El viejo Brooklyn

176 9 2
                                    

La nieve caía indiscriminada sobre el viejo Brooklyn de calles adoquinadas, insípidas e inertes. James se abrazó a si mismo sobando sus manos contra la tela de sus brazos. El viento sopló y una ráfaga se coló por el cuello de su abrigo .Para su mala suerte había olvidado la bufanda de lana que Steve le tejió el invierno pasado, una que parecía ser más un trapo de piso que lo que pretendía ser , la pobre bufanda era horrible , con sus hilos saliendo por todos lados , con una punta más estrecha que la otra pero la usaba para hacer feliz a Steve quien se la regaló orgulloso después de entretenerse ,entre estambres y agujas ,mientras se recuperaba de una fuerte gripe. Sus pasos crujían a su andar sobre la nieve dura, en su mano derecha sujetaba una bolsa de papel que expedía una fragancia deliciosa. Una sorpresa.

Ese invierno fue el más duro que recordaría, no lo compararía ni con la fría Siberia, ni los campos alemanes que conocería en un futuro próximo.

Cruzó la calle procurando ignorar la miseria de la gente, por su propia salud metal; no podía hacer nada por ellos. Lo que antes fue un barrio repleto de negocios rebosantes y coloridos ahora solo era un sitio agonizante con puertas tapiadas y carteles de "en quiebra" La crisis se veía reflejada en los rostros de la gente a su paso; niños mendigando, mujeres ofreciendo sus cuerpos, estaba plagado de vagos y malvivientes, asaltantes. Ya no era un buen lugar para vivir, se vio ante la impotencia de no poder ganar lo suficiente para al menos comprar una pequeña pocilga en otra parte.

Steve estaba resguardado dentro del pequeño departamento que compartían, mirando insistentemente por la ventana, orando por ver a James aparecer en la esquina a salvo. Su genio le llevó a pararse ahí, aunque sabía que debía guardar un estricto reposo y así sanar sus pulmones dañados por la última neumonía. Se abrigó con la manta y corrió hasta la cama, aliviado al verlo a lo lejos.

Se acurrucó en la cama, agitado por ese pequeño esfuerzo al que su cuerpo le pasó factura. Escuchó el tintineo de las llaves, el chirrido de las bisagras oxidadas de la puerta de entrada, los pasos de James retumbaron por el piso y luego la puerta de la habitación se abrió dejando entrar un poco de luz.

Lo miró desde el umbral de puerta, diminuto entre aquellas mantas, el delgado cuerpo de Steve parecía desaparecer.

-¿Estas despierto? -Preguntó encendiendo la luz amarillenta del cuarto-Sé que lo estas-sonrió -

Steve dejó ver su cabeza rubia donde luego asomaron sus grandes ojos azules, parecían dos fosas oceánicas-Nunca puedo engañarte -Se acomodó en la cama, utilizando las almohadas para quedar parcialmente sentado. James se sentó al borde del colchón y poso su mano en la frente del rubio, quería cerciorarse que la fiebre hubiese cesado -Estoy bien. -Interrumpió el escrutinio sobre su cuerpo-

-¿haz tomado las medicinas? -Y ahí estaba el noble James tratándolo como un niño cuando hace tiempo dejó de serlo. Pero su cuerpo se resistía a admitirlo, pareciera que después de su adolescencia su crecimiento cesó por completo. Un adulto en el cuerpo de un puberto, eso era Steve.

-Lo hice-hizo una mueca de asco, eran tan amargas que dejaban su boca pastosa y sin sabor por varios minutos. Pero no podía ni debía quejarse, aquellas medicinas fueron costosas y James tuvo que vender un antiguo reloj de bolsillo que su abuelo le obsequio antes de morir.

Steve agradecía esos sacrificios y se odió a si mismo por no retribuir tantos cuidados, tanta paciencia y sacrificio-No soy un niño-aunque así se sentía -

James dibujo una sonrisa en sus labios, colocó la bolsa sobre el abdomen de Steve -Es un pequeño permitido -avisó cuando rubio hundió su nariz dentro de la bolsa de papel, aspirando incrédulo el aroma dulzón de aquellas donas glaseadas. Un lujo que pocas veces podían darse.

DestinosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora