Capítulo Uno. Lena Moon

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Sí. Mi nombre es Lena Moon. Tengo veintinueve años y vivo en Bolonia, una ciudad de Italia. Os preguntaréis porque mi nombre no es Giulia ni mi apellido Dasti pero es que mis padres, enamorados de la bella Italia, abandonaron Inglaterra para afincarse en la ciudad roja del norte. Bologna la rossa o Bologna la grossa como muchos a mala leche suelen llamar a mi ciudad. La cuestión es que llevo aquí viviendo desde que tenía nueve meses por lo que, a pesar de mi doble nacionalidad, puedo considerarme italiana. Una italiana, hija de ingleses, puteada con su mierda de trabajo. Doce horas diarias, viajes nacionales e internacionales, sin vida para salir con amigos o buscar un novio....bueno, en cuanto a novios, tengo a Gio. Muy majo, muy simpático, le importo una mierda y solo me quiere para, cómo se dice?? Mojar el churro o lo que es lo mismo, aparearse, follar....UPS!! Mi mal lenguaje. Qué vergüenza!! Soy demasiado sincera?? Puede que sí pero es mi forma de ser. Podría cambiarlo? No se si me interesa. Y ahora me preguntaréis qué es lo que hago hablando de mi vida. La cuestión es simple. No hace mucho me pasaron una serie de casualidades que me apetece compartir con vosotros. Por un lado son agradables, por el otro una gran mierda pero así es la vida. Una de cal y otra de arena. Para poneros en situación, empezaré relatando mi último día de trabajo, de mi antiguo trabajo que no es lo mismo que el nuevo. Es igual!! Allá voy!!

-Lena??- descolgué el teléfono a las seis y media de mañana-.

-Si??-contesté medio adormilada-.

-Soy Giulio. Necesito que hoy vengas antes a la oficina.

-Antes?. Si entro a las siete y media de la mañana!!.

-Ya sabes que hay mucha gente en el paro....

Esa era la típica frase de Giulio, mi jefe, que siempre me hacía sucumbir a sus plegarias. Era independiente, tenía que pagar un alquiler altísimo y quedarme sin trabajo y volver a casa de mis padres no era una opción saludable para mí salud mental. Así que rápido y veloz, me duché, me vestí con uno de los trajes de falda y americana que tanto detestaba y me fui bebiendo un café mientras conducía. Llegué a las siete en punto, media hora antes de haberme despertado y con pocas ganas de vivir.

-Buenos días, Lena-me saludó Giulio-. Tenemos que preparar los presupuestos para los socios griegos. Sé que es mucho trabajo pero tienen que estar listos antes de las once de la mañana.

-Las once??. Un presupuesto millonario?. Qué va! Imposible.

- Confío en tí, Lena. Sé que serás capaz de hacerlo y si no....

-Sí. Mucha gente está dispuesta a ocupar mi puesto.

Hijo de la gran puta!!. Es lo único que se merecía aquel hombre. No podría haberme avisado un mes antes??. No!! Aquí todo funcionaba así y yo era la típica tonta del culo que le sacaba las castañas del fuego. Sabéis por qué me pasaba esto?. Por haberme ido a tomar unas copas con él el primer día de trabajo. Me había sincerado, hablado con él sobre mis problemas y la indecente obsesión de mi madre por verme casada y con hijos y él lo había aprovechado para esclavizarme. Menos mal que no había llegado a más la cosa-aunque había estado a punto-. De lo contrario, me vería de pornochacha, casada con él, con cuatro niños y con unos cuernos mayores que los de un toro de lidia. Creo que, despues de negarme a tener sexo con él y enterarse de que lo tenía con Gio, el contable de la planta de abajo, se dedicó a putearme de todas las formas posibles. Y yo aguantaba indecentemente por un solo motivo: seguir manteniendo mi independencia pero incluso con ese claro objetivo, la paciencia de una persona podía llegar a colapsarse

Cómo era de preveer, el presupuesto millonario de las once de la mañana, no llegó a tiempo.

-Lena?.

- Es imposible acabar esto a tiempo. Sabes la cantidad de números que hay aquí?. Tendré suerte si consigo terminarlo para última hora.

-Imposible. En media hora se presentan los presupuestos. Tenlo listo. Me oyes?.

Giulio se asomó al mostrador que nos separaba con cara de pocos amigos.

-Sabes que es imposible. No soy una máquina.

-Eres una inútil!.

Gritó en alto dejándome en evidencia delante de toda la oficina. Una cosa era que me esclavizase y otra gritarme. De repente, me vino un olor a café recién hecho delicioso. Era la hora del café de Nelly, una de mis compañeras. Siempre lo tomaba a las once en punto, para ella era como el indicativo de que sólo le quedaban tres horas de trabajo, un momento de relajación en medio del caos de papeles que siempre reinaba en su mesa. Me giré para observarla sin prestar atención al rostro de mi jefe que, por momentos, parecía ponerse más y más rojo fruto de la rabia que le producía mi indiferencia.

-Nelly, sé que es tu momento KitKat pero, te importa si te cojo el café?.

-Puedo ir a por otro-respondió confundida y poco convencida-.

-Sé que te gusta bien caliente, hirviendo prácticamente.

Ella asintió sin saber muy bien por donde iban los tiros. Por suerte, era discreta y hacer demasiadas preguntas no era común en ella.

-Te traeré otro después-susurré-Es por una buena causa. Créeme.

Tomé la taza de porcelana inglesa color rosa palo y desconchada por un asa y me volví a girar para mirar a los ojos al ogro. Parecía fuera de sí pero lo que no sabía era que yo también, que me había criado en la calle rodeada de niños y niñas con malas y traviesas ideas.

-Y bien?. Vas a querer el informe para la noche?.

-Me estás vacilando, Lena?. Para que te contrato? Si no sirves para....ahhhh!.

No llegó a pronunciar aquel nada. Ni corta ni perezosa le tiré el café en su preciosa camisa blanca de Armani, con un poco de suerte, podría aprovecharla para trapos de limpieza. Así limpiaría los cristales con estilo. Quién pasa el polvo con seda italiana?. Cogí mi portátil, mi bolso y me levanté dignamente.

-Vas a tratar mal a quién yo te diga, imbécil. No hace falta que me despidas porque soy yo quien dimite.

-Vas a volver a casa de tus padres?.

-Cualquier tortura es menor a tener que verte la cara cada día, Giulio. Sería feliz de no volver a verte nunca más.

Pasé a su lado con la " torpeza" de pisarle con mis tacones de aguja que odiaba tanto o más que a él, cogí el ascensor y salí por la puerta de las oficinas. Me sentía liberada y feliz aunque supiese que tendría que empezar a pensar en volver a echar currículums y posiblemente volver a vender camisas en tiendas para pijos. Me daba igual. El ogro estaba fuera de mi vida y con suerte, tampoco volvería a ver a Gio. Dos pájaros de un tiro!

De repente....

-Lena! Espera!

No podía ser, no era posible. No pensaba que me iba a librar también de Gio. Por que coño me llamaba siempre que lo quería perder de vista? Y por qué tanta dependencia emocional? Uf!! Qué día de mierda. Quiero dormir.

Ojos Color MielDonde viven las historias. Descúbrelo ahora