Keiran
Llego a casa y me dirijo directamente a mi habitación. Me siento en el suelo y saco un maletín negro que está debajo de mi cama. Me quito el saco elegante que me prestó mi hermano, hace calor aquí. Abro el maletín y veo un par de joyas y relojes caros. Nadie sabe de mi colección de objetos que guardo aquí. Pongo el collar con la perla que tomé prestado de una chica que cumple años hoy. Creo que es tan rica que no se dará cuenta.
Robo por diversión. Así que me hice una promesa: si me encuentro al dueño de lo que robé, se lo tengo que regresar, no tiene que saber que yo lo robé, solamente que regresó a su dueño original. Después de organizar mi cuarto (que ya estaba organizado) y darme una ducha, me voy a dormir.Mi despertador hace su trabajo excelente a las seis de la mañana. Me levanto y me dirijo a cepillarme los dientes. Peino mi cabello, en vano, porque se desordena fácilmente. Gracias al cielo es ondulado; solo un poco de agua y ya está. Voy a la cocina y preparo unos panqueques. Hago jugo de naranja y pongo a funcionar la cafetera. Corto algunas fresas con cuidado y las sirvo en un plato junto con los panqueques con mermelada que acabo de hacer.
Coloco todo en una bandeja de madera junto con el jugo. Voy al cuarto de mamá y dejo el desayuno en su cómoda. Sus canas ya son visibles en su cabello castaño y se ve algo desgastada. Por eso me aseguro de ayudarla lo más que puedo. Le doy un beso en la frente y la arropo con la manta. Me pongo una sudadera y un buso negro antes de salir a correr. Ya en la calle, estiro un poco mis músculos y miro mi reloj deportivo. Marca las siete. Siempre tardo más de lo que pienso en arreglarme para correr. Me gusta verme bien en toda ocasión.
—¿Dónde rayos se metió? —me pregunto en voz baja.
—Llegué, aquí estoy, no me mates —habla Eirene a mis espaldas.
Me giro relativamente molesto. Por su estado, parece que corrió una maratón. Si no fuera por mí, su estado físico sería el peor.
Su cabello en bucles de color caoba está en una cola de caballo. Es medianamente largo, llega hasta la mitad de su espalda. Si lo tuviera planchado, sería más largo. Es desorganizado y ella sabe. Me molesta que no se peine. Si no pasa una peineta por su cabello, queda así, justo como una esponja seca.
Sin embargo, su rostro está perfectamente bien hecho. Sus pómulos están ocultos por sus tiernos cachetes. Sus ojos negros como una taza de café siempre brillan con diversión. Sus pestañas son tan largas como sus cejas del mismo color que su cabello. Su piel pálida está sudada y sus labios gruesos y brillantes por algún tipo de maquillaje me sonríen.
—Das vergüenza —le digo.
Ella se ríe. Sabe que no es broma, pero prefiere reír a llorar. Cuando llegue el chico de su vida, la veré organizada.
—Tú te ves muy bien —me responde, ofendiéndome al hablar.
Sabe que sus palabras no fueron las indicadas cuando pongo mi mirada fría sobre ella. Por supuesto que me veo bien, siempre me veo bien, pero a ella le encanta molestarme porque me halaga con sarcasmo.
—Lo sé —respondo seguro, con la vista en el camino que tenemos por recorrer.
Suspiro y reviso mi reloj otra vez. Son las 7:08 am, ocho minutos tarde. Odio la impuntualidad. La ironía aquí es que yo también soy impuntual.
Sin más que decir, comenzamos a correr. Hacemos ejercicio todas las mañanas. Me gusta cuidar mi cuerpo, pero no me gusta ir al gimnasio. Prefiero hacer esto. Cada vez que tenemos la oportunidad, hablamos de nosotros. Nos actualizamos, en otras palabras. Terminamos justo a tiempo y reposamos los diez minutos de descanso en una banca. Yo tomo agua y ella se compra un helado.
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Esperadamente Inesperado
Romance"La creencia de que el amor lo puede todo es desafiada cuando una pareja dispar se cruza en el camino. Él es un talentoso chef con habilidades culinarias excepcionales, pero descubre que para ser un verdadero maestro en la cocina se requiere algo má...