.

—Tengamos una práctica, como cuando eras pequeño y querías ser como yo.

Acachto asintió e inmediatamente tomó una espada.

El general Atletec era paciente y observador, sabía esperar lo necesario para conocer a su oponente y usar después las habilidades de sus rivales a su favor. Era aterrador y ciertamente había pocos guerreros que se atrevían a entrenar con él. Y uno de ellos era su hijo Acachto.

—No seas blando solo porque soy tu padre —ordenó el general.

—Nunca soy blando, ni siquiera con mi padre —contestó y justo después se abalanzó hacia él.

El general retrocedió unos pasos y esbozó una sonrisa llena de satisfacción y orgullo.

—Eso es, atácame con todo lo que tienes.

Acachto permaneció tranquilo y miró a su padre.

El general sostenía la espada de obsidiana por la mitad de la empuñadura, y la blandía con facilidad. Sus muñecas eran flexibles y cada golpe que daba era potente.

—No sé si estás siendo blando o solo eres débil, ¿es todo lo que tienes? —le provocó su padre y después le asestó un golpe con la espada cerca de su cuello, Acachto desvió la espada, y su padre aprovechó la distracción para cavar su rodilla en su estómago.

Acachto se tambaleo y dejó caer la espada al suelo.

—Puedes hacerlo mejor Acachto, no eres como los demás, eres mi hijo. ¡Ataca!

—Eso ha sido... ha sido trampa —dijo con dificultad.

Su padre se irguió y después se acercó a él furioso.

—¿Trampa? Allá afuera o hay reglas, cuando estás combatiendo y tu vida está en juego no existen las reglas —explicó enfadado.

Acachto trató de reponerse, tomó la espada y se irguió.

—Esta no es una pelea a muerte y nosotros no somos enemigos.

—Soy enemigo de la debilidad —dijo entre dientes.

Acachto empezó a sentir como se quemaba su garganta y el calor de su estómago se extendió por todo su cuerpo. El joven guerrero asió la espada y sin pensarse en las consecuencias se abalanzó hacia su padre. Blandió la espada un par de veces con fiereza y su padre terminó esquivándola el mismo número de veces.

—No vas a alcanzarme así, no estás pensando. Me tienes enfrente tuyo y no me ves.

El joven guerrero suspiró.

Para su pesar su padre tenía razón, si dejaba que sus emociones lo manejaran, él indudablemente perdería.

—¿Te estas rindiendo?

—No.

—Así me gusta.

Padre e hijo combatieron sin dar tregua hasta que las fuerzas del general empezaron a decaer. Tal vez él fuera más astuto y experimentado, pero Acachto era casi veinte años más joven y los años no pasan en vano.

Entre la montaña y el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora