5. Suéltalo

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Keiran.

Suelto un suspiro cuando ella por fin sale de mi nuevo cuarto de hotel, creo que para ser mi jefa y directora de una empresa tan grande es algo joven, tengo que admitir que me da algo de envidia que a ella le vaya mejor que a mí, pero no la juzgo, si le gusta que haga lo que quiera. A mí me siguen pagando.

Continúo probando el líquido en mi copa pensando en esa chica, no sé por qué se me aparece tanto últimamente, ella me ha visto solo dos veces, pero yo me la encontré después de ese día en sus cumpleaños en la salida, después la vi pasar rápido por los pasillos cuando llegaba antes de conocerla formalmente, y he hecho de que aparezca tanto solo me hace pensar cada vez más en su cabello negro y sus ojos, son tan oscuros como su pelo.

Me termino mi vino y me dejo caer en la cama mirando el techo, resoplo pensando en mamá, debo decirle de mi nuevo trabajo, uno aburrido, detrás de un escritorio, con rumores de pasillos, pero que podrá ayudarme en mis estudios y en los tratamientos médicos que ella necesita. No veo la hora de decirle.

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Este es el restaurante en el que he estado trabajando por ocho años, es pequeño, acogedor, con sillas dobles de color roja y acolchados, mesas de aluminio con fundas blancas, pero siempre lo mantenemos todo muy pulcro, además las personas hacen que se sienta bastante familiar, hay una gran barra donde se sirven los desayunos y detrás esa, está mi lugar favorito, la cocina.

Miro las mesas con nostalgia y sonrío. Llevo dos semanas y media trabajando en la empresa, es más pesado de lo que imaginé, sin contar la parte en la que mi jefa busca para verme cada que puede, o al menos, eso parece porque me pone más trabajo y mi sueldo no es ni la mitad de lo que hago, pero no me crean, todo esto es solo suposición mía, así que tuve que renunciar a mi trabajo favorito aquí, no quiero tener ojeras, no combinan con mi rostro.

Veo al anciano salir de detrás de la cocina con un sobre blanco, se llama Gabriel, es la única persona que veo como figura paterna, es como el padre que siempre quise y que no merezco, llegué aquí cuando tenía 15 años, y aún recuerdo el primer día que lo vi.

<<Entré en el restaurante confiado y seguro de que este era el último lugar por donde pasaría para conseguir un trabajo que involucrara la cocina. Aunque aspiraba ser el chef, al menos intentaría ser mesero. Había algunos jóvenes comiendo hamburguesas; me daba cierta lástima, no sabían lo que esa comida hacía en sus cuerpos.

Me dirigí directamente a un chico de mi edad, unos 15 o 14 años. Tenía el cabello negro, liso y suelto, que llegaba hasta la parte de sus orejas, con un corte de cabello estilo cortina. Su piel era tan blanca que podía cegar a alguien; para mí, parecía albino. Parecía cansado, y se notaba en su forma de atender a los clientes.

—Quiero hablar con el jefe de este lugar —exigí. El chico soltó una risa cuando hablé, tal vez porque un desconocido niño le estaba exigiendo ver a su jefe—. ¿Qué es lo gracioso?

—No sé qué quieres, chico, pero si viniste a comer algo, el menú está en las mesas, es allí donde pides la comida.

—¿No me escuchaste? —cuestioné, levantando una ceja.

—¡No me hables así, niño! —me gritó, lo que llamó la atención de los clientes y también de la persona que siempre cerraba y abría el lugar cada vez que venía.

—Gwin, ¿qué sucede? —intervino el dueño.

Era un hombre de unos 40 años, con el pelo totalmente blanco, pero no se veía tan viejo. Su voz era amable y su estatura era promedio, no le pondría más de 1,60. Incluso sus arrugas daban buenas vibraciones; parecía ser una persona agradable, esperaba que fuera así.

Esperadamente InesperadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora