No podía ser, no era posible. No pensaba que me iba a librar también de Gio. Por que coño me llamaba siempre que lo quería perder de vista? Y por qué tanta dependencia emocional? Uf!! Qué día de mierda. Quiero dormir.
-No vas a contestar a tu madre??
El móvil sonaba en mi bolso. Era mi madre, la incansable. Siempre solía ignorar sus llamadas. Yo era demasiado parlanchina y al final, siempre conseguía sacarme más secretos de los que yo misma esperaba contar. Gio, sentado a mi lado, me miraba con gesto de desaprobación pero me daba absolutamente igual. Tenía dependencia emocional de él-probablemente relacionada con algún transtorno infantil chungo- pero, al final, la que lidiaba con mi madre era yo y nadie más que yo. Cómo iba a decirle qué había dejado el trabajo y que me encontraba en un autobús destino a Zaragoza con el tío del que tantas pestes echaba día tras día?. Imposible. Se haría ilusiones de ser abuela después de echarme la bronca por mi propia irresponsabilidad y no se cuantas cosas más.
-Es mi estrategia, Gio. El psicólogo me dijo que debía pasar de las cosas que me desequilibrasen.
-No es una cosa. Es tu madre!!.
- Y me desequilibra. De todos modos, tú me has convencido para irnos de viaje para echarme la bronca?.
-Está bien.
Al parecer, el incidente del café caliente, se había corrido por todo el bloque de oficinas. Gio, que casualmente tenía días de vacaciones, me ofreció irme de viaje con él a España para desestresar y relajarse y varias y obscenas cosas más. No tenía ni idea de porque le había dicho que sí, tenía la mosca detrás de la oreja. Me resultaba raro que aquel hombre se preocupase por algo más que no fuese mi ....vale. Dejaré las cosas íntimas para otro momento. Resultado de todo esto?. Después de sabe Dios cuántas horas de viaje, con las piernas entumecidas y con unas ganas de mear horrorosas, me encontraba arrastrando mi maleta- que por cierto tenía una rueda estropeada- por el centro de Zaragoza, una ciudad conocida por ser el hogar de la virgen del Pilar, todo un símbolo para los españoles. Encontrar el hotel nos costó un triunfo pero más me costó asimilar el hecho de que, recién llegados al hotel, Gio se lavase los dientes, se echase desodorante y se pirase prácticamente sin decirme adiós.
Muy bien, Lena. Estás sola en una ciudad en la que la gente habla un idioma parecido al tuyo pero no igual y que no peca precisamente de ser pequeña. Genial!
Me eché encima de la cama y cerré los ojos. Por un momento, sólo ví señales de tráfico pero tenía un don para relajarme que me permitió caer rendida en apenas tres minutos. Algo bueno tenían que tener los retiros espirituales de mi juventud. Cuando volví a despertar, eran las ocho de la mañana del día siguiente, estaba hambrienta y mi compañero de viaje estaba desaparecido así que me duché, me vestí, me calcé mis amadas Converse y me fui a patear Zaragoza cabreada mientras buscaba un lugar donde poder desayunar algo contundente. Fue en un bar de aspecto antiguo, de esos que siempre están llenos de gente mayor. Mi abuelo siempre me había dicho que, en esos sitios, era donde mejor se comía y bebía. La gente mayor es sabia. Me comí una tostada con jamón, aceite y tomate que juraría era más larga que mi brazo pero lo último que había ingerido era una pizza affumicatta en Italia. Hacía al menos dos días!!!!.
Con el estómago lleno y las pilas recargadas, empecé a caminar sin rumbo fijo, sin miedo a perderme. Sabía la calle del hotel y podía preguntar a cualquiera. Alguna noción de español tenía aunque no fuese bilingüe. Zaragoza era bonita. Fría pero bonita. Parecida a Madrid pero con más carisma. Dejé que el viento frío azotase mi cara mientras paseaba intentando memorizar cada uno de los rincones que me llamaban la atención. No solía hacer muchas fotos en mis viajes. Me gustaba guardar las cosas en mi cajón de recuerdos mental. Las pocas que hacía, eran aquellas que me fastidiaba perder o que eran dignas de enmarcar.
Fue un escaparate el que captó mi atención. Pertenecía a una tienda de ropa urbana. Repleto de pantalones pitillo, sudaderas anchas y millones de zapatillas de deporte. Cuatro años usando tacones de aguja de diseño, cuatro años maltratando mis pies. Llegaba un momento en la que una lloraba de emoción al ver unas zapatillas planas con pinta de cómodas. Me estaba encadilando con unas negras con cordones dorados cuando me di cuenta que estaba agarrando el pomo de la puerta para entrar a comprarlas.
-Lena!
Quién coño me conoce en esta ciudad?.
Quién iba a ser? Gio!
-Hombre! Buenos ojos te vean!.
-Me asusté al no verte en el hotel.
-Pensabas que iba a estar esperándote hasta que llegases?.
-Lena. Lo siento.
-A veces me pregunto si realmente sientes. Convencerme para venir contigo y dejarme tirada para irte de fiesta.
-No me he ido de fiesta.
-Apestas a alcohol.
-No, Lena.
Me agarró de la mano y trató de arrastrarme con él.
-Volvamos al hotel.
-Suéltame, Gio!!
-Has venido para estar conmigo.
Borracho y salido. Qué combinación! Intenté zafarme pero aún en su estado de embriaguez, me sacaba una cabeza y unos treinta kilos de peso por lo que me resultó imposible.
-Vamos!
-No!
Me miró fijamente. Los ojos enrojecidos por el humo, vidriosos por el efecto del alcohol. Me dió miedo y temí no poder escaparme de sus fauces. Hasta que vino mi salvación.
-Señorita, la he visto interesada en unas zapatillas del escaparate. Quiere entrar a probárselas??.
Un dependiente había salido de la tienda para rescatarme al ver el circo que estábamos montando. Suavemente, me soltó de la mano de Gio y haciendo un ademán, me invitó a entrar. Gio se quedó parado en la entrada y yo vi la luz dando las gracias a mí salvador. Cuando logré recobrarme, me giré hacia él para darle las gracias pero me costó centrarme en mis propias palabras. Me encontré con unos ojos miel en los que me apeteció perderme para toda la vida. Fue él quien rompió el contacto visual.
-Está señorita necesita un vaso de agua y un 39 de las zapatillas doradas del escaparate, Antonio.
Se alejó de mi lado, dejándome con el tal Antonio y se perdió a través de una puerta que supuse era el almacén.
Pero qué cosas raras te pasan, Lena.
Me senté sobre el sillón que servía para probar zapatos y acepté de buen grado el vaso de agua . Y ahora cómo iba a volver al hotel?. Cómo iba a olvidar aquellos ojos miel?
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Ojos Color Miel
Roman d'amourLena es una mujer que roza los treinta. Trabaja como secretaria en un empresa en la que pasa más tiempo del deseado, mantiene una relación con un hombre al que ella poco o nada le importa y su madre está constantemente diciéndole que desperdicia su...