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—¡Rubén Doblas! ¿Puedes repetir lo que expliqué?

—Ahm... ¿Hablaba sobre Cristóbal Colón? —no tuvo que pensar mucho para darse cuenta de que había errado. El aula entera comenzó a burlarse mientras la docente tan sólo se llevaba la mano a la frente sin esperanzas en el castaño.

—Estamos en clase de lengua, joven Doblas. Debo avisarle que está en riesgo de reprobar mi materia... —amenazó la mujer a la que Doblas podía considerar una vieja bruja, sólo le faltaba la verruga en la nariz.

Compartió durante unos segundos una mirada fulminante con la maestra; seguiría jugando al campo de guerra con sus lápices y gomas y después se preocuparía por la tarea. Procrastinar era su segundo nombre.

A nadie le hacía un pico de gracia la actitud de Doblas, vamos, que ni siquiera el mismo Rubén querría ser su amigo, realmente era alguien de poco tacto y quizá un poco muy socarrón, entendía porqué no tenía amigos.

Las miradas de sus compañeros siempre se dirigían a él cuando pasaba, no de buena manera. Entre todas las miradas se encontraba la de Raúl.

Él, muy por el contrario de Rubén, era alguien bastante recto y aunque también tenía un estilo demasiado sarcástico, se autodenominaba mejor que su compañero castaño y por mucho. Raúl sabía muy bien quién era Rubén, lo conocía desde hace mucho tan sólo por miradas distantes y... Se preguntaba qué había ocurrido con él.

Aún recordaba al carismático chico de nuevo ingreso, un nórdico-español de talla alta, voz graciosa y una sonrisa más amplia y brillante que cualquier astro. Recordaba su gran bola de amigos y su facilidad por hablar con la gente, y aunque sus notas no eran las mejores, se mantenía a raya. Era una vida que siempre envidió.
Pero ahora... Ver a ese chico siendo un rechazado social completo. No quedaba nada de esa sonrisa brillante, ahora sólo se mostraba una apariencia desaliñada y ojeras más profundas que un mar.

Quizá la adolescencia le afectó mal.

Nunca se interesó en hablar con él o saber el por qué de su gran cambio, no era alguien con el valor de preguntar aunque sí pecaba de curioso, su mirada hablaba más de lo que hablaba él.

Al final de la jornada, sólo quedaba guardar las cosas y marcharse a casa. Para nadie era extraño ver a Doblas siendo citado al final de las clases, casi que pasaba desapercibido; excepto por los ojos chismosos de los demás. Pero el nuevo acontecimiento era...

—Raúl Álvarez, usted también venga conmigo —dijo una señora con voz profunda y misteriosa, la tutora de su aula.

Todas las miradas que se encontraban en el salón se dirigieron hacia Álvarez, hasta él mismo estaba sorprendido, ¿Por qué lo habían citado a él? Era un chico ejemplo, un sobresaliente con buenas notas, no se podía explicar en qué se había equivocado. Aún así acató la orden de la tutora sin chistar.

Cuatro personas, una habitación muy pequeña, dos superiores, dos jóvenes que estaban hartos de ese lugar silencioso con miradas compartidas, la intriga del lugar era tan densa que a Raúl le costaba respirar.

—Se preguntarán por qué están ustedes dos aquí... —dijo el señor detrás del escritorio con una voz rasposa, los jóvenes lo miraron obvio—. Bien... Visto que el joven Rubén Doblas representa un muy desafortunado problema en el ámbito académico, y visto que tampoco planea colaborar... Hemos decidido tomar a nuestro alumno estrella para...-

—¡No! ¡Ni de broma! —interrumpió el pelinegro sabiendo por dónde se dirigía el asunto. Los presentes lo miraron sin mucho interés hasta que volvió a relajarse.

—Prosigo... Raúl Álvarez, te queremos encargar el ser tutor de tu compañero y verificar sus desempeños.

—Pero señor...

—Álvarez, confiamos en ti, eres nuestras mejor opción para esto —insistió aquel viejo mirando con severidad al de tez morena. Raúl presionó su mandíbula con fuerza sin poder negarse.

—Entendido... —respondió bajando la mirada con sumisión.

—¿Alguna queja? —cuestionó el director, obviamente Álvarez tenía más de quinientas, pero no respondería ninguna.

—Ninguna, señor —dijo Rubén quién hasta el momento se había mantenido de brazos cruzados.

El hombre mayor les indicó salir. Los jóvenes tomaron sus pertenencias y se marcharon tranquilamente sin cuestionar más a los mayores.

Raúl estaba tan molesto que su entrecejo no dejaba de estar fruncido, ni siquiera quería mirar al castaño a su lado. Rubén lo miraba de reojo notando su semblante de pocos amigos.

—Nos vemos, maestro Álvarez —bromeó con descaro el castaño apenas habían llegado a la salida de la escuela, tomó su propio camino sin ni siquiera mirar a Raúl.

—Maldito... —gruñó el moreno mirándolo con fuego en los ojos. Imitó la acción de Doblas dirigiéndose hacia su morada.

Serían unos pésimos días para Álvarez.

Allende || RubiusplayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora