El imponente mar estaba enfrente de él, a metros de distancia y aun así lo sentía más cerca que nunca, como si el agua clara estuviera en sus venas. Acachto se había sentado en la rama de siempre del tecajete más prominente del jardín de su casa. Había escogido ese lugar, por la vista al mar y lo lejos que estaba de su casa. Cuando iba ahí y se sentaba ya nada más importaba porque todo se desvanecía.
Se quedó en silencio, mirando hacia la bahía. El mar estaba calmado y la luna empezaba a salir, iluminado de un color plateado el agua. Acachto sonrió al ver cambiar el azul del mar y entonces ella se coló entre sus pensamientos.
«Por cierto, me llamó Tochin» le había dicho.
Acachto suspiró.
Recordaba su rostro a la perfección, como si la tuviera enfrente. Deseaba volver a verla, quería extrañamente hablar más con ella y preguntarle muchas cosas. Pero, sobre todo quería que sus ojos avellana lo volvieran a mirar.
Dulces y centellantes como dos estrellas del cielo, Acachto había sentido que una llama dentro de sí se había encendido y a pesar de no tenerla cerca en ese momento, la flama estaba viva, ardiendo y aunque tenue, lo hacía con fuerza.
El joven guerrero se llevó una mano al pecho, justo a la altura del corazón y después cerró los ojos. Podía sentir como latía, no era capaz de ponerlo en palabras, porque aún estaba confundido. Lo único que sabía era que era real.
—Necesito volverte a verla —musitó para sí y el mar.
A lo lejos, el agua de la bahía se agitó como si de ella pudiera salir algo, pero al final, era solo más espuma que chocaba con el acantilado.
—Por favor, solo una vez más —dijo y se recostó en el tronco del tecajete.
Volvió a cerrar los ojos y esta vez cuando trató de recordar la sonrisa de Tochin, se llevó la sorpresa de sentir algo extraño. Un nuevo sentimiento. Era burbujeante y sorpresivo, provocándole comezón desde el fondo de su mente, dejándolo débil.
Entonces el recuerdo del joven que la acompañaba empezó a aparecer.
«¿Quién es él?» se preguntó una y otra vez.
Muy dentro de sí, esperaba que él fuera un amigo o un sirviente. Sin embargo, a juzgar con la rudeza con la que había reaccionado hacia a Acachto, él actuaba más como su prometido.
Acachto resopló exhausto.
Volvió a ver hacia la bahía y mientras su mirada se perdía a la deriva, su mente se llenaba de recuerdos y todos sobre ella.
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Envuelta entre sus sabanas de manta y lana, Tochin no podía conciliar el sueño. Estaba pensando en Acachto, específicamente en sus ojos ámbar y su media sonrisa. Tochin sonrió inconscientemente al recordarlo y cuando se percató de que era probable no verlo de nuevo, de inmediato su corazón se apachurró.
Cerró los ojos y pensó en el momento en que lo miró de frente. En el momento cuando ambos pares de cristales ataron entre ellos un lazo dorado. Tochin buscaba tensar ese lazo y traer con él a Acachto, . Pensó después en su voz y en su aroma saldo... pero, al final nada funcionó. La conexión mental que ella buscaba entre ambos, no se había establecido del todo.
Necesitaría de un intento más, uno solo. Pero en su habitación solo estaba ella y la luna a la distancia. Tochin miró hacia el cielo y se dejó encantar por las estrellas. Hasta que su mente fue profanada, por el pensamiento ya recurrente en su vida y en ese momento innecesario, del zorro negro.
Paso del anhelo a la desesperación.
Debía encontrar y hablar con el zorro negro. Tenía que pedirle una explicación de porque escuchaba su voz y saber si eso estaba conectado con su habilidad mental.
Se pasó un largo tiempo pensando en su conexión con en animal hasta que el escalofrío invadió su cuerpo y estuvo a punto de paralizarla.
«Debo encontrarlo, tengo que hacerlo», se dijo con decisión.
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Entre la montaña y el mar
Teen FictionEsta historia empieza cuando los ojos de Acachto y Tochin se encuentran por primera vez; dos adolescentes de dos reinos distintos que se vuelven amigos. Y comienzan a pasar tiempo juntos, compartiendo penas y alegrías, hasta que sus sentimientos se...