Un dios a una humana amó,
al punto de prometerle el mar.
Un rey a su esposa asesinó
para buscar a quién amar.Canción anónima de Mirra.
Nuestra actual reina tiene el cabello color zanahoria y las mejillas cubiertas de pecas. Contar cada manchita de su nariz se ha convertido en mi obsesión porque la idea de preguntar sobre anoche no parece civilizado. Cuando me mandó llamar no sabía qué esperar, es decir, si acabas de vivir su noche de bodas, lo último que quieres es llamar a la mujer que la remplazará en tres semanas. Eso no se hace, al menos no debería. Y menos si sólo vas a tenerla de pie a un lado de tu cama de sábanas revueltas mientras luces miserable y con ganas de echarte a llorar.
Dioses, si el dios de los muertos abriera la tierra bajo mis pies ahora mismo le estaría muy agradecida.
—¿Quieres que me vaya? —pregunto por fin.
Sus pestañas revolotean con suavidad. Tiene la mirada perdida en el horizonte del balcón, en los caballos del espuma que juguetean por la mañana.
—Ayer los vi hablando —murmura con voz acusatoria y la mirada más gélida que me han dado en toda mi vida—. ¿Por qué?
Porque son estúpida y no sé mantener la boca cerrada. Es la verdad pero no suena bien. ¿Por qué lo pregunta como si yo fuera un fenómeno?
—Su Majestad preguntó algo y yo respondí, mi señora. Lamento si la incomodé.
—¿Qué preguntó?
Una vocecita dentro de mi cabeza me dice que no responda, que no importa lo que responda porque nada le agradará. Tal vez no le pueda dar consuelo, pero que me condenen si le hago preocuparse más. Tres semanas, no quiero robarle ni un día pensando que, quizá, el rey me encuentra lo suficientemente interesante para mandarla al Ojo antes de tiempo. Cuando entiende que no responderé se levanta despacio de la cama para tomar la brisa salada en el balcón mientras yo sigo inmóvil.
—No creo en los dioses —dice con fervor—. En ninguno. Soy escéptica a creer que dos deidades cayeron del cielo y construyeron un mundo desde el lodo, no creo que tengamos alma, mucho menos que haya vida después de la muerte. No hay una corte reluciente sirviendo al dios Extraño en el bosque de los susurros; no hay un castillo de cristales sobre las nubes que cubren la montaña Har's, tampoco hay un sendero de plata que conduzca al Productor y, por todos los recuerdos que tengo de mis padres, sé que un dios marino no se folló a Helena Soros y le dio a su prole la capacidad de controlar el agua. Son mitos, cuentos que les gustan a las personas. Sin embargo, sí creo que existe el Ojo de los dioses.
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La herencia benigna
Viễn tưởngEl país de Soros es famoso por dos cosas: su riqueza y el desfile de reinas ahogadas que sucede en palacio desde hace dos años. Cuando la orden real de matrimonio llega a a la casa Antero, Valeria sabe el destino cruel que acaba de caer sobre su am...