Cuando me paro frente a él, me doy cuenta de su altura, no es que no haya estado frente a él nunca, pero es bastante alto, 1,80 ¿Quién sabe?, me siento como una enana. Bajo esta iluminación se ve demasiado atractivo, sus labios brillan mojados por la saliva que acaba de poner para que no se sequen, sé que se nota que estoy nerviosa, identifico los latidos de mi corazón en mi pecho y aprieto mis manos sudadas ¿Será el vino?, sé que si bebo, en menos de cinco minutos ya viajé a Júpiter.
Me da la comida y sin mi permiso, entra como si fuera el cuarto fuera suyo, cierro la puerta detrás de mí, estudia mi espacio de descanso y yo solo puedo verlo, entre más, mejor. Acabo de darme cuenta de que me encanta verlo distraído, se ve tan tierno, algo que no parece ser.
—Ya puedes irte, gracias.
—De hecho, vine a hablar de trabajo.
Por favor no, suspiro agotada, pongo una pierna sobre otra cruzándola, acomodo mi bata, no quiero que ve mi pijama porque es bastante reveladora, pero la otra parte de mí no quiere ocultarse tanto. Mejor háblame de tu familia, no quiero tener que ver nada con papá, ni con su empresa, ni nada, quiero dormir, comer y hablar de... No sé, ¿Pan genovés con aceitunas?
—Mira, yo no estoy en condiciones para hablar de trabajo —aviso con poca seriedad y menos seguridad de la poca que tengo.
—Pero sí estás en condiciones de fingir una enfermedad —levanta una ceja curioso.
Debo mejorar mis dotes de actuación, tal vez solo funciona cuando estoy cerca de mi prometido.
—De acuerdo, habla entonces —le digo.
Inicio a desempacar mi comida. Hay frutas partidas en trozos, una ensalada de verduras, jugo de naranja y unos hermosos panqués con mermelada de mora que muero por probar, se ven deliciosos, agradezco al chef.
—Matthew.
—Mateo —corrijo con rapidez. Cómo que no se le da lo de memorizar los nombres.
—Como sea. Me dijo que la cocina fue deshabilitada hace un año, me gustaría reactivarla, y pienso trabajar en un proyecto que incluya sus datos, marcos lógicos y demás requerimientos... —mientras escucho el qué hace aquí, tomo una fresa con mis dedos y las saboreo —dado que hay personas que van al trabajo sin haberse alimentado y...
Dios mío.
Pero si son las fresas más ricas que he probado, no las mastico siquiera, me meto dos y tres, olvido por completo que él me está hablando o que puedo masticar. También pruebo la mermelada, es casera, no comprada, no he visto ni probado algo tan rico en mi vida, meto la fruta dentro de esta majestuosidad púrpura y... oh, por, Dios, su textura es suave, su sabor es...
—¡Basta! —pero qué susto me da cuando me llama la atención así, no sé que pasa, pero eso me hace saltar un poco del susto —eres un desastre completamente.
Lo veo mover la cabeza de un lado a otro decepcionado. Del empaque que trae mi comida, hay un par de servilletas, que me doy cuenta que existen porque él las saca. Sentado frente a mí en esa sillita, no aprieta mi muñeca, pero la sujeta con la intención de no escaparme. Limpia la mermelada de mis dedos con cuidado, dedo por dedo.
Su rebelde mechón de pelo de siempre, está cerca de su ojo derecho, está tan concentrado. Pone mi comida encima de mi pequeña cómoda y pone el papel a su lado. Busca algo en los empaques, son cubiertos.
—Tenedor —en su mano derecha —cuchillo —en su mano izquierda —¿los conoces? —me los presenta como si fuera una niña a quien le estuviera enseñando como comer. Digo que sí con mi cabeza distraída y pone los cubiertos en mi mesita de noche —mira, no me gusta que comas con los dedos, no me gusta que nadie lo haga.
ESTÁS LEYENDO
Esperadamente Inesperado
Romance"La creencia de que el amor lo puede todo es desafiada cuando una pareja dispar se cruza en el camino. Él es un talentoso chef con habilidades culinarias excepcionales, pero descubre que para ser un verdadero maestro en la cocina se requiere algo má...