29. El señor del río

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Canta una canción el Río,
Habla con suave pesar.
Dos niños, uno perdido
Ya se vuelvan a encontrar...

Del libro del Conocimiento.
Capítulo del Navegante.

El señor del río tiene una sonrisa lobuna, grande y muy abierta que demuestra lo feliz que está por mis nupcias

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El señor del río tiene una sonrisa lobuna, grande y muy abierta que demuestra lo feliz que está por mis nupcias. El corazón truena en mi pecho consciente de que esto es la gran mierda que Arián se negaba a contarme.

—Buenas noches, majestad—saluda con gracia.

Me quedo atontada por la visita momentánea, debatiendo si debería golpear al rey por no dar una advertencia o mirar sin disimulo el mentón perfecto del semidiós que planea mi asesinato.

Extiende una mano y el agua dulce de la jarra corre a su encuentro igual que toda la demás. Fluye por su cabello plateado y la piel mortecina, como besando a su señor. Un pequeño truco para impresionarme. O atemorizarme. Tal vez ambas. Es extraño que, a pesar de conocer todos los mitos horribles que hablan de una deidad mezquina, horrenda, vanidosa y cruel, a mí sinceramente no me genera interés. Chico, ya he visto al dios de los muertos. En mis sueños. En persona. Y sigo viva, hijo de perra.

—Felicidades, mi príncipe. Su nueva novia es hermosa —señala radiante—. Quizá ésta le robe el corazón al fin.

Arián aprieta los labios ante la evidente puya. Con seguridad, lo ha escuchado algunas docenas de veces antes. Es un chisme muy básico  para decirlo a un asesino de esposas. Seguro que el rey en cierto punto creyó que lo decía con buena intención. El bastardo que nos acompaña ríe divertido. Me encantaría poder arquear una ceja. Hacer ese ceño desdeñoso que le sale tan bien a Erza. Pero sigo en la cama mientras el imperioso señor del río me analiza con ansía.

—Mi lady, desde ahora con mi entera amistad—se presenta haciendo una reverencia.

Aquí la servidumbre soy yo. De todos sus caprichos y, considerando que el señor del río es el más monstruoso de los señores divinos, voy a sufrir un poco. Tal vez termine algo mallugada.

—Pensé que era al revés. Yo a su servicio, mi señor—respondo.

Junta las manos en un gesto de entendimiento. Satisfecho. Regodeándose. Hmmm. Lo que es no conocerme. ¿Le durará esa alegría incauta?

—Todos servimos a todos, mi querida. En mayor o menor medida. Las reinas y yo tenemos, ciertamente, una historia interesante. A lo largo de los siglos me he hecho amigo de algunas y, por cuestiones varias, enemigo de la mayoría. Es un cuento difícil de narrar, con muchas aristas y puntos de vista y, me temo, depende por completo de mi oyente el decidir si soy el villano o no. ¿Quiere escuchar una historia? Mi versión por supuesto.

No espera mi respuesta y osa sentarse en la cama, justo en medio de los dos de forma muy intencionada. La barrera que siempre ha divido a las reinas de la vida comienza a alzarse conmigo.

La herencia benignaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora