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Desde el inicio del día, todo se sentía sumamente extraño. Raúl y Rubén habían logrado obtener más cercanía hacia algunos días, pero ese mismo día, justo cuando ambos llegaban a clase, Rubén por primera vez en mucho tiempo, pasó de largo pareciendo ignorar al moreno, aquello lo desconcertó, pero aún más cuando notó que traía la capucha puesta acompañado de un cubrebocas, ni siquiera se le notaba la cara, y tampoco respondía cuando llamaba a su nombre, simplemente avanzaba más rápido.

Eso había enojado a Raúl, y lo había enojado con mucha razón, no lo enfrentó durante clases, pero sí a la hora del receso. Aunque fue difícil encontrarlo, pues no había ido al comedor con él, lo logró al verlo entrando en la biblioteca, lo siguió de cerca aunque tratando de no llamar su atención. No iba a esperar mucho tiempo, así que mientras caminaba hacia el centro de la biblioteca, jaló de su brazo hasta arrastrarlo y acorralarlo contra uno de los libreros haciendo que su espalda se golpee con la madera y los libros se movieron sin caerse, escuchó un quejido exagerado saliendo su boca pero eso no lo hizo titubear.

—¿Por qué rayos me ignoras? Creí que confiabas en mí —enfrentó Raúl sin esperar más.

Él lo confundía, lo tenía demasiado perdido. Hace algunos días estaba dispuesto a confesar todo con tal de quedarse a su lado, y ahora parecía querer alejarlo, no lo entendía. No soltaba su suéter por miedo a que escapara.

—No te quiero ignorar, sólo no es un buen día —gruñó el nórdico, no sabía si lo estaba viendo para enfrentarlo o no, no podía ver su rostro.

—¿Por qué? ¿Es difícil decirme qué te molesta? —preguntó sediento de respuestas, su mirada era filosa y trataba de penetrar los ojos de Rubén aunque no los viera.

—Sí —fue lo único que respondió antes de enmudecer, Raúl no quedó satisfecho con la respuesta y gruñó en reclamo—. Mañana hablamos, ahora necesito estudiar y lo sabes.

—No, estudia conmigo, siempre lo haces.

—No puedo, necesito concentrarme —respondió, ganando de Raúl un «Mientes» que lo hizo suspirar ansioso—. No miento, estoy ocupado.

—Mientes —reiteró, esta vez no recibió respuesta—. Mírame y dime que no mientes... Quítate la máscara y dime que no estás ocultando cosas.

Ese fue reto suficiente como para hacer encogerse a Rubén, sabía que tenía razón en el momento en que Rubén titubeó. En parte se preocupó por él pero no podía hacer nada si no sabía lo que pasaba.

—Rubén, mírame —pidió nuevamente Álvarez, esta vez con una voz más cariñosa, y dejó de sujetar con fuerza su suéter para acariciar suavemente su brazo.

En el recorrido de su mano minando el antebrazo hasta el hombro de Rubén, su mano pareció tocar un punto sensible pues el castaño largó un quejido incómodo, eso asustó a Raúl.

—Es que... No quiero que me regañes... —murmuró el nórdico como si fuera un infante, Raúl le aseguró que eso no sucedería—. No te asustes...

Murmuró antes de bajar la capucha de su suéter y apartarse el cabello de la cara, no miraba a Raúl aún, no hasta retirar también la mascarilla, fue en ese momento cuando lo encaró.

Y Raúl no esperaba ver el rostro de Rubén marcado por un doloroso cardinal que iniciaba desde su ojo izquierdo y se extendía como telarañas hacia su mejilla, también pudo notar su labio ligeramente maltratado e hinchado. Su rostro lucía maltratado, una escena que le heló la sangre a Raúl, ahogó un sonido de sorpresa en la garganta mientras lo miraba, y aunque Rubén le dijo que no se asustara, sus ojos reflejaban su angustia.
Sólo había una explicación rápida a eso:

—Él lo hizo —sentenció Raúl, Rubén asintió apenado y lentamente—. ¿Dónde más te lastimó?

—El brazo... La espalda... —titubeó unos segundos al señalar los lugares que había mencionado, suspiró con dificultad antes de señalar también su corazón—. Aquí... No me pegó... Pero duele...

—¿Por qué lo hizo? —preguntó el azabache sintiendo la desesperación inundar su cuerpo, le daba miedo ver cómo reaccionaba su contrario.

—Otra pelea... Pero esta vez sí se enojó.

—¿Por qué pelearon? —Su pregunta no tuvo respuesta, tan sólo bajó la mirada, eso le dió suficiente respuesta—. ¿Fue sobre mí...?

—Sí... —murmuró el más alto consiguiendo un gesto de preocupación en la cara del azabache—. No es tu culpa, yo lo reté. Le dije qué clase de relación teníamos y eso lo enojó, y yo le contesté.

—Rubén...

—No importa, el dolor pasará —aseguró el castaño pero eso no tranquilizó a Álvarez.

—No quiero que vuelvas ahí —espetó Raúl volviendo a sostener el suéter de Rubén.

—Si no lo hago, tú también correrás peligro —dijo con voz suave pareciendo tratar de calmar los nervios de Raúl.

—Pero tú también corres peligro ahí... Eso no es justo —El castaño bajó la mirada sabiendo que tenía razón.

Con sus delgadas manos sujetó las manos que Raúl guardaba en su pecho con preocupación, lo sostuvo con fuerza y acariciando con su pulgar las manos del azabache; en ese momento, Raúl pudo notar las maltratadas manos de Rubén, estaban ligeramente rojas y con algunos rasguños casi invisibles, de seguro causados por el forcejeo. La imágen mental que se creaba al pensar el miedo que debió pasar su contrario lo hacía asustarse también.

—No lo volverá a hacer, sólo no te entrometas... Estaré bien—aseguró Rubén en voz alta.

Rubén sabía que era mentira, Raúl lo sabía; mientras Rubén viviera ahí, nunca estaría completamente a salvo, ese pensamiento preocupaba aún más al español, pero trató de ocultarlo con un beso en las manos del castaño, trataba de decirle que iba a cuidarlo, aunque el castaño se opusiera.

Y a pesar de las heridas abiertas de Rubén, una herida abierta entre ellos comenzaba a cerrarse, cada día la cercanía de su calidez era más efímera, cada vez podía sentir más calientes las heladas manos del nórdico, y sus ojos inexpresivos parecían cobrar cada vez más color para él, sólo para él.

Allende || RubiusplayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora