Fragmentos

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Esa mañana despertó con el cuerpo completamente magullado, le dolía hasta pensar, si es que eso era posible. Respiró y un ardor tironeó su piel por la acción, una venda con humedad roja, cubría la curva de su cuello y hombro derecho. Estaba desnudo, cubierto por una manta.Junto a él, James se removió.

Entonces, no fue un sueño.

Tocó sus labios hinchados, y miró horrorizado los de Bucky, ni siquiera se había limpiado la sangre de Steve...

Se levantó con mucho cuidado, deslizando el brazo del castaño que lo sujetó largas horas mientras dormía. No deseaba despertarlo, no aún. No sin antes saber, o, al menos tener una leve idea de que fue lo que sucedió la noche anterior, con respecto al alfa de James.

Afuera, los animales yacían en su guaridas. Una tormenta se aproximaba, lo sentía en cada hueso de su cuerpo y Steve en sus pulmones. La humedad y estática del ambiente le permitían cierta pasividad en sus fosas nasales.

El cielo plomizo era una premonición de todo el mal que caería sobre ellos en los meses siguientes. Pero ahí, justo en ese preciso instante, Steve era feliz. No una felicidad cualquiera, no podría compararla con nada más, ni con haberse graduado de preparatoria, ni haber sido admitido en la escuela de arte.

Extrañamente, se dio cuenta, que aquellas emociones y sensaciones tan intensas solamente las vivió alado de Bucky.

Estaba desnudo, su cuerpo opacado por la falta de sol, se veía aún más enfermizo y encorvado. Rengueó hasta la ventana, su entrada ardía y con cada paso una punzada le recordaba lo bien dotado que estaba James.

En un reflejo apagado pudo vislumbrar su dorso por el vidrio de la ventana. La venda estaba tiesa de sangre. James suturo a mordida mientras Steve dormía, lo cuidó, lo acunó como a un niño frágil. Contempló a Steve por largas horas. La incertidumbre de no saber qué iba a suceder después de todo aquello, carcomió su mente ya confundida.

¿Qué fue todo eso?

¿Un celo completo?

¿Con Steve?

Buscó respuestas desesperadas, cualquier cosa a la que aferrarse para explicar su completa perdida de autocontrol.

Se convirtió en un animal, un ser primitivo buscando saciar sus instintos.

"me perteneces"

Mirándolo bien, Steve se parecía muchísimo a un omega. Su cuerpo delgado y ese aroma delicioso.

Imposible.

Se conocían desde niños, y nunca ... ni un celo, tampoco poseía el temple de un omega, de amedrentarse ante los alfas o agachar la cabeza.

Lo abrazó, acomodó su cabeza rubia en su pecho. El sabor de su sangre aún palpitaba en su paladar, era realmente deliciosa. Quería tomar más de él. Absolutamente todo. Encerrarlo en esa cabaña y vivir un cuento de hadas alejados del mundo, alejados de cualquier persona que pudiera separarlos. Alejados de ese omega de ojos oscuros con los que James soñaría esa madrugada.

Eran oscuros, pero no oscuro intenso como el manto de la noche sino como un café recién servido. Sus ojos nada más que sus ojos. James comprendía su significado, su destino estaba trasado. Ese omega aparecería en su vida tarde o temprano.

Él no lo quería, para nada. Nada que pueda alejarlo de su Steve podría ser bueno.

Se sobresaltó cuando un trueno hizo temblar los cimientos de la cabaña y hasta su alma misma.

La piel alrededor de sus labios tironeó y recordó que jamás se limpió los labios. La sangre de Steve seguía ahí recordándole que había intentado marcarlo, que casi lo mata con la furia que le hizo el amor la noche anterior.

Miró en todas direcciones.

—Steve —primero fue un susurro para luego convertirse en un grito casi desesperado—¡Steve! ¡Steve! -

Los buscó en cada rincón, al adentrase en el baño observo su reflejo claramente.

¿Ese era él? Su pelo desprolijo, tieso de sudor, la sangre sobre su boca parecía escamas irregulares. No culparía a Steve por haber huido de ese monstruo.

Se tomó unos minutos para asearse y vestirse.

Steve no podía estar muy lejos. El auto estaba aparcado junto a la casa. Sus cosas seguían sobre la mesa, Steve nunca dejaría sus cuadernos, eran una extensión de él.

La brisa sopló y trajo con ella un aroma tan intenso, potente, casi enfermizo y empalagoso. Venia del bosque, pero no eran flores ni frutos, era algo más, algo que lo llamaba. Conocía ese olor, aunque antes era menos denso. Parecía llamarlo, susurrar en sus oídos.

Caminó por un sendero angosto casi tragado por la maleza. Una fina llovizna comenzó a mojar las hojas, y se perlaban en su cabello.

Era un claro, un lugar casi mágico y armonioso. Recordó cuando él y Rebecca jugaban ahí de niños, rodeado de flores silvestres y de rosas. Unas rosas únicas, que solamente crecían ahí, su abuela las había sembrado hace tantos años, muchísimos. Eran tan hermosas como extrañas, despedían un aroma distinto a las demás y su rojo era tan intenso que parecía sangre. Una vez, James, cuando tenía 10 años, encontró a su abuelo llorando sobre ellas. Su abuelo lo abrazó al notar su presencia.

—Tú abuela está aquí—Dijo. Al principio no entendió a que se refería—

Ya con la muerte de su abuelo y su última voluntad comprendería. Pidió ser cremado, y que sus cenizas fuesen esparcidas junto a las de su amado para vivir juntos en la eternidad.

—Con cada rosa que florece ella regresa a mi—le confesó.

A Rebecca le pareció espeluznante la idea de que los restos de sus abuelos estuvieran en las rosas, alimentando ese suelo. A James le parecía la más tierna historia de amor, una que vive, muere y renace en cada pétalo. Tal vez por ese motivo eran tan únicas y maravillosas.

Steve estaba de rodillas, con su nariz hundida en una de ellas, aspiraba su fragancia con los ojos cerrados.

Y el aroma de Steve se mezcló con el de las rosas.

¿Por qué podía olerlo como a un omega?

Y entonces lo miró. La tierra entre ellos tembló con el ritmo de sus corazones, el rubio le sonrió y James olvidó el temor de haberlo perdido para siempre.





"Te pertenezco" Escuchó en su mente. Estaba volviéndose completamente loco.







A Kilómetros de allí, Rebbeca estaba siendo contenida por su madre al reconocer el cuerpo de Tom en la morgue.

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