La densa neblina junto con las tupidas copas de los árboles, impedían el paso de la luz del sol, y a consecuencia, se mantenía un helado ambiente en esa zona de la montaña a pleno día. Todos los animales de por ahí ya estaban despiertos, pero la presencia de una mujer, los había hecho volver a sus madrigueras, justo cuando estaban iniciando sus labores. Aquella mujer iba cobijada con un jorongo de lana, revolviendo con gran afán los arbustos y la maleza del bosque. Estaba en busca de algo, no sabía muy bien que era, solo tenía las instrucciones que el espíritu le había dicho.
Anoche se había ido a dormir temprano; cayó de prisa y profundamente dormida, una vez se acostó en su catre. Por aquello de media noche, mientras estaba teniendo un sueño placentero y tranquilo. Empezó a esparcirse por su habitación el aroma del humo sagrado. En ese momento, la luz de la luna que se trasmina por la ventana, tomó la forma de un hombre.
Alto y esbelto, de piel plateada y traslúcida, el hombre recorrió la habitación con la mirada y al reconocerla, se acercó a ella.
—Popochtli, despierta —la llamó con una voz celestial y cantarina.
Sin embargo, la mujer no despertó.
El joven entendió que debía hacer. Normalmente no se tenían apariciones en sueños, y las pocas que se daban, se consideraban como malos presagios. Sin embargo, esta era una emergencia y él no había sido enviado por cualquiera. No lo dudó más, y con un chasquido, entró al apacible y profundo sueño de la mujer.
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Era un lugar oscuro, con poca luz. El halo del su subconsciente de Popochtli estaba en calma profunda, hasta que el joven entró en él. Y entonces, con su voz cantarina la llamó, perturbando la calma del lugar.
—¿Quién eres? —preguntó ella, al verlo por detrás.
Él volteó hacia ella.
Popochtli vestía sus ropas ceremoniales como la primera vez que había asistido a un ritual.
—Soy un mensajero —se presentó dando una leve reverencia.
—¿Y qué quieres? —preguntó ella.
—He sido enviado por los cuatro grandes. Ellos te tienen un regalo —al escuchar mencionarlos, Popochtli abrió muy grandes los ojos, sorprendida.
—Alabados sean los cuatro grandes —contestó con fervor.
El joven del árbol correspondió a la alabanza con un asentimiento de cabeza y después se acercó a ella.
—Escucha con atención, porque solo lo diré una vez —le advirtió—. Mañana a medio día, partirás a la montaña y buscarás hasta encontrar aquello que hace años te fue arrebatado... —la mujer iba a hablar, pero él la detuvo con un gesto— Antes de que preguntes, debo dejarte claro, que no es mi deber decirte que encontrarás, eso, lo descubrirás por ti. Al verlo lo sabrás —anunció y después desapareció con el mismo chasquido con el que había entrado, dejando a la mujer sola en medio de la oscuridad de su mente.
Su paz no duró mucho, pues después de haberse ido aquel mensajero, sus pensamientos empezaron a amontonarse y revolotear por todos lados. Imágenes y sonidos, de pequeños recuerdos de su pasado. Y en lugar de dormir y meditar como siempre lo hacía, Popochtli terminó obligándose a recordar, aquello que había perdido y que ahora le regresaban. Pero todo fue en vano, porque después de un rato, no pudo seguir durmiendo, y el aluvión de recuerdos terminó despertándola.
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Popochtli anduvo durante toda la mañana en la montaña, buscando entre los arbustos, por una pequeña señal de lo que debía encontrar. Sin embargo, sus esfuerzos no dieron frutos, hasta que una pequeña ardilla le llamó la atención. Estaba sentada en la rama baja de un tepehuaje, viéndola fijamente. Popochtli se acercó a ella y al encontrarse con su mirada hubo algo que le recordó a una vieja amiga.
—Mi señora —le saludó Popochtli.
La ardilla correspondió al saludo irguiéndose, después levantó su esponjosa cola y con ella le indicó que le siguiera. Popochtli camino detrás de ella, por entre la selva, hasta detenerse frente al campo de caña.
—Mi señora, ¿qué hacemos aquí? —preguntó.
La ardilla la miró y con ayuda de su cola le señaló el campo de cañas. Popochtli no estaba segura de que significaba aquella señal. Aun así, se armó de valor y caminó hacia las cañas.
Un viento fresco apareció y movió las cañas haciéndolas silbar. Popochtli caminaba algo insegura y temerosa, hasta que un rayo de luz brilló sobre la hierba seca, cegándola por un segundo. Cuando recuperó la vista vislumbro a unos metros una figura femenina que yacía en el suelo.
Curiosa, fue hasta ella y lo que encontró la dejó sin habla.
Era hermosa, pequeña y frágil.
Una niña pequeña de seis años, de largo cabello negro y piel tostada. Estaba acurrucada entre las hierbas secas del campo de caña. Popochtli se hincó rápidamente junto a ella y con delicadeza movió uno de los mechones rebeldes de cabello que le cubrían el rostro.
—¡Por los cuatro grandes! —exclamó, incrédula del parecido que tenía la pequeña con su hija—, ¿Eres tú...? ¡No! —Popochtli dio un paso hacia atrás y a causa de su torpeza cayó de sentón al suelo.
Las lágrimas comenzaron a caer en cascada hasta sus mejillas. Y un instante después, el aluvión de recuerdos se hizo presente. Popochtli trató de calmarse y de persuadirse de lo imposible que era, que la pequeña fuese su hija.
—Los dioses no devuelven a los que se van —afirmó nerviosa.
En eso el viento empezó arremolinarse cerca de ella.
—Comprueba por ti misma quien es —se escuchó en el viento.
Popochtli si bien no temió de la voz, si lo estaba de conocer la respuesta. Se volvió a acercar a la pequeña. Esta vez, con la intención de despertarla y preguntar quién era.
—Niña —la llamó con dulzura. Sin embargo, la niña no se movió. Y la mujer, temerosa de que estuviera muerta, se colocó a su lado y revisó con cuidado su respiración.
Al tocar su piel notó un calor irregular y pronto supo, que aquella fiebre era consecuencia de haber pasado toda la noche al intemperie con tan solo un pobre y viejo huipil de manta desgastado. Asustada, Popochtli la cargó como pudo y echó a andar hacia su casa.
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Entre la montaña y el mar
Novela JuvenilEsta historia empieza cuando los ojos de Acachto y Tochin se encuentran por primera vez; dos adolescentes de dos reinos distintos que se vuelven amigos. Y comienzan a pasar tiempo juntos, compartiendo penas y alegrías, hasta que sus sentimientos se...