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Diría que los días no eran iguales, pero en realidad estaría mintiendo; el funcionamiento del mundo no se había detenido, las clases seguían, las personas seguían caminando, los coches se dirigían a lugares inciertos para su vista, las tiendas abrían a la misma hora puntual, el mundo no se había detenido, pero él sí.
Porque caminar cada mañana hacia su escuela era más frío ahora, aunque el clima no cambiaba, porque la comida sabía diferente aunque el sazón no había cambiado. Y no entendía completamente porque eso era así.

No le habían quitado una parte de su vida, su cuerpo seguís completo, su rutina también, no tenía amigos de los cuales quejarse o extrañar, lo único que podía extrañar era a Rubén Doblas, el antipático nórdico. Y es que no comía por él, no caminaba por él, no vivía por él, pero cuando se fue, sintió una gran torre derrumbarse y sus escombros le caían justo encima.
¿Se podía encariñar tanto de algo? Las únicas personas a las que creyó amar era a su propia familia, mamá y papá, y jamás sintió la necesidad de un compañero, un amigo o algo parecido, podía conseguir todo aquello de otras fuentes que no sea la amistad, pero ahora que lo había tenido, pensó en lo mucho que se aferró a aquello, y lo fuerte que había sido soltarlo.

—¿No comerás? Tu plato lleva lleno todo el almuerzo —habló su madre con voz tranquila, aunque su gesto era de preocupación.

—No tengo hambre... Comeré luego.

—¿Otra vez? Llevas así tres días, ¿No planearás contarme qué sucede? —exclamó la mujer tomando la mano de su hijo de manera protectora, protección que sólo una madre sabía brindar.

—Sólo situaciones de las clases, no te preocupes —dijo Raúl tratando de no dar detalles o importancia, en realidad no quería hablar sobre eso.

Su madre, con aquel instinto que tenía, arrugó la nariz insatisfecha con la respuesta.

—¿Te han echo daño? ¿Quién fue? No necesitas ocultar cosas así, serás viejo pero aún puedo protegerte —exclamó logrando avergonzar al menor.

—No madre, no es nada sobre mí, deja el tema.

Su madre terminó por resignarse y asentir, y aunque seguía descontenta, decidió dejar tranquilidad en su hijo.

—¿Por qué no traes a ese chico Rubén otra vez? Creo que él podría ayudarte en lo que sea que te pase, ya sabes, os veíais contentos juntos —dijo la mayor logrando hacer que Raúl pusiera un semblante recto, inexplicablemente incómodo.

—S-sí... Trataré.

Murmuró en un hilo de voz antes de abandonar la mesa, no podía culpar a su madre, ella no sabía. Bajó la mirada en camino hacia su habitación, nuevamente a encerrarse y no salir hasta que su estómago doliera o sus necesidades lo obligaran a ir al baño.

La parte que más odiaba de su vida era ir a la escuela, si pudiera darle puntuación del uno al diez, tendría un menos cien. Dolía llegar al aula y mirarlo desde la distancia, sin poder hablarle, sin que le dedicara mirada alguna. ¿Tan rápido lo había olvidado? No estaba obligado a extrañarlo pero deseaba que lo hiciera.
Todo era como antes, antes de conocerlo, antes de necesitarlo, antes de romperse, pero esa versión no le gustaba, porque ahora habían sentimientos de por medio, y recuerdos que antes no existían.

Tampoco podía acercarse y ver si aún tenía algo de atención suya, porque ahora parecía un fantasma frente a sus ojos, y también porque le daba miedo; sabía que si los ojos del castaño llegaran a mirarlo por unos segundos, se desplomaría en el suelo, echaría su orgullo a la basura y deseará capturarlo en sus brazos para no volver a soltarlo, se haría lamentable, y le daba miedo pensar en esa versión de él.

—Joven Álvarez, ¿Puede repetirme lo que he dicho? —espetó una voz masculina y monótona al otro lado del aula, todas las miradas se dirigieron a él.

Oh no, ¿Había estado perdido en su mente durante clases? No recordaba ver entrar al profesor.

—Lo siento maestro, no prestaba atención... —murmuró quedito y apenado, el mayor suspiró con recelo.

—Preste atención entonces.

El aula reía en voz baja, en parte era porque resultaba gracioso que uno de los más inteligentes del aula fuera regañado, otra parte era por lo nervioso que se mostraba el moreno. Y a pesar de todas las miradas, la de Rubén no estaba ahí, él seguía de espaldas y anotando en su libreta sin prestarle atención, una nueva herida para Raúl.

Y esa no fue la última vez que le llamaron la atención, durante todas las clases parecía desconectarse del mundo, y los profesores eran quienes lo traían de vuelta.
Faltaba tan sólo unos minutos antes de sonar la campana del fin de la jornada, a esa hora el aula siempre se llenaba de bullicio entre los alumnos listos para ir a casa.

—¿Viste a Álvarez? Parece que hoy no fue su día —dijo una de las chicas de su aula, no se molestó en bajar la voz para no ser escuchada.

—Sí, se veía gracioso todo avergonzado, me muero si me hacen eso los profesores —le respondió su compañera mirando de reojo hacia el azabache, este ocultaba su cara sabiendo que la conversación era sobre él.

—¿Será que a él le moleste? No parece tener amigos, quizá ni le importe.

—No lo sé, la gente rarita es tan confusa —exclamó una de las chicas largando una carcajada, Raúl comenzaba a apretar su mandíbula.

—¿Queréis callaros ya? Me causan dolor de cabeza —gruñó de manera demandante la voz del nórdico.

Raúl levantó la vista casi por instinto, hacia mucho que no escuchaba su voz, y le interesó ver cómo se dirigía hacia las personas; las chicas pararon de hablar enseguida y se alejaron del sitio algo incómodas, Rubén volvió a acomodarse en su lugar sin decir nada más o mirar a nadie, aún así, Raúl se sintió feliz de haberlo escuchado hablar, y aún más de haber sido defendido aunque de manera indirecta.
Al azabache le hubiera encantado decir gracias, pero el sonido de la campana se adelantó, antes de que pudiera volver a poner mente, Rubén ya no estaba ahí.

Allende || RubiusplayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora