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Iruka despertó al sentir al viejo como lo removía mientras le decía hemos llegado. Le ayudo a bajar y ese fue el primer acto de bondad que le habían dado en años. Siguió al hombre y pudo apreciar como aquella casa estaba perfectamente limpia y arreglada, el calor de hogar se sentía con tan solo ver cómo los candiles alumbraban los lugares correctos.

— Mi hijo seguramente estará durmiendo, así que puedes dormir frente a la chimenea mientras despierta — escuchó al viejo decirle mientras le entregaba una manta — duerme sobre eso — señaló lo que parecía ser un futón, Iruka asintió y lo sujeto con sus manos débiles — descansa, mañana será un gran día.

El moreno asintió sin decir nada, cargo entre sus delgados brazos aquel futón para acomodarlo en suelo, se recostó y pudo sentir una suavidad tan única, se había acostumbrado a dormir en lo que era una cama tejida de paja, pero esto era totalmente diferente, era acolchado y suave, la manta que le habían dado era tibia y suave al contacto, la fogata le brindaba calor constante y el como crispeaba le daba un poco de risa, contempló aquella luz durante un buen rato hasta quedar dormido.

Cuando despertó, la tenue luz que atravesaba la ventana lo deslumbro, en la chimenea solo quedaban las cenizas de dónde había ardido el fuego que lo había arrullado, se levantó del sitio y dobló la manta y enrollo de nuevo el futón, y se quedó parado a lado de este, se quedó ahí hasta que alguien en esa casa le dijera qué hacer.  Pasadas dos horas más o menos escucho el crujir de la madera del primer piso, eso le decía que se podía dormir un poco más después de que saliera el sol, la primer persona que bajo por aquellas escaleras era una mujer de edad ya avanzada que lo miro fijamente.

— Acércate — Iruka obedeció, se acercó a la mujer y esta lo miro de arriba abajo, en ese momento el moreno se sintió expuesto, la mujer lo estaba tocando de manera extraña, lo tocaba de los hombros, el cuello, la cintura, el trasero, el moreno se sonrojo sintiéndose más cohibido — estás en los huesos — dijo la mujer — tu aroma apenas si es perceptible, es obvio, aún no estás en edad de merecer, antes de que veas a mi nieto tengo que lavarte bien y quitarte esa mugre de las manos — dijo mientras lo sujetaba de estas para después sujetarle con fuerza la cara  e inspeccionarla — abre la boca — Iruka obedeció mientras la mujer lo miraba con los ojos entrecerrados como buscando algún defecto o algo — tus dientes están bien, son blancos y grandes; esa cicatriz cuándo te la hiciste — cuestionó mirándole fijamente los pómulos y la nariz. Iruka pasó saliva, esperaba que su voz no diera indicios de nerviosismo.

— No lo sé.

La mujer hizo un chasquido con los labios.

— Tal vez sí sirvas para tener cachorros. Ven conmigo.

El moreno la siguió a la que parecía la cocina, ahí, le dijo cómo encender el fuego mostrandole y diciéndole para que era cada recipiente, cuántas porciones de comida debía servirle a su nieto, que sí podía comer y que no, lo hizo preparar el desayuno para los cuatro dándole el visto bueno, en esos momentos se sintió bien, sintió que tal vez, después de el dolor de su infancia y adolescencia ahora había sido compensado. La mujer lo llevo al baño, ahí había un enorme caldero en el que había demasiada agua, le enseñó también como debía mantener el agua caliente hasta el día siguiente, Iruka asentía ante cada indicación grabandola en su memoria, pues sabía que debía seguir al pie de la letra cada indicación.

— Es hora de lavarte, trae tu agua y echala aquí — ordenó. Iruka de sorprendió al ver aquella tina enorme de madera, jamás en sus pocos años de vida había visto una cosa así, se había acostumbrado a solo bañarse a mentadas y con agua helada. Obedeció a la mujer, las cubetas pesaban y mucho, pero no le importaba pues iba a ser la primera vez que debía bañarse de forma decente; la mujer volvió con algunos aceites y trapos entre sus manos, le dijo que esencias podía usar para él y cuáles para su nieto, en realidad a Iruka no le importaba si debía servirle todo el día a aquel hombre que sería su pareja, para algunos podría resultar desagradable, pero, para él, eso era lo mejor que le estaba pasando en su corta vida — ahora, desvistete, hay que sacarte bien la mugre.

Iruka asintió un tanto nervioso, su cuerpo iba a ser visto por alguien más, la mujer vería sus cicatrices. Pero esta salió del cuarto dejándole solo, se desvistió para después adentrarse a aquella tina, el agua tibia era una nueva sensación en su cuerpo, sonrió porque sentía como sus manos se quedaban suspendidas en el agua, el vapor comenzó a desprenderse de su cuerpo poco a poco, era algo realmente nuevo para él.

— Te gusta el baño — habló de repente la mujer, Iruka asintió emocionado — que bueno, todos los días al despertar deberás bañarte y harás lo mismo en las noches, un Omega limpió y bien arreglado habla bien de la familia en la que vive.

Iruka disfrutó del baño, aunque no mucho de como la mujer tallaba con fuerza su cuerpo, disfrutó de la espuma de algo que le había echado la mujer en su cabello y ese aroma a rosas que comenzaba a invadir el cuarto.

— Aquí te dejo esto para que te seques, las ropas que traes me la darás para quemarlas, dejaras de usar esa ropa corriente y usarás esta — anunció mostrándole un kimono color verde, Iruka abrió los ojos con asombro, en su vida había visto uno así, asintió emocionado, pues a lo único que había estado acostumbrado a usar era unos pantalones de manta y una camiseta del mismo material. Definitivamente sentía que su vida estaba cambiando para bien en todos los aspectos.  Quito el corcho que le había dicho la mujer que debía sacar, admiro como este succionaba el agua para conducirla a quien sabe qué lugar, salió de la tina y se secó disfrutando de la suavidad del trapo que se le había dado, su piel se sintió caliente ante la suavidad de la tela del kimono. Secó bien si cabello para después hacerse una coleta. Iruka por primera vez en su vida se sentía bonito.


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