30. Prometamos no mentirnos

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Un rey a su reina temió, 

al punto de su nombre olvidar. 

Una hermana a su hermana amó, 

y le prometió de la muerte retornar. 

Del libro del Conocimiento. 

Porque hay historias sobre los dioses que siguen escribiéndose. 

—¿Esta mal admitir que me cayó bien? 

La voz de Valeria era juguetona. No le sorprendía que conocer al asesino de sus ochenta y cuatro esposas anteriores y, con mucha posibilidad, el suyo propio, la pusiera de buen humor. En cambio, él seguía aturdido.

Toda su vida había sufrido en los encuentros con el señor del río. Incluso con los insignificantes. Daellos era una entidad mezquina y poco clara en sus objetivos. Con la más breve frase podía transformar buena sangre en agua envenenada. Las amenazas implícitas eran sutiles, pero ciertas todas las veces.

Era la primera vez que aceptaba de buen grado la charla amigable de su esposa y eso, lejos de aliviarle, le generaba una presión en los pulmones hasta entonces desconocida. Sentía como un ancla hundiéndolo en el mar, cada gramo de presión causado por una nueva duda. ¿A qué estaba jugando? ¿Y por qué ella parecía entenderlo? 

—Ha bromeado contigo—señaló para confirmar que no era una alucinación—. Te ha dado pistas.

Valeria le miró igual que una madre cuando su hijo le pregunta por qué el cielo es azul. Como si fuera lo más obvio del mundo, como si estuviera acostumbrada a que los dioses encontraran magnética su personalidad.

—Pues sí. Soy tu esposa. Y la reina de Soros. Y soy de él. Al menos de momento. ¿Por qué despreciaría un juguete nuevo?

Esa parte Arián la entendía. Sin embargo, ella parecía pensar lo mismo del señor del río. Como si fuera un juego, como si no fuera a matarla. Ella estaba cayendo en una trampa, aunque parecía ser voluntario.

—No le temes.

Su nueva esposa lanzó un suspiro coqueto. 

—¿Por qué debería? Él hará lo que quiera hacer y yo también. No me mostrará su juego de una vez, ciertamente yo tampoco. Si jugaras a las cartas lo entenderías. Pero claro, mi querido rey considera eso ilegal. Te falta malicia.

Por momentos, le hubiera gustado ser un poco menos caballeroso y ser capaz de agitarla para que dejara de bromear tan solo un momento. Más era un rey, quizá el que tenía la sangre más azul de todos los reyes en el mundo. Ese comportamiento no era digno de un Soros. 

—No estás comprendiendo. Nunca ha dado pistas, jamás. Intuía que estaba buscando la perla porque ha sido el único tema de conversación en la Familia Real desde hace generaciones. Me sigue asombrando que lo reconozca ante ti. 

Taimmar era el objeto mágico más buscado en la historia de Soros. Aunque lejos del cuento popular sobre la perla, su familia siempre lo había querido por una razón diferente. Negociar. Todos los dioses querían la perla de vuelta a las manos divinas, el hecho de que se hubiera perdido entre las fábulas y las leyendas no les gustaba en lo absoluto. Un trozo de inmortalidad en manos humanas era peligroso, y en las manos de un semidiós era fatal. Por supuesto que Daellos querría la perla.

Lo que lo inquietaba mucho más era lo acertado de los comentarios de Valeria. ¿Para qué quería la inmortalidad un ser que ya la tenía? Hilos formando hilos, recordó Arián. Un mito que forma a otro, era lo que solía decir su madre.

La herencia benignaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora