3-Una bota de lluvia y una zapatilla roja.

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Corrí velozmente por los pasillos ahora vacíos, dirigiéndome hacia donde sabía que se ubicaba la enfermería ya que allí solían dejar los objetos perdidos, sin embargo, al llegar no había nadie. Miré en silencio la blanca habitación, la camilla a un costado, un cortina blanca extendiéndose alrededor de esta para evitar que los demás viesen si había alguien, dos grandes muebles donde ubicaban los medicamentos, y otras cosas que no podía identificar. El escritorio de madera al lado de la entrada y una silla detrás de este sin ningún objeto sobre ellos. Un enorme ventanal con cortinas blancas que se movían suavemente debido al viento estaba a un costado de la habitación, dejándome ver el exterior, todo tal como lo recordaba.

«Septiembre de 2013 ».

En ese inmenso silencio, me detuve un segundo frente al espejo al lado de la cama.

Me miré.

Los latidos de mi corazón se aceleraron con locura.

Locura.

Sí, yo estaba loca.

A pesar de que no estaba pensando las cosas con racionalidad, una parte de mí realmente creía había vuelto al pasado como una segunda oportunidad. No me costaba creer en esas cosas ya que había leído miles de veces sobre magia, fe, reencarnaciones y demás. Tantas novelas, películas, series que vi en diferentes momentos de mí vida, donde todos hacían lo opuesto a lo que había hecho.

Sí, ¿estaba mal? Tal vez, ¿pero en que podría afectar si él estaba vivo y yo también?

¿Qué importaba si habíamos muerto por error? Porque de eso no dudaba, no podía. El destino solía cometer errores con personas como nosotros, buenas personas, simples y aburridas ante el frenesí de seres humanos llenos de rencor y crueldad. Yo no estaba lista para morir, y lo único en lo que podía pensar era en que quería estar a su lado, tratar mejor a mis padres para causarles menos conflictos y vivir.

Y alejarnos a Nathaniel y a mí de las malditas esquinas durante la noche.

No era llorona, solo trataba de ver lo positivo, pensar que las cosas buenas llegarían en algún momento.

—Ejem, ¿Dios? ¿Entidad gloriosa allá arriba? Sé que cometiste un error, pero te perdono—murmuré, cerrando los ojos, manteniéndome quieta en el lugar. Respiré al aire tan fresco y limpio, sentí el frío en mis pies descalzos, el dolor de estómago, el ardor en mi labio inferior, el aire entrando por la ventana, moviendo levemente parte de la falda y cabello suelto por encima de los hombros.

Mi cuerpo se relajó.

Si podía sentirme tan tranquila era por algo, ¿verdad?

—¿Le estás hablando a Dios?—Una voz masculina, pero juvenil, provocó que me exaltara, alejando cualquier hermosa calma a la que había llegado. Fruncí los labios con molestia, porque en ese momento de soledad intentaba hacer algo que nunca hacía: Pensar dos veces lo que haría a continuación. Abrí los ojos con lentitud, dejando escapar un suspiro de frustración y observé en dirección del origen de la voz.

Pestañeé varias veces, intentando saber quién demonios era el muchacho rubio con el uniforme escolar, sentado cómodamente, ubicando los brazos sobre el escritorio como si este le perteneciera.

—¿Y tú qué?

—¿Qué?—Sus ojos verdes se agrandaron como una caricatura mostrando una sorpresa que no comprendí. Incliné la cabeza, analizándolo con detenimiento. Cabello corto casi rapado de color rubio, pálido, pequeña nariz, labios grandes rosados, y gran parte de su rostro cubierto de pecas. No parecía ser mayor (físicamente) a mí, y parecía conocerme.

Negué sin recordarlo.

Di un paso en su dirección y este saltó sobre el lugar como si un monstruo se le acercara-Que quién eres, ¿no viste que estaba teniendo un momento?-dije malhumorada, cruzando los brazos sobre el pecho, sobre la arrugada camiseta que necesitaba con urgencia un buen planchado.

Amándote por segunda vez | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora