Capítulo V

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En el centro del reino de la montaña, al final del gran mercado, se encuentra una casa hecha de adobe tallado con puertas redondas de madera y techo de carrizo. Está llena de flores aromáticas y hierbas medicinales, porque en ella, viven una vieja chamán y su nieta. Una muchacha de quince años, alegre, de largo cabello negro y piel tostada.

—¡Tochin! —le llamó con severidad su abuela al ver como trozaba las hierbas y flores medicinales—, pon atención a lo que estás haciendo.

La muchacha miró sus manos y sorprendida, descubrió un puñado de pétalos y hierbas medicinales ya inservibles.

—Perdón abuelita, perdón —contestó con dulzura y vergüenza.

—¿En dónde tienes la cabeza? —preguntó la abuela chasqueando al final la lengua.

Tochin se encogió de hombros y la sonrisa que se formó en sus labios, le dijo a la abuela que su nieta de nuevo soñaba despierta.

—Tochin —la llamó con dureza—, pon atención a lo que haces. No es bueno para esa cabeza tuya que andes soñando en zorros que hablan, la gente empezara de nuevo a decir que eres una bruja —le recordó y ella borró la sonrisa de sus labios.

—Sí, abuelita —afirmó Tochin cabizbaja y sin perder más tiempo, se apuró a seguir preparando las hierbas para las infusiones.

Mientras separaba los pétalos de las flores, Tochin trató de concentrarse en sus manos y no en sus pensamientos. Pero después de un par de minutos, su mente volvió a arrastrarla, y ella, como siempre, terminó siguiendo el aluvión de ideas y ensoñaciones que se amontonaban en su cabeza. Dejando a sus manos actuar por cuenta propia y poniendo de nuevo atención solo cuando su abuela volvió a llamarle.

—¿Estás escuchándome? —le preguntó su abuela y esta vez ya empezaba a irritarle su falta de atención.

Tochin asintió, avergonzada. Entonces la abuela se acercó a ella con la firme intención de reprenderla si encontraba más pétalos troceados. Sin embargo, se llevó una grata sorpresa al verificar que los pétalos de flores y demás hierbas estaban bien.

—Si ya terminaste, ve a recolectar —le ordenó su abuela.

La muchacha asintió, guardó los pétalos y hierbas en un frasco de barro y los tapó con cuidado.

Se retiró a su cuarto y se cambió el huipil sencillo de manta que llevaba, por uno más grueso, perfecto para andar por la montaña. Después volvió al taller de hierbas, tomó su bolso, la daga de obsidiana y el cinturón de cuero. Miró a su abuela de reojo y atravesó la estancia en donde atendían a los enfermos hasta la puerta principal.

—Tochin —la llamó su abuela antes de que se marchara —, recuerda que no debes pasar más allá del campo de caña, ese lugar es peligroso —le advirtió.

Tochin asintió y después cruzó la puerta.


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El sol alejándose del medio día, dejando a su paso unos rayos de sol más suaves. Mientras tanto, Tochin caminaba a un paso firme por entre los árboles del bosque. Admirando las hojas verdes de los tepehuajes, y llenando de aire fresco sus pulmones.

Entonces, cuando más paz tenía, el sonido de pisadas la alertaron. Tochin llevó de inmediato una de sus manos hasta el mango de la daga y la sacó de su funda con mucho cuidado.

—No será necesario soy yo —le aseguró una voz conocida.

Tochin dio media vuelta y se encontró con un joven muy apuesto. Alto, de tez morena y ojos grises, dueño de una mirada apasionada y una sonrisa resplandeciente que podía cautivar a cualquiera.

Entre la montaña y el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora