9-Besos y súplicas.

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—¿Hijo?

—Demonios—farfulló Nathaniel por lo bajo. Sentí su cuerpo ponerse rígido ante la voz imprudente que lo llamaba. La puerta estaba cerrada, por lo que gracias a que respetaba su privacidad, su padre habló desde el otro lado de esta. — ¡Ya bajo!

« ¿Es una broma? ¿¡En serio!? ¡Solo un segundo más! ».

Solté un bufido de molestia, y elevé la mirada, buscando la de Nat, quien no apartaba sus ojos, sus pupilas dilatadas, de mis labios. « ¿Así que sí te afectó? ¡Tú, bravucón! ». Intenté contener risa llena de diversión con un poco de alivio, y mojé mis labios húmedos.

Sin titubear, rodeé su cuello con mis manos, entrelazándolas detrás de su nuca, y lo empujé en mi dirección, uniendo nuevamente nuestros labios. Una de mis piernas subió hasta su cintura, arrastrándolo una vez hasta unir nuestros cuerpos.

Cuando dejó de resistirse, moví el dorso de mi mano por su mejilla, su mentón, hasta bajar por su cuello en una suave caricia.

—Eres un peligro. —gimió roncamente, por primera vez, generando que corrientes eléctricas recorrieran  mi cuerpo. Su mano, bajo la tela de mi camiseta, se movió tortuosamente, recorriendo mis costillas. La familiaridad de su sabor y movimientos me enloquecieron.

—Emma me llamó.

Ambos nos separamos bruscamente al mismo tiempo.

Jadeé, sin poder controlar mi cuerpo que no dejaba de temblar bajo el suyo, derritiéndose por aquel beso y fricción que generaban nuestros movimientos descontrolados.

Maldiciones frenéticas se escaparon de nuestros labios, al mismo tiempo que él se alejaba de mí con frustración. Nos sentamos nuevamente, solo podíamos escuchar nuestras pesadas respiraciones a medida que acomodábamos nuestras prendas.

Un calor severo tensó mis músculos, de tal forma que cuando intenté sostenerme sobre mis piernas me caí de bruces.

Sí, el suelo no estaba lejos pero dolió como un demonio.

—¿Ves lo que haces, maldito? ¿Para qué comienzas si no acabas? —Lamenté, sobando mi trasero entre falsos pucheros. Sentí sus manos rodear mi torso a la altura de mi pecho, y así, como si moviera una muñeca de trapo, volvió a sentarme sobre el borde de la cama, sin quitar de su rostro hasta hace poco imperturbable, una sonrisa de arrogancia.

Le saqué la lengua.

Y fue en ese instante en que volvieron a golpear la puerta, y abrirla lentamente, dejando ver a un hombre— Emma me dijo que Coraline... —empezó mi suegro a decir con enojo, sin embargo, en el momento en su cuerpo atravesó el umbral, se detuvo abruptamente ante la persona desconocida en la habitación de su hijo. Desviando la mirada de Nat hacia mí, completamente pasmado. —Ejem, yo, perdón, jamás creí que...

—Oh, lo siento—reí avergonzada, tiré mi camisa hacia abajo por inercia, planchándola con las manos. —Soy Charlotte, Charly, un gusto. —Estiré mi mano en su dirección para estrechar la suya ya que prefería no volver a caerme en un intento por sostenerme con mis piernas tan estúpidamente débiles.

Mi corazón era fuerte como león, pero mi cuerpo parecía una tonta oveja.

Miré a Jefferson con una sonrisa, era extraño verlo así, al igual que como había ocurrido con los demás y conmigo misma, apreciar una versión más joven parecía irreal. Aunque era un par de años mayor que mis padres, el hombre que conocía había envejecido rápidamente en comparación a los demás, pero en ese momento, era un señor de unos cuarenta y tantos, alto como su hijo, cabello ondulado, oscuro, quijada cuadrada, espesa barba renegrida, y ojos de un azul claro. Era ancho de espalda, y llevaba puesto su uniforme de trabajo, que constaba de un overol negro y unos guantes del mismo color.

Amándote por segunda vez | CompletaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora