Capítulo VII

1 0 0
                                    

Tochin corría desesperada detrás de lo que parecía ser un zorrillo saltarín que había salido de los arbustos casi de inmediato, después de escuchar aquella voz. Y detrás de ella, a un paso apresurado le seguía el príncipe Atocli. Tratando de no arruinar su porte real.

—Tochin, detente —le ordenó con voz serena, pero ella no obedeció.

El príncipe se detuvo un segundo y tomó una gran bocanada de aire, después volvió a andar y esta vez, apresuró aún más su paso.

Ambos estuvieron persiguiendo su curiosidad y deseos por un buen rato, tan concentrados en lo que seguían, que no se percataron de hacia donde eran guiados. Hasta que el zorrillo saltarín se dirigió a toda velocidad hacia el campo de caña y de un salto se internó entre ellas.

—Tochin... —pronunció el príncipe con dificultad al percatarse de en donde estaban.

—Tenemos que seguirlo, quiere decirme algo.

—¡Haz perdido la cabeza! ¿Seguirlo? Entró al campo de caña —le hizo saber el príncipe con voz temblorosa.

—Entonces iré sola.

—No vas a seguirlo, ese lugar es muy peligroso. Es mejor regresar —dijo al par de ofrecerle su mano.

—No lo entiendes, tengo que seguirlo.

—¡Eres tú quien no entiende! Es peligroso, no permitiré que lo hagas.

El príncipe Atocli sujeto fuertemente su mano y tiró de ella.

—Vamos a irnos al palacio en este mismo instante.

En el preciso momento que él la tocó, Tochin sintió cómo se paralizaban sus extremidades  y justo antes de ceder a la gravedad, la voz de siempre apareció en su mente.

«Si quisieras, podrías deshacerte de él. Solo un movimiento y ya no te molestaría nunca más, yo podría enseñarte.» dijo la voz con un tono tenebroso.

Tochin buscó rápidamente alrededor por el dueño de la voz, hasta que del campo de caña salió un zorro de pelaje negro espeso y ojos naranjas brillantes.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó el príncipe y Tochin sintió como le clavaba sus uñas en su piel.

«Solo pídelo, puedo devorarlo de un bocado» aseguró el zorro con un gruñido.

—¡No le hagas daño! —exclamó ella y el príncipe asustado la soltó.

—No voy a hacerte daño —contestó el príncipe—, tan solo quiero que estés a salvo. Entiende, este lugar no e-e-es se-gu-gu-ro.

«Solo pídelo... él nunca va a entenderte como yo. ¿Lo mato?» el zorro sonrió y Tochin sintió como su sangre empezaba a arder.

«¡No!» contestó ella en su mente.

«Está bien, pero si me necesitas estaré por aquí. Cerca, vigilándote.» aseguró y de la misma manera en que había aparecido, se esfumó, entrando de nuevo al campo de caña.

—Ti-ti-tienes que hacer-cer-me caso, este lugar no es seguro —dijo el príncipe recuperando su voz una vez se fue el zorro negro.

Tochin miró a su amigo, a quien sus piernas apenas lo sostenían y el vello de sus brazos estaba erizado.

—¿Estas bien?

—No, quiero irme —respondió él con amargura y furia.

Tochin miró al príncipe a los ojos y distinguió una delgada tela que  cubría el gris de sus ojos, haciéndolos más oscuros de lo que en realidad eran. Tochin no pudo evitar sentir miedo y querer salir corriendo lejos de él. Pero en lugar de huir, sonrió y dijo:

—Está bien, hay que regresar.

El príncipe asintió y la tomó de la mano. Tochin accedió al contacto y dio un paso hacia su amigo. Entonces cuando los dos dieron media vuelta, se escuchó un crujido al otro lado del campo de caña, y cuando ambos voltearon a ver, a lo lejos vislumbraron una sombra que andaba por entre las ramas de un gran árbol de nanches.



Entre la montaña y el marDonde viven las historias. Descúbrelo ahora