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La teoría del caos.

Mi pie al fin lograba encontrar un lugar vacío para pisar. Estaba lleno de gente con inmensas maletas, incluyendo a Alex que iba cargando la suya en sus hombros. Bajar del autobús fue casi una misión imposible, pero allí estábamos: al lado de una carretera casi sin circulación rodeados de árboles gigantes e insectos con ganas de comernos.

—Esto me comienza a pesar —protestó el morocho a mis espaldas.

—Era llevar materiales y cosas para tres días, no para un mes —le repetía ya un poco cansada.

Él se volvía a defender con que yo solo llevaba una maleta Extramini en la que con suerte entraban dos bragas. En mi defensa solo me conformaba con la cámara y alguna que otra sudadera ancha, ¿para qué más? Luego nos separarían en diferentes cabañas en donde pasaríamos la mayoría del tiempo, o mejor dicho: yo pasaría la mayoría del tiempo. Mi idea era realizar las excursiones cuando no haya demasiada gente para evitar juntarme con idiotas; y no, Alex no entraba en ese grupo por el momento.

Un megáfono comenzaba a sonar con una voz masculina indicando el recorrido hacia el primer punto de encuentro: cartel de advertencias. Minutos después se indicó por el mismo que lo encontraríamos al pasar un tal "camino amarillo", y que al llegar deberíamos hacer un gran círculo. Como buenos alumnos decidimos ir hacia allí esquivando a cada persona que nos daba un buen empujón; pero al llegar eso no era un círculo de personas con un profesor explicando dentro de él. Era una masacre.

Alex comenzó a avanzar mientras ladeaba su cabeza exageradamente. Solté una risa nerviosa mientras me mantenía en puntitas de pie para no perderlo de vista.

—O se viene un apocalipsis zombie en cualquier momento o...

—No aguantaré mucho tiempo soportando a todos —resoplé.

Ese "todos" se basaba en personas arrojando basura al césped, otras gritando, incluso insultando cosas sin sentido, y... (si es que no me olvido de nada relevante) las mellizas Rodder sin hacer nada al respecto capturando todo con sus celulares enfocándonos a nosotros. 

—A veces mis pensamientos de asesina aparecen —bromeé haciendo hincapié en las Rodder—, o ellas lo provocan.

—¿Nos vamos lejos? —se aclaró la garganta—. Es decir "lejos de la multitud".

—Cada día me caes mejor.

Las hojas de los árboles caían al suelo juntándose entre sí. Eran marrones con algunos reflejos amarillos, y cada vez que pasábamos sobre ellas se escuchaban varios crujidos. El cielo estaba simplemente hermoso, repleto de todos rosados y naranjas que le daban un toque único.

—Mira que bonito, joder —alcé la cabeza y señalé el cielo despejado—. No quiero, necesito tener una foto ahí.

—Venga, yo te saco.

Rápidamente cogí la cámara de mi bolso de mano y se la dí a Alex. Aceleré el paso dirigiéndome hacia las raíces de un árbol enorme, una vez allí el morocho me contagió su sonrisa y comencé a posar de diferentes formas divertidas. Ambos soltamos una carcajada mientras recordábamos que la cámara sólo sacaba fotografías en blanco y en negro, por lo tanto, el cielo se vería de diversas tonalidades de grises. Nunca se apreciaría lo que quería capturar.

Efecto Mariposa ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora