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Mi deseo
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        La fachada era simplemente hermosa, una casa de dos pisos en su totalidad blanca, con ventanas que daban un toque más brillante. Pero una cosa era observar la casa desde afuera, y otra muy diferente era entrar en ella, (exceptuando los cinco minutos qué pasó en su habitación) por eso, Min se encontraba completamente nervioso, pedaleaba su bicicleta con rapidez con camino a la casa de Bae Jun Seo, por petición de su madre. Y mientras recorría aquel largo camino de tierra, trataba de entablar una conversación mental consigo mismo fingiendo ser Jun Seo. ¿Qué le diría? ¿Cómo actuaría? ¿Ella querría verlo? ¿Y si lo terminaba echando de su casa?

Los nervios siguieron aumentando, pero casi le da una taquicardia cuando llegó a la entrada. Parado frente a la puerta, secaba las palmas de sus manos sobre sus pantalones, regulaba su respiración, peinaba su cabello y acomodaba de vez en cuando su chaqueta. Y entonces, antes de siquiera poder tocar el timbre, la puerta fue abierta dejando ver a la madre de Bae del otro lado.

—Ella no sabe que estás aquí—susurró dejándolo entrar—Subiendo las escaleras a la derecha, es su habitación.

El chico simplemente asintió ligeramente e hizo lo pedido, con paso lento subió las escaleras hasta divisar un letrero que decía: Bae Jun Seo con letras grandes y en morado.

—Tock tock, ¿Hay alguien ahí?—murmuro abriendo la puerta topándose con un lugar apenas alumbrado por un pequeño rayo de luz en la ventana.

El silencio fue lo único que lo recibió.

—Puedo...—sin completar siquiera la frase, aquel terminó de adentrarse topándose a la chica observando detenidamente su reflejo frente al tocador—Jun Seo—le llamó confundido.

La castaña giró asustada, y en cuanto observó al peli negro en la entrada, una débil sonrisa se adueñó de sus labios al instante.

—¿Cuándo llegaste? No te oí entrar.—hablo levantándose para caminar hasta el.

—Quizá es porque tienes la cabeza puesta en otra parte.

—Mamá va a matarme si...

—No, ella sabe que estoy aquí—le interrumpió sonriendo—Toma, te traje esto.

—¿Cómo supiste que amo los girasoles?—cuestiono recibiendo aquella enorme y hermosa flor.

—Un mago jamás revela sus secretos.

—Debiste avisar que venías. De haberlo sabido me habría tan siquiera arreglado un poco.

—Mmm, me gustan tus ojeras. Te dan un aspecto, misterioso—le comento haciéndola reír—¿Qué sucede contigo? Sufres alguna clase de fobia social como para simplemente alejarte del mundo así de la nada.

—No—contestó avergonzada—Supongo que, sólo necesitaba pensar—explicó caminando hasta el borde de la cama y tomar asiento.

—¿En que?

—En que...no quiero que te acostumbres a mi. Me preocupa.

—No tiene que.

—Si, si tiene.

—Bueno, en ese caso—continuó caminando para posicionarse frente a ella, en busca de cualquier respuesta lo suficientemente buena para hacerla tranquilizar— Todo el mundo tiene preocupaciones.

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