La abuela de Tochin le recordó con un dedo acusador por qué no debía estar tan lejos a esas horas fuera de su casa. Y cuando se enteró de quien la había acompañado, le advirtió con severidad por qué no debía estar a solas con el príncipe Atocli.
Mientras que su nieta agachó la cabeza y aceptó cada palabra sin reprochar.
—No volverá a suceder —afirmó, pero la abuela tenía una corazonada de que eso era solo el principio.
—Está bien, solo ten cuidado la próxima vez —gruñó no muy de buenas.
Al escucharlo Tochin se abalanzó hacia ella y con dulzura le dio un abrazo. Como era de esperar, en un inicio la mujer se mostró renuente, pero, no por mucho tiempo, pues la dulzura de su nieta la derritió, y así, sin oponer resistencia, le regresó el abrazo con ternura.
—Ya niña, anda ve a lavarte las manos que ya vamos a cenar.
Tochin asintió con una sonrisa y se retiró de la estancia.
Para la hora de la cena, ambas se sentaban sobre la alfombra de la cocina y ponían en ella vasijas con distintos platillos. Entre ellos había ensaladas de frutas y mazorcas de maíz asadas a las brasas. Su dieta era sencilla a base de hierbas, vegetales, frutas y semillas; casi no comían carne, pues no les agradaba su sabor y a Tochin en especial le parecía espantoso comer algo tan bondadoso como un conejo.
Tochin tomó un cuenco de barro y lo llenó de la ensalada de raíces y flores, tomó el primer bocado con la mano y suspiró llena de felicidad. Una parte de ella, estaba extasiada por haberse encontrado con tan misterioso chico que al tomar el segundo bocado lo único que hizo fue recordar sus facciones, lo dulce de sus ojos ámbar y esa curva despreocupada que en sus labios se habían formado cuando quiso bromear con ella.
Una extraña electricidad recorrió sus manos, Tochin las miró extrañada, pero estas seguían igual. Tomó un tercer bocado y antes de perderse en sus pensamientos, su abuela llamó su atención.
—«Apitzalpatli» —dijo con un tono autoritario.
Tochin dejó el cuenco en la alfombra y junto sus manos.
—Apitzalpatli tzontololotli o zazaltzin, es usado para contener diarrea, mitigar el dolor, cortar la fiebre y dar fuerza a las piernas después de un extenso día de trabajo.
—¿Es flor o raíz?
—Es una hierba de tallos delgados y cilíndricos blanquecinos.
—¿De sabor dulce u oloroso?
Tochin bajó la mirada, tratando de recordar. Remembro el códice en donde había leído sobre ella, pero solo obtenía las palabras: hierba de mínima astringencia.
Al otro lado de la alfombra, la abuela estaba soplando con cuidado a su taza de té.
ESTÁS LEYENDO
Entre la montaña y el mar
Novela JuvenilEsta historia empieza cuando los ojos de Acachto y Tochin se encuentran por primera vez; dos adolescentes de dos reinos distintos que se vuelven amigos. Y comienzan a pasar tiempo juntos, compartiendo penas y alegrías, hasta que sus sentimientos se...